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The Night of: Un viaje al principio de la noche

Hilario J. Rodríguez - publicado el 26/09/16

Ni somos tan culpables como parecemos ni somos tan inocentes como nos hicieron creer que éramos

En Sospecha (Suspicion, 1941, Alfred Hitchcock), Lina McLaidlaw (Joan Fontaine) es una mujer de buena familia que no ha roto un plato en su vida, hasta que decide casarse con Johnnie Aysgarth (Cary Grant) pese a la oposición de sus padres.

Muy pronto descubre que su marido no sólo es un derrochador y un irresponsable, como habían intentado advertirle, sino que además quiere librarse de ella.

Con el tiempo, sus embustes ya no consiguen engatusarla. Ni siquiera le importa que él la llame “carita de mono”. Le preocupan su temeraria forma de conducir por las estrechas carreteras que desembocan en unos acantilados, y los vasos de leche que le prepara en mitad de la noche.

Hitchcock nos muestra los hábitos de Johnnie de forma astuta, ofreciendo sólo una parte de la realidad que nos empuja a pensar como su esposa cuando ella comienza a temer que él pueda estar envenenándola.

La película deja bien claro que él es un ludópata, un mentiroso, un egoísta, un irresponsable, un charlatán e incluso un ladrón; y Lina nos convence de que además es un asesino. Hay demasiadas pruebas como para no darnos cuenta. Por eso al final aceptamos el papel de detectives privados, dispuestos a cerrar la narración antes de que lo haga Hitchcock, pero también pendientes de la posible suerte de Lina.

Una vez más, no obstante, el enigma es mucho más simple, sin asesinos ni víctimas, y al mismo tiempo mucho más complicado, porque aunque el pobre Johnnie puede ser efectivamente un colosal irresponsable, no sería capaz de matar a nadie a no ser a sí mismo.

¿Dónde nos deja un relato así? En mi opinión, nos deja ante el comienzo de The Night of, la serie de la HBO sobre un caso de asesinato con un cadáver, un sospechoso, pruebas y circunstancias condenatorias, y una red de personajes cuyo criterio difícilmente podríamos seguir… si fuéramos menos pasivos y más activos, menos espectadores y más protagonistas.

Al fin y al cabo, nosotros -los espectadores- siempre acabamos siendo parte de los espectáculos, nos resistamos o no, como cómplices o antagonistas, aceptando o cuestionando, pensando o dejando que alguien lo haga por nosotros, firmes ante hábitos mentales o confundidos.

Quienes concibieron la serie lo saben, de ahí sus juegos para probarnos. Nos presentan al falso culpable (de cuya inocencia jamás podremos llegar a estar seguros, ni siquiera al final), abriendo luego varias posibilidades y mostrándonos al mismo tiempo el progresivo cambio del personaje principal en la cárcel, durante su proceso de embrutecimiento y deshumanización, con el objetivo de hacernos creer cualquier cosa con tal de verlo de nuevo libre.

Posibilidades: un negro radical (bocazas, desafiante, pendenciero y poco o nada empático), el padre de la víctima (pesetero, violento y aficionado a casarse con mujeres entraditas en años y con tendencia morirse), otro negro en una gasolinera (de modales discutibles, opiniones sexistas, una seguridad turbia, un discurso contundente y una mirada capaz de coagular un primer plano), y otros “sospechosos habituales” dispuestos a jugar con nosotros hasta donde les dejemos.

Si buscamos la solución a un enigma, transformaremos la serie en un procedural convencional, después de tantas películas centradas en la fragilidad de las apariencias, en las que el verdadero asesino es alguien en quien apenas hemos reparado. Por suerte, The Night of es mucho más.

Naz Khan (Riz Ahmed) toma prestado el taxi que su padre comparte con dos socios, para ir de Brooklyn a una fiesta en Manhattan, donde espera “hacer contactos”. En el camino hace una parada y una chica (Sofia Black D’Elia) se sube en el taxi creyendo que está de servicio. Hablan, beben una cerveza a la orilla del río Hudson, van a la casa de ella, consumen drogas, juegan de manera irresponsable con un cuchillo, sangre, sexo, y varias horas más tarde él se despierta en la cocina, ella está muerta sobre su cama.

El pánico lo confunde, huye, tiene que volver a por las llaves del taxi, rompe un cristal, lo ve un vecino, no conduce con prudencia, un coche de policía enciende la sirena detrás de él, le ponen unas esposas, acompaña a dos agentes a la escena de un crimen, hasta acabar finalmente en una comisaría de donde intenta escaparse pero no lo consigue. Tiene restos de sangre en su ropa, en su piel, y en el bolsillo de su cazadora aparece un cuchillo también ensangrentado.

