Crónica de un hombre triturado por el sistema El otro como una herida. El otro como una flecha hiriendo o una abstracción desnuda caminando por el cráter de un mundo convulso, marginal, un mundo agujereado y crudo, en permanente proceso de demolición. El otro en el cine del realizador portugués Pedro Costa va en retroceso, como uno mismo, y está hecho de memoria y sueños febriles con destellos de horror, que recuerdan a Resnais.
Al otro lo vemos siempre en las películas de Costa flotar en una marea de indigencia, de desamparo que no cesa, de susurro que chirría y borra cualquier balbuceo de belleza en una Lisboa de suicidarse a gusto, en una Lisboa de mirador y barrio alto donde todas las imágenes son una misma.
Aprende uno a esperar, porque ya nos enseñó Kafka, aquel cronista del hombre triturado por el sistema, que la espera es la condición esencial del ser humano. Y esperando a uno le van llegando las esencias como la que se acaba de estrenar en España: Caballo Dinero, una película que indaga en el laberinto de la memoria como trauma y como pesadilla, de la memoria individual y colectiva, a la que se llega siguiendo el pasadizo secreto de la alucinación onírica, la estela de la locura y la derrota de un personaje capital en la obra de Costa: el inmigrante caboverdiano Ventura, que ya protagonizara Juventud en marcha en 2006, aquella obra que le sirvió para obtener el reconocimiento internacional a una forma de filmar que huye del aparataje y donde se funden las fronteras entre lo documental y la ficción, para, como señalaba Cézanne, capturar el momento en el que acontece el mundo tal cual.
El cine de Costa, o sea el verdadero arte, se funde de nuevo con la vida y uno ya no quiere ver otra cosa, que no sea a este jubilado Ventura recordando con desesperación y manos temblorosas aquellos años de peón o de Revolución de los Claveles, este Ventura saliendo de la poesía fílmica de lo claroscuro, como de un clásico de John Ford o un plano de Lynch, saliendo del volcán de la desgracia, la figura desnuda de Ventura haciendo memoria como una sombra caminante por las paredes de un hospital-caverna lisboeta.
Es un arte que piensa el espacio y el tiempo. Comenzó a forjarse en la periferia de esa Fontainhas ya destruida, aquel arrabal de una Europa fragmentada. Es un arte que se acerca como nadie al otro, que lo palpa y lo toca, y en lugar de imágenes lo que va dejando es un reguero de heridas abiertas o miradas de las que emanan un fuego oculto que va apagándose mientras hacen memoria: la madre en Cabo Verde, el capataz Ernesto, el MFA, Zulmira, Vitalina, el Caballo Dinero…”¿Dónde está mi caballo Dinero”?, pregunta Ventura. “Acabaron con él los buitres”, que es lo que hace con nosotros el tiempo, que sólo teme a las pirámides.