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Papa Francisco: ¿No perdonas porque te crees más grande que Dios?

Un non credente può avere i peccati perdonati? – es

© luxorphoto/SHUTTERST OCK

Ary Waldir Ramos Díaz - publicado el 21/09/16

En la audiencia general, explica cómo ser misericordiosos como el Padre

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Si Dios nos ha perdonado, ¿por qué no podemos perdonar a los demás?, cuestionó el papa Francisco este miércoles 21 de septiembre durante la audiencia general dedicada al tema misericordiosos como el Padre (cf. Lc 6,36 a 38) en la plaza de San Pedro del Vaticano.

Para poder mantener relaciones fraternas hay quesuspender juicios y sentencias, aseguró

«Si Dios me ha perdonado, ¿por qué no puedo perdonar a los demás? ¿Acaso soy más grande que Dios? ¿Entienden esto?”, dijo.

“Jesús no tiene la intención de desviar el curso de la justicia humana; sin embargo, recordó a sus discípulos que para tener relaciones fraternas se deben suspender juicios y sentencias. El perdón es el pilar que sostiene la vida de la comunidad cristiana”, constató.

De esta manera, indicó que en la oración del Padrenuestro los cristianos pedimos perdón todos los días y allí radica el significado del amor perfecto de Dios que perdona siempre.

“Perdonar las ofensas porque nosotros hemos sido perdonados de tantas ofensas y de tantos pecados; así es fácil perdonar», aseguró.

Y añadió: “Juzgar y condenar al hermano que peca está mal”.

“No porque no quiero reconocer el pecado, sino porque condenar al pecador rompe el vínculo de fraternidad con él y desprecia la misericordia de Dios, que en cambio no quiere renunciar a ninguno de sus hijos”, sostuvo.

Y reiteró: “No tenemos el poder para condenar a nuestro hermano que comete un error, no estamos por encima de él: tenemos más bien un deber de recuperarlo a la dignidad de hijo del Padre y a acompañarlo en su camino de conversión”.

Donar

El Pontífice explicó que el segundo pilar de la Iglesia de Jesús es la acción de “donar”.

“Dios da mucho más allá de nuestros méritos, pero será aún más generoso con los que aquí en la tierra hayan sido generosos», indicó.

«Jesús no dice lo que les va a pasar a los que no donan, pero la imagen de la «medida» es una advertencia: con la medida del amor que donemos, podemos determinar cómo seremos juzgados, cómo seremos amados”, sugirió.

«¡Si se mira de cerca, hay una lógica coherente: en la medida en que se recibe de Dios, se entrega al hermano, y en la medida que se da al hermano, se recibe de Dios!”, refirió.

¿Qué significa ser misericordiosos?

Al final, el Pontífice pidió a los presentes no olvidar que para ser misericordiosos como el Padre se necesita “misericordia y donar, perdón y donar”.

“Así el corazón se alarga, se alarga en el amor. En cambio, el egoísmo y la rabia hacen pequeño, pequeño, el corazón y se endurece como una piedra”.

Luego, solicitó a la multitud: “Respondan, ¡no oigo bien!: ¿Qué prefieren ustedes? ¿Un corazón lleno de amor? Entonces sean misericordiosos”, dijo en el contexto del jubilo extraordinario de la misericordia que concluirá en noviembre.


Galería fotográfica

©AntoineMekary/Aleteia 

Texto completo de la catequesis

Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Hemos escuchado el pasaje del Evangelio de Lucas (6.36 a 38) que inspira el lema de este Año Santo extraordinario: Misericordiosos como el Padre. La expresión completa es: «Sean misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (v. 36). Este no es un eslogan a efecto, sino un compromiso de por vida. Para entender esta expresión, podemos compararlo con esa paralela al Evangelio de Mateo, donde Jesús dice: «Sean, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (5:48). En el llamado Sermón de la Montaña, que se abre con las Bienaventuranzas, el Señor enseña que la perfección consiste en el amor, el cumplimiento de todos los preceptos de la Ley. En esta misma perspectiva, San Lucas explícita que la perfección es el amor misericordioso: ser perfectos significa ser misericordiosos.

¿Una persona que no es misericordiosa es perfecta? ¡No!  ¿Una persona que no es misericordiosa es buena? ¡No! La bondad y la perfección tienen raíces en la misericordia.

Por supuesto, Dios es perfecto. Sin embargo, si lo pensamos así, se hace imposible para los hombres alcanzar esa perfección absoluta. En su lugar, tener ante nuestros ojos a Dios como el misericordioso, nos permite comprender mejor su perfección y nos insta a ser como Él, llenos de amor, de compasión y de misericordia.

Pero, les pregunto: ¿las palabras de Jesús son realistas? ¿Es realmente posible amar como Dios ama y ser misericordiosos como Él?

