Tras dos éxitos como Daredevil y Jessica Jones, Marvel vuelve a aliarse con Netflix para lanzar una nueva serie superheroica, Luke CageCuando se habla sobre el blaxploitation [movimiento cinematográfico estadounidense de los años 70 con la comunidad afroamericana como protagonista, n.d.e.], suele subrayarse el aspecto más superficial, más pirotécnico, del subgénero: el aspecto macarra, hipersexualizado, de sus personajes; el look profundamente seventies tanto del vestuario como de los peinados –así como de la música, a medio camino entre el funk y el soul–; y, sobre todo, una violencia y una agresividad muy características –y que se reflejaban, en lo formal, en la manera en la que estaban rodadas, inspirándose en la seminal Sweet Sweetback’s Baadasssss Song, de Melvin Van Peebles–.
No sería justo, sin embargo, obviar que todo ese aparatoso envoltorio no era más que la proyección de las fantasías de éxito de una población, la afroamericana, que necesitaba una salida ficcional a su asfixia por una situación de crisis económica que afectaba especialmente a las minorías étnicas, obligadas a malvivir en entornos degradados, cuajados de delincuencia, trapicheos y drogadicción.
Más allá del ejercicio nostálgico que, a día de hoy, está tan de moda, no tiene sentido aplicar tal cual los tropos formales del blaxploitation, porque nuestra sociedad ha evolucionado, y la posición social de los afroamericanos también.
Pero eso no significa que su principio rector, su naturaleza de válvula de escape ficcional para los problemas de la población negra, no siga estando igual de vigente: no hay más que señalar sus conflictos y sus enfrentamientos más recientes con el estamento policial estadounidense, y la cantidad de muertes injustificadas que ha provocado.
Por eso, explica el showrunner de Luke Cage, Cheo Hodari Coker, sigue siendo igual de válido un superhéroe nacido en la época del blaxploitation como el creado por Archie Goodwin, John Romita Sr. y George Tuska… Porque la idea de un afroamericano inmune a las balas, y presto a defender a sus semejantes, continúa resultando, a día de hoy, atractiva y provocadora.
De ahí que, como símbolo étnico, Cage (Mike Colter) no necesite disfrazarse –a pesar del guiño que incluye el cuarto capítulo de la temporada a su traje original de los cómics–, ni ocultarse entre las sombras, porque resulta tan o más necesario como figura de inspiración que como superhéroe.
Y es que, en la línea de la anterior Jessica Jones –en la que Melissa Rosenberg trazó para el personaje un arco dramático que se inspiraba en el creado para la colección Alias por Brian Michael Bendis–, Coker busca distanciarse del relato marvelita para construir, en cambio, una narración con los pies mucho más sobre la tierra, con un espíritu hardboiled que bebe de la amplia tradición literaria que ha retratado el mundo de la delincuencia de Harlem.
Desde el primer episodio, resulta evidente que al showrunner le interesa más profundizar en los conflictos casi shakespearianos entre sus personajes –en ese sentido, resulta especialmente interesante la tensión entre Cornell “Cottonmouth” Stokes (Mahershala Ali) y su prima Mariah Dillard (Alfre Woodard)– que en las exhibiciones de fuerza bruta de Cage, limitadas, precisamente, por la dificultad de darle emoción a su invulnerabilidad casi absoluta.
En determinados momentos, da la sensación de que la serie va a estancarse en un esquema narrativo más o menos cerrado, pero Coker y su equipo de guionistas van logrando desengrasar el producto con capítulos de naturaleza atípica –como el ya mencionado cuarto, que no en vano firma Vincenzo Natali– o, sencillamente, con puntos de giro que redimensionan el relato y le dan un nuevo empujón dramático al mismo.
En ese sentido, Luke Cage es un producto muy honesto, que no pretende revolucionar el género, sino reiterar determinadas ideas y conflictos de origen literario desde una perspectiva contemporánea, y con la esperanza de mover, hasta cierto punto, a su público hacia una determinada reflexión sociopolítica.