Sensible y al mismo tiempo triste, falla sin embargo a la hora de lograr transmitir emociones al espectadorLlega a los cines el segundo largometraje, escrito y dirigido por el joven y emergente realizador islandés de 39 años, Rúnar Rúnarsson, que llegó a los Oscar con un cortometraje de ficción en 2004 (The last farm) y el año pasado se alzó con la Concha de Oro en el festival de cine de San Sebastián.
Sparrows (Gorriones) sigue las andanzas de Ari, un adolescente de 16 años que vive con su madre en Reikiavik hasta que se ve obligado a volver a la remota región de los fiordos occidentales para estar al cuidado de su padre Gunnar. El chico tiene dificultades para relacionarse tanto con su progenitor como con sus amigos de la infancia, a quienes encuentra muy cambiados. Ante la desilusión de vivir lejos de la ciudad y sumergido en un ambiente desesperanzador, deberá esforzarse para volver a ser feliz.
En buena lógica, la peculiar atmósfera de esta nación debe ser considerada como una protagonista más en el relato. Lo más interesante de este aspecto es que Rúnarsson no se regodea al plantear las veleidades de Ari, sobre todo en lo que se refiere al aspecto amoroso de la cinta, dejando tras de sí la pista de un relato que oscila entre lo cruel y lo esperanzador, como la vida misma. De este modo el cineasta se decide a tocar temáticas tanto racionales como emocionales, procurando ser consecuente con el pulso que requiere el planteamiento narrativo de su obra pero tratando de alimentar el interior de sus protagonistas.
En Sparrows (Gorriones) están presentes temas como la iniciación o el despertar a la vida, la fractura del seno familiar o la angustia por la pérdida del ser querido, que Rúnarsson viene tratando desde sus primeros cortometrajes. Además, sus personajes deambulan llenos de desesperanza, están rodeados de un halo de pesimismo y la visión del mundo y sus circunstancias comparte similitudes cinematográficas con los grandes dramas de David Lynch, uno de los padres del popularizado cine social, sólo que en este filme los temas resultan mucho más íntimos, más ásperos.
Sin embargo, en este envite vital de este drama paterno-filial, lo más jugoso es el modo con que padre e hijo afrontan lo que les viene mal dado. Y a partir de ahí se puede concluir que Sparrows (Gorriones) es una película de fe, donde el compromiso está por encima de cualquier otro valor, asunto que ya había trabajado el cineasta. O dicho de otro modo: en el tratamiento formal de los personajes estamos ante una de las más bonitas declaraciones de amor que se hayan visto en el cine, con el permiso de Ingrid Bergman y Cary Grant en su Encadenados.
No obstante, a pesar del esfuerzo actoral y de la buena dirección de actores, Rúnar Rúnarsson cierra demasiado los primeros planos e impide que algunos intérpretes transmitan suficientes emociones, o al menos las que necesita el espectador para traducir todos los sentimientos en marcha y procesarlos. De este modo, quedamos en que Sparrows (Gorriones) puede ser una película irregular, pero está muy cuidada en forma, fondo e intenciones y no da lugar a brechas argumentales.
En definitiva, Sparrows (Gorriones) es cine emocionante, de sencillez formal y de precisa puesta en escena, siempre atento a lo fundamental de las acciones de sus personajes. Sus imágenes son transparentes y todo se entiende a través de ellas. Nos hace sonreír ante un gesto de amabilidad y nos conmueve ante el dolor. Por fin, cine con sensibilidad.