Si nos fijamos en la historia de la salvación, vemos que toda la revelación de Dios es un amor incesante e inagotable hacía la humanidad: Dios es como un padre o una madre que ama con amor infinito y lo derrama con abundancia sobre todas las criaturas.

La muerte de Jesús en la cruz es la culminación de la historia de amor entre Dios y el hombre. Un amor tan grande que sólo Dios puede lograr. Está claro que, en comparación con este amor que no tiene medida, nuestro amor será siempre defectuoso. Pero, ¡cuando Jesús nos llama a ser misericordiosos como el Padre, no piensa en la cantidad! Él pide a sus discípulos de ser signo, canales, testigos de su misericordia.

La Iglesia sólo puede ser un sacramento de la misericordia de Dios en el mundo, en cualquier momento y para toda la humanidad.

Todo cristiano, por lo tanto, está llamado a ser un testigo de la misericordia, y esto sucede en el camino de la santidad.

¡Piensen en cuántos hombres y mujeres santos de la caridad iluminan la historia de la Iglesia!

Todos han sido misericordiosos, porque ellos se quedan para llenar el corazón de la misericordia divina. Ellos han dado sustancia al amor del Señor de verterlo en las múltiples necesidades de la humanidad que sufre. Este florecimiento de las muchas formas de la caridad se puede ver en el reflejo del rostro misericordioso de Cristo.

¿Qué significa para los discípulos ser misericordiosos? Jesús lo explica con dos verbos: «perdonar» (v. 37) y «dar» (v. 38).

La Misericordia se expresa, en primer lugar, en el perdón: «No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.»(v. 37).

Perdón

Jesús no tiene la intención de desviar el curso de la justicia humana, sin embargo, recordó a sus discípulos que para tener relaciones fraternas se deben suspender juicios y sentencias. El perdón es el pilar que sostiene la vida de la comunidad cristiana, ya que muestra la gratuidad con la que Dios nos ha amado primero.

El cristiano debe perdonar ¿Pero, por qué? Porque ha sido perdonado. Todos nosotros que estamos en la Plaza hemos sido perdonados. Ninguno de nosotros puede decir que nunca ha necesitado del perdón de Dios. Y porque nosotros hemos sido perdonados, entonces debemos perdonar.

Lo recitamos todos los días en el Padre Nuestro: “Perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos 
a los que nos ofenden”. Es decir, perdonar las ofensas porque nosotros hemos sido perdonados de tantas ofensas y de tantos pecados. Así es fácil perdonar. Sí Dios me ha perdonado, ¿por qué no puedo perdonar a los demás? A caso ¿soy más grande que Dios? ¿Entienden esto?

Juzgar y condenar al hermano que peca está mal. No porque no quiero reconocer el pecado pero ¿por qué condenar al pecador rompe el vínculo de fraternidad con él y desprecia la misericordia de Dios, que en cambio no quiere renunciar a ninguno de sus hijos.

No tenemos el poder para condenar a nuestro hermano que comete un error, no estamos por encima de él: tenemos más bien un deber de recuperarlo a la dignidad de hijo del Padre y a acompañarlo en su camino de conversión.

Donar

A su Iglesia Jesús también indica un segundo pilar: «donar«. «Den, y se les dará; se les echará en su delantal una medida colmada, apretada y rebosante. Porque con la medida que ustedes midan, serán medidos ustedes.»» (v. 38).

Dios da mucho más allá de nuestros méritos, pero será aún más generoso con los que aquí en tierra habrán sido generosos. Jesús no dice lo que va a pasar a los que no donan, pero la imagen de la «medida» es una advertencia: con la medida del amor que donemos, podemos determinar cómo seremos juzgados, cómo seremos amados.

¡Si se mira de cerca, hay una lógica coherente, en la medida en que se recibe de Dios, se entrega al hermano, y en la medida que se da al hermano, se recibe de Dios!

Por tanto, el amor misericordioso es el único camino a seguir. ¡Cuánto necesitamos de ser todos un poco más misericordiosos! De no chismosear de los demás, de no juzgar, de no desplumar a los otros con las criticas, con las envidias, con los celos. Perdonar, ser misericordiosos y donar.

Esta caridad y este amor permiten a los discípulos de Jesús de no perder la identidad recibida por él y de reconocerse como hijos de un mismo padre (cf. 1 Cor 12:31; 13:13).

En el amor que ellos – nosotros – practican en la vida se refleja esa Misericordia que no tendrá fin (cf. 1 Co 13.1 a 12).

Y no se olviden de esto: Misericordia y donar, perdón y donar. Así el corazón se alarga, se alarga en el amor. En cambio, el egoísmo y la rabia hacen pequeño, pequeño, pequeño el corazón y se endurece como una piedra. Respondan, no siento bien: ¿Qué prefieren ustedes? Un corazón lleno de amor. Entonces sean misericordiosos.


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