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Dejando “una tierra sin domingo”

Alexander Schimpf - publicado el 11/09/16

A diferencia de la Rusia comunista, Estados Unidos no es un estado de represión para observar el Sabbath Un colega mío de la St. Gregory’s University, en Oklahoma, me dio a conocer un pequeño y maravilloso ensayo de Maria von Trapp, The Land Without a Sunday [La tierra sin domingo].

El ensayo, extraído de su libro de 1955 Around the Year with the Trapp Family [Un año con la familia Trapp], comienza recordando cómo la Rusia comunista intentó eliminar el domingo. La idea era vaciar el domingo de su poder religioso y cultural eliminándolo como día público de descanso.

Un individuo podía recibir un día de descanso del trabajo cada cinco, siete o incluso cada nueve días. Sin embargo, como las personas tenían que trabajar por turnos, la mayoría de los amigos y vecinos seguirían trabajando mientras uno estaba de día libre. Como resultado, nunca había un día en el que los engranajes de la sociedad se detuvieran por completo, ninguna mañana silenciosa únicamente perturbada por las campanas de una iglesia. Era una sociedad de trabajo incesante, una “tierra sin domingo”.

El valor imperecedero del ensayo de Maria von Trapp se encuentra no sólo en su descripción de la vida en la Rusia comunista, sino también en su exposición sobre el impacto cultural que su familia padeció a su llegada a Estados Unidos a finales de la década de 1930.

Según sugiere sutilmente el ensayo de von Trapp, la Rusia comunista no era la única tierra sin domingo: a Estados Unidos también parecía faltarle algo esencial de este día. Von Trapp describe cómo el típico ciudadano estadounidense trataría de despertarse lo más tarde que pudiera un domingo por la mañana (después de haber estado la mayor parte de la noche del sábado despierto) y luego saltar al coche para ir “zumbando” para llegar al servicio de misa de las 11 a.m.

Las tardes de los domingos resultaban a von Trap incluso más horrendas. Según señaló, para el estereotipo de estadounidense, después de la iglesia su actividad preferida “parecía consistir en ponerse sus pantalones más viejos y gastados y cortar el césped delantero de su casa, o lavar su coche con una manguera”. Von Trapp recogía incluso la confesión de una señora estadounidense que aseguraba abiertamente “odiar” los domingos.

Según el testimonio de von Trapp, tanto Rusia como Estados Unidos carecían de una celebración apropiada del domingo, aunque por razones muy diferentes. En Estados Unidos, la supresión estatal del domingo no era el problema: la gente era libre de hacer lo que quisiera. El impedimento parecía estar en los individuos en sí. Los estadounidenses que observa Von Trapp van a la iglesia, pero por alguna razón parecen ser incapaces del “descanso” que caracteriza tanto la celebración del sabbat hebreo como del domingo cristiano.

Así que tenemos que hacernos una pregunta obvia: ¿ha mejorado nuestra capacidad para descansar desde los años 30? ¿Nos han ayudado de alguna forma las oportunidades de compra, las exigencias de los niños de más deportes y actividades y la gran velocidad de internet para nuestros smartphones a celebrar el domingo de formas que resulten rejuvenecedoras para el ser humano? La pregunta se responde por sí sola. La asistencia media a la iglesia ha caído precipitosamente desde los días de von Trapp. Pero incluso para los feligreses fieles, el domingo es con frecuencia un día de poco descanso. Es común sentir que a uno se le da bien la parte de la “iglesia” en los domingos, pero no tan bien la parte del “reposo”.

¿Qué puede hacerse? Se podría abordar el problema desde una inspiración en gran medida del pensamiento del filósofo Josef Pieper en su obra El ocio y la vida intelectual.

La tesis de Pieper es que el ocio es la base de la cultura, que la cultura, en el mejor sentido de la palabra, no puede resultar sencillamente del esfuerzo humano. Por el contrario, la formación de la cultura depende del ocio, definido aquí no simplemente como “tiempo fuera del trabajo”, sino también como una actitud mental receptiva, relajada y festiva desde la que percibir cuidadosamente la realidad.

Sin embargo, la tesis de Pieper tiene un aspecto secundario más controvertido: el ocio en última instancia sólo puede basarse en la adoración divina. Es una declaración audaz, pero para la que Pieper explica su origen a través de una cuidada consideración de la historia del ser humano. A través de las culturas y la historia humana, la adoración de lo divino ha venido siendo la motivación principal para que los humanos detuvieran sus labores. Sólo la adoración ha triunfado sobre el trabajo. Ha sido la adoración la que ha dado lugar al ocio.

Puesto que somos criaturas sociales, sugeriría que nuestra falta de descanso dominical debe de ser, al menos en parte, un problema cultural (en especial dentro de nuestras culturas familiares particulares). Si la tesis de Pieper es correcta, entonces la clave para recuperar la quietud del domingo será recuperar la religiosidad del domingo, para orientar de nuevo nuestras culturas familiares más profundamente hacia la adoración divina.

Es posible que ya vayamos a misa, pero ¿qué más hacemos los domingos que nos abra a Dios? ¿De verdad nos abstenemos de nuestro trabajo y nuestras tareas durante este día? ¿Rezamos en privado? ¿Catequizamos a nuestros hijos o hablamos de Dios con nuestra familia? ¿Buscamos actividades recreativas con nuestra familia donde encontrar referencias a Dios?

Quizás cuando podamos responder afirmativamente a todas estas preguntas, cuando el domingo vuelva a ser Dies Domini, el Día del Señor, entonces podremos participar en ese “descanso” de Dios del que habla el Libro del Génesis.

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