Muchas veces miramos sólo nuestra parte y cometemos injusticias con el otroEs casi imposible, hoy en día, no estresarse con la presión de lo cotidiano: trabajo, estudios, hijos, matrimonio, noviazgo, más trabajo, padres, amigos, tareas domésticas, más trabajo…
En este contexto, es común sentir que falta más ayuda de las otras personas – y eso muchas veces es verdad. Pero no siempre. También es común –más común de lo que parece– exagerar en las quejas, mirar sólo nuestra parte y cometer injusticias con el otro.
Fue lo que sucedió en una historia compartida por la página Love what matters (Ama lo que importa), en Facebook, respecto a una esposa en relación a su marido.
La esposa estaba agotada: el marido no iba a casa por causa del trabajo, mientras que ella tenía que trabajar medio día y encargarse de toda la administración de la casa el resto del día, lo que también incluía cuidar de los hijos. Fue ahí que ella se quejó. Dijo que le gustaría tener tiempo, por lo menos un poco de tiempo para sí misma, ya que pasaba todo el tiempo haciendo cosas para los demás.
Unos minutos después, su marido se sentó en la mesa para cenar. Él mismo se había servido su plato. Ella miró esa escena: estaba claro que él también estaba exhausto pues ni siquiera había querido transformar esa queja de la esposa en una pelea. Él pidió simplemente disculpas.
Y la escena no terminó ahí. Una hija de la pareja, Charlotte, se sentó al lado de su padre para distraerlo un poco, y terminó comiéndose toda su comida, sin que el padre reclamara. La esposa entonces se conmovió.
Su marido, al final, también tenía un trabajo agotador y pesado como granjero. Y no sólo pesado en términos físicos, sino también psicológicos: cualquiera que tenga una vaga idea de la vida en el campo es capaz de imaginar lo estresante que es la incertidumbre de los resultados de tanto esfuerzo.
¿Será que el plantío se dará este año? ¿Será que la naturaleza va a colaborar? ¿Será que los precios van a valer la pena?
Aquel hombre trabajaba. Y de qué manera. Todo el santo día, ahí estaba él matándose para dar una vida segura a su familia; y a ella y a sus hijos.
La esposa se acordó entonces de todos los momentos agradables en que ella tenía la oportunidad de vivir todos los días con sus hijos, a diferencia del marido, que necesitaba pasar todo el día en el campo, sin poder disfrutar de esos momentos.
“Yo tengo la oportunidad de bañarlos, de oír las risas, los gritos de los niños. Puedo abrazarlos, apretarlos, besarlos y sentir su cariño tres horas más que él, todos los días. Él también se está sacrificando. Tal vez más que yo”.
Gratitud: fue esta la postura que ella adoptó con más conciencia. Fue esta la invitación que le dejó a los lectores.