«Las nuestras son Iglesias africanas y estamos felices de ello, consideramos una gracia que el testimonio del Evangelio sea ofrecido por cada vez más hermanos y hermanas que vienen del sur: los que han recibido el Evangelio de los misioneros, ahora llegan a nuestros países para dar su testimonio». La de monseñor Paul Desfarges, que conversó con Vatican Insider, es una tarea a la que los números no hacen justicia: obispo de Constantina e Hipona, la diócesis de san Agustín, en Argelia, es uno de los pastores de una Iglesia que representa menos del 1% de la población total del estado.
La situación se repite, casi idéntica, en toda la región del Norte de África. La gran mayoría de los cristianos son extranjeros: europeos, pero también asiáticos (por ejemplo de Filipinas o de Corea) y sudamericanos. A menudo trabajan para las grandes empresas internacionales, en la construcción, como las que justamente en Argelia se ocupan de la extracción y de la distribución del gas natural. Pocos fieles, pues, pero no aislados: «Somos las Iglesias del “vivir junto” a los musulmanes», resumió el obispo, que también preside la Conferencia Episcopal Regional del Norte de África (Cerna). No oculta las dificultades, como las que a menudo encuentran, en sus comunidades de origen, los pocos convertidos locales, pero subrayó también que la respuesta sigue siendo la de la apertura. «Como Iglesia católica, no tratamos de convertir —explicó, recordando que las leyes del país prohíben el proselitismo—, sino que acogemos a quienes hacen un recorrido personal y tocan a nuestras puertas, demostrando haber hecho una experiencia espiritual profunda».
La de la acogida y la convivencia es, por lo demás, una de las características de la Iglesia del Norte de África desde hace tiempo. Se trata de una realidad que desde hace años ve aumentar en su interior a quienes provienen de las regiones que se encuentran debajo del Sahara: primero estudiantes y después sacerdotes, religiosos y monjas. Al final: los migrantes que viajan hacia Europa y que deben esperar con el objetivo de reunir el dinero suficiente para proseguir, o bien los que deciden permanecer en Argelia. Su paso y su presencia, explicó el mismo monseñor Desfarges, o pueden dejar indiferentes a los cristianos: «soportan condiciones durísimas, a veces inhumanas, durante el viaje, y, cuando llegan aquí, encuentran en nuestras iglesias un lugar en donde volver a vivir en su dignidad de hombres y mujeres», continuó el obispo.
Las Iglesias del Norte de África se empeñan en «redescubrir la dimensión africana» a través de los rostros de estas personas, y responden a la invitación de la última asamblea de la Cerna, que se llevó a cabo a principios de abril. «No somos organizaciones no gubernamentales, nuestros medios son limitados —especificó el obispo de Constantina e Hipona—, pero podemos tener el enfoque del Buen Samaritano del Evangelio: acoger a quienes sufren, asistirlos en las primeras necesidades y, cuando sea posible, también más allá, por ejemplo, permitiendo que los hijos de los migrantes vayan a la escuela». Entonces, se trata de un papel no político, pero que no impide a los obispos expresar preocupación por la manera en la que se está afrontando la cuestión migratoria a nivel europeo: «Se externalizan las fronteras, que son “sacadas” de Europa para detener las migraciones: es una injusticia también para nuestros países, que deben ocuparse de un movimiento de poblaciones que no quieren quedarse en ellos», resumió monseñor Desfarges.
Por el contrario, según el religioso, la mejor actitud sería la de «darse cuenta de que la migración no es solo la que tiene como destino último Europa, aunque solo se hable de ella. La migración es un fenómeno mundial, que debería llevar a todos los Estados a preguntarse antes que nada cómo permitir que las personas migren, porque, de cierta manera, es un derecho, y después cómo impedir que se vean obligadas a hacerlo debido a condiciones sociales que vuelven la vida imposible en algunos países».