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¿Existe la “Aldea Feliz”?… Sí, y está en Colombia

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Monica Ibáñez Sarco - publicado el 09/09/16

La vida en comunidad tiene sus beneficios, ¿quieres conocerlos?

En agosto de 2006 un grupo de 12 personas iniciaron la gran aventura de retirarse al campo en busca de paz interior y satisfacción personal; desafiando al prototipo tradicional de esperar alcanzar la calidad de vida con las oportunidades que te brinda la ciudad.

“Aldea Feliz” es una eco-aldea ubicada en San Francisco – Cundinamarca, a hora y media de la capital colombiana, Bogotá. Y a los diez años de haber sido iniciada esta experiencia comunitaria ha dado mucho que hablar por su estilo de vida que imita a las comunidades primitivas organizadas en tribus y dedicadas a la siembra y a la caza.

Tatiana Monroy Pardo hace parte del equipo de los fundadores de “Aldea Feliz” y ha querido compartir con Aleteia su experiencia de vida. Ella tiene 33 años y ha puesto al servicio de la eco-aldea sus conocimientos de psicología y educación. En la actualidad, se encarga del trabajo con los niños a quienes les enseña el conocimiento emocional y silencioso, y con los adultos trabaja la comunicación no-violenta. Impulsa y promueve las organizaciones circulares que marcan la pauta del gobierno que se vive en “Aldea Feliz”.

En busca de calidad de vida

“Mi intención cuando me vine a vivir al campo en un principio era acercarme a las comunidades indígenas. Luego, entendí que mi acción en la ciudad no me estaba satisfaciendo, no me sentía cómoda. En el campo podía disminuir la ansiedad, el cansancio, la saturación.”, dice Tatiana quien tuvo que sopesar su búsqueda interior con el éxito laboral.

Ella logró ingresar en la Fundación “