Una desasosegante y violenta producción italiana que parece empeñada en decirnos que no hay nada que rescatar en este mundoTengo que admitir que me irritan profundamente las películas que pretender dar una imagen de desesperanza. Las hay muy buenas, una cosa no quita la otra, pero a veces me pregunto por qué el pesimismo está tan bien visto y el optimismo no sabría yo que decirles.
Suburra fue una de las favoritas en los premios David de Donatello (para entendernos, los Oscar italianos) y la crítica se ha deshecho en elogios. El film toma su título del barrio de una zona monumental de Roma. Suburra era un núcleo conocido por su delincuencia y sus condiciones de vida miserables hasta el punto de que hoy día cuando alguien en Italia habla de “suburra”, lo que hace es referirse a un lugar insano de delitos e inmoralidad.
Pues bien, por ahí van los tiros de Suburra. En realidad, nada nuevo sobre el horizonte. Una sociedad depravada y desasosegada en un entorno miserable y desesperanzado. El film arranca con un político practicando sexo con dos prostitutas, una de ellas menor, precisamente la que muere mientras fuman heroína.
La consecuencia es que un “limpiador” se encargará de deshacerse del cadáver y posteriormente será el que chantajee al político de rigor. Por si fuera poco, todo esto ocurre en mitad de un país al borde la quiebra institucional, el primer ministro pende de un hilo y ni la Iglesia se escapa. También allí, en la Basílica de San Pedro, hay mala hierba con la que lidiar según la película de Stefano Sollima.
Suburra es, en cierto sentido, una versión putrefacta de la película de Roberto Rossellini Roma. Ciudad abierta. Nada parece tener salvación en la capital italiana porque según el film de Sollima todo está podrido y hundido en la miseria. No es de extrañar, por otro lado, que Sollima tire por ahí.
Su filmografía habla por sí sola y sus títulos resultan de lo más elocuentes: Roma Criminal (2008, serie de televisión), All Cops are Bastards (2012) y la también serie de televisión Gomorra (2014), sobre la mafia.
Dicho esto, y si tenemos que ser francos, lo cierto es que Suburra, como película, tal cual, no es mala. Está basada en una novela de dos vacas sagradas de la literatura italiana, Carlo Bonini y Giancarlo De Cataldo cuya adaptación a la gran pantalla han llevado a cabo nada menos que cuatro guionistas, incluyendo a los propios autores de la novela.
Y esto, que suele ser mala señal (demasiadas manos metiendo mano en un mismo guion), en Suburra se traduce en una telaraña de historias conectadas entre sí y perfectamente ensambladas para describir a una Italia sucia, fea y corrupta. Los grandes monumentos que pueblan la ciudad pasan desapercibidos en un segundo plano desenfocado para que sean sus protagonistas, asesinos, traficantes, delincuentes de tres al cuarto y capos de la mafia los que tomen el protagonismo de la historia.
Al final, es cierto que uno sale con mal sabor de boca, pero porque la película está bien hecha, porque tiene un exquisito cuidado visual y porque en ella se aprecia un guion muy cuidado. Otra cosa es que todo sea podredumbre, la política, la Iglesia, la Justicia, la fidelidad, el amor, la familia… Yo creo, quiero creer, debo y creo que puedo creer, que no es así.