No recuerda nada, sólo sabe que es inocente. Y como nosotros no hemos visto nada (ni lo veremos), estamos casi obligados a confiar en él o en un abogado dispuesto a sacarlo de la cárcel pagando una fianza (John Turturro), aunque a este último apenas le importe si a quienes defiende son culpables o no mientras le paguen.

Las imágenes de The Night of nos sugieren que en Estados Unidos la Ley ha acabado transformándose en uno de los muchos productos del capitalismo y sólo quien tiene dinero puede aspirar a un juicio justo, con un mínimo de ecuanimidad. Por eso los padres de Naz Khan (Riz Ahmed) se las ven y se las desean para explicarse ante los socios del padre cuando ellos reclaman el taxi (retenido por la policía como prueba), para pagar a un buen abogado, esquivar a la prensa o demostrar a su vecindario que, pese a ser de paquistaníes, no son unos terroristas.

Por desgracia, son débiles. Son débiles porque no son ricos, porque tienen que buscar nuevos trabajos, fregar suelos, hacer lo que sea, hasta que sus fuerzas flaquean (y sus escasos ahorros se evaporan) y ellos mismos dudan. ¿Es su hijo de verdad inocente? Incluso nosotros comenzamos a dudar al verlo en la cárcel, rapándose al cero, tatuándose, musculándose, consumiendo droga e interviniendo en cosas mucho peores.

Todo esto, no obstante, se lo podemos atribuir al sistema, culparlo por envilecer a seres sobre quienes pese una sospecha, metiéndolos en una institución donde no hay reglas, muy parecida a la jungla. Algo así ya lo hemos visto mil veces en otras películas o series, lo bueno es que aquí los guionistas (el grandísimo Richard Price y Steve Zailland, con una pequeña ayuda de Peter Moffat) están dispuesto a picar piedra, para que vayamos conociendo mejor a Naz, sus explosiones de violencia en el instituto, sus trapicheos con las drogas, su profunda sensación de extranjería pese a ser estadounidense de nacimiento y no haber estado en Pakistán jamás. Vamos, que no era una angelito antes de su arresto.

A algunos norteamericanos les gustan las cazas de brujas, quemar a la gente, jugar a policías y ladrones, ejercer de jueces aunque también hayan participado en los delitos que pretenden juzgar. Ante cosas así, el cine le recuerda a los espectadores su grado de implicación en cuanto ven, insistiendo en que cierto cine existe porque hay quienes lo aplauden, de la misma manera que ciertos actos tienen lugar sólo porque hay irresponsables que se dejan arrastrar por algún bocazas o por una horda y participan en ellos. La existencia de imágenes inmorales u ofensivas se debe principalmente a que hay espectadores potenciales para consumirlas sin rechistar.

Y el ejercicio de la justicia se ha ido convirtiendo también en eso, cada vez más. Un juicio ha dejado de ser un estimulante ejercicio para desentrañar una verdad oculta o para evitar que un inocente acabe injustamente en la cárcel. Ahora las películas que reflejan el procedimiento de la ley quieren decirnos que la justicia ha acabado convirtiéndose en un gran espectáculo mediático porque nosotros, los espectadores, lo secundamos y le damos carta de naturaleza.

The Night of se despliega como un fresco donde un policía intachable (Bill Camp) se desentiende de ciertas pruebas porque refutan su concluyente teoría sobre la culpabilidad de Naz, una fiscal (Jeannie Berlin) ataca a un acusado aun cuando ella misma es consciente de su inocencia (sólo porque no quiere perder un caso), una abogada (Amara Karan) sacrifica su carrera por defender a un supuesto inocente que luego no se acuerda de ella, los supuestos amigos del protagonista le traicionan con sus testimonios “verdaderos”… Y nadie conoce a nadie en el terrorífico mundo donde parece escenificarse la serie: Nueva york varios años después de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Qué es una película, se pregunta la gente, sin tener una idea clara, sin saber ya qué es lo que ha sucedido con el séptimo arte y con su fiabilidad como elemento indispensable en los juicios modernos, donde muchas veces las pruebas que se presentan son imágenes tomadas por una cámara de vídeo. Cada cual habrá de responder de la mejor manera que le dicte su conciencia.

Salta a la vista, eso sí, que la suciedad no está tan centralizada como creemos y que se extiende más allá de donde llegamos a ver, que el grado de culpabilidad difiere como también difiere el grado de inocencia. Ni somos tan culpables como parecemos ni somos tan inocentes como nos hicieron creer que éramos.

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