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¿Hablar mucho de misericordia, no puede llevar a relajarse y pecar más?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 26/09/16
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Si Dios siempre nos va a perdonar… 

Suele suceder que mi pecado me aleja de Dios. Me hace sentir culpable. Y en lugar de acercarme arrepentido para pedir perdón, me alejo. Mi pecado de egoísmo puede llenarme de bienes aparentes que me dejan vacío. Me sacian por un momento y después vuelve la insatisfacción.

Una vida de pecado es una vida llena de confusión, desordenada. El pecado puede ser un mal para mí mismo y puede serlo para los que me rodean. El pecado puede centrarme en mí mismo y volverme egoísta y orgulloso.

El pecado me hace esclavo y dependiente. Me hace mirar sólo mi bien, lo que deseo, lo que me gusta, y dejar de lado el bien de los otros.

Una persona me comentaba el otro día: “¿No puede suceder que al hablar tanto de un Dios misericordioso le quitemos importancia al pecado personal? ¿Y que uno llegue a pensar: como Dios es tan misericordioso da igual cómo viva, haga lo que haga siempre me va a perdonar?.

Creo que no es así. En la vida cometemos muchos pecados. Las tentaciones son muchas y caemos porque somos débiles. En unas ocasiones caemos por dejadez. En otras ocasiones porque nos dejamos llevar por lo que nos tienta, y pensamos que así seremos más felices.

Esos pecados pueden alejarnos de Dios. Nos hacen sentir culpables y nos alejan del perdón. Pero esa lejanía es más bien fruto de esa falta de perdón hacia nosotros mismos. No nos perdonamos y no creemos en la misericordia de Dios.

Por eso creo que hablar mucho de misericordia hoy en día no hace que pequemos más. Como el que piensa que da igual lo que uno haga que Dios siempre me va a perdonar. Al contrario, me hace bien.

La misericordia del padre que espera al hijo que se había alejado, abre una puerta de esperanza. Es una nueva oportunidad para aquel que quiere dejar su vida de pecado y recorrer otro camino.

Decía el papa Francisco: Él quiere tus manos para seguir construyendo el mundo de hoy. Él quiere construirlo contigo. Me dirás, Padre, pero yo soy muy limitado, soy pecador, ¿qué puedo hacer? Cuando el Señor nos llama no piensa en lo que somos, en lo que éramos, en lo que hemos hecho o de dejado de hacer. Al contrario: Él, en ese momento que nos llama, está mirando todo lo que podríamos dar, todo el amor que somos capaces de contagiar. Su apuesta siempre es al futuro, al mañana.

Cuando Jesús me mira ve toda la belleza de mi alma. Como cuando Jesús miró a Mateo y no vio al publicano pecador, sino al apóstol escondido en su misma piel. En mi pecado Dios viene a rescatarme. Conoce mi debilidad y se alegra en mi riqueza. Sabe todo lo que puedo llegar a dar con mi vida si me abandono en sus manos. Distingo entre los pecados puntuales y una vida de pecado.

Todos, hasta el más santo, cometemos pecados. Nos dejamos llevar. Nos tentamos y caemos.

Pecamos de egoísmo con nuestras cosas. Caemos en la vanidad. En el juicio, en la crítica. Nos dejamos llegar por la gula. La envidia nos hace desear lo que no tenemos y condenar al que tiene lo que deseamos. Somos orgullosos y soberbios. La pereza nos inmoviliza.

Una vida santa tiene pecados. La santidad no consiste en no pecar nunca, porque sé que es imposible.

Los pecados puntuales no me alejan tanto de Dios. Puede ser que a veces sí. Una pelea fruto de mi ira que me llena de pena. Un acto del que me arrepiento profundamente por haber sido infiel. Son pecados que enturbian el alma y me hacen sentir lejos de Dios. Porque me hieren en lo más profundo.

Pero es algo distinto a llevar una vida de pecado. Es diferente. El problema es cuando en mi vida me he metido en una corriente de la que no puedo salir y que me aleja lentamente de Dios, paso a paso.

En ese momento, si me doy cuenta y cojo fuerzas para iniciar un cambio, puedo echar marcha atrás y convertirme por la gracia de Dios.

En ese momento, saber que Dios es misericordioso y me espera siempre, haga lo que haga, más que una excusa para seguir pecando, es una luz para enderezar el camino que no me hace feliz.

Acentuar la misericordia de Dios más que ser un lenitivo que permita una vida de pecado, es una puerta abierta para el que ve que tiene que cambiar de vida, que necesita cambiar de vida y no tiene fuerzas. Ver al final del camino la mirada misericordiosa del Padre es lo que el alma necesita, es una ventana a la esperanza.

El papa Francisco habla del perdón sacramental: La Reconciliación sacramental permite colocar los pecados y los errores de la vida pasada bajo el influjo del perdón misericordioso de Dios y de su fuerza sanadora.

Mi pecado me enferma. El perdón de Dios me sana. La misericordia sana mi vida y me permite volver a comenzar. Me permite amar mejor, con más profundidad.

A veces mis pecados son por omisión. No hago nada malo, más bien dejo de hacer el bien. Más que actos, son ausencia de amor. Más que ofensas, son faltas de misericordia.

San Pablo me recuerda cómo debe ser mi vida: “Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe.

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