El relato representa un episodio básico de la historia del país, la carrera de BirkebeinerrennetEl principal aliciente de El último rey, digámoslo desde el principio, es que es una historia situada en la Edad Media de Noruega. Esto, que puede parecer una nimiedad, no es baladí, porque acostumbrados a contemplar historias medievales en Europa o incluso en lugares fantásticos como la Tierra Media o Poniente (en realidad, más o menos, lo mismo), resulta reconfortante, aunque sea un mínimo cambio de escenario.
En El último rey nos trasladamos a la Noruega de 1204, cuando el país andaba dividido por la sucesión real e inmerso en una constante concatenación de guerras civiles. Un momento plagado de traiciones y conspiraciones en donde ni la familia ni la Iglesia eran garante de nada. Los hermanos se mataban entre sí y la casa del Señor tomaba partido político.
En un mundo oscuro y sucio, traicionero y cruel, un bebé es rescatado de una muerte segura y ocultado en una pequeña fortaleza en mitad de las montañas nevadas. El invierno es crudo y las tormentas son traicioneras pero nada impide que las familias y los clanes se posicionen y que los partidarios de una nueva estirpe real vayan a dar caza al legítimo heredero del trono, una criatura que no tiene un año de edad y que un día se convertiría en el rey Haakon IV.
La historia, supongo, les sonará de algo. En efecto, no hay demasiada originalidad en el planteamiento tal vez porque está basada en un hecho real o quizá porque se acerca a un manido estereotipo del género que se ha comprobado, sobradamente, que funciona. El resultado, en El último rey, en efecto, no es muy distinto. La película aunque previsible se deja ver con agrado.
Tal vez porque al tratarse de una producción noruega algunos ingenuos, yo mismo entre ellos, esperen que la cosa cambie y que al final contemplemos una historia que sea algo más que una constante huida y algunas batallas con espadas, arcos y flechas. Pero no, lo cierto es que, entretenida y todo, El último rey se queda ahí. Esto, no se crean, tiene su mérito. No es fácil hacer una película con una historia que vuele a deja vú y aun así mantener el interés del respetable aunque solo sea lo justo para que el espectador no consulte el reloj del móvil.
Sin duda, lo mejor son sus persecuciones en esquí porque sí, y si lo pensamos resulta obvio, en el siglo XIII ya habían esquís y se les daba muy bien. De hecho, cuando los enemigos del heredero legítimo localizan al bebé, dos guerreros consiguieron huir con esquís por la pendiente de una montaña. Todos los años, en Noruega, se rememora esta hazaña en la cual miles de esquiadores deben recorrer 54 kilómetros con el método tradicional y con una mochila que pese, como mínimo, tres kilos y medio, lo que se supone debía pesar Haakon IV cuando solo era un bebé. La carrera se le conoce como Birkebeinerrennet, el título original de la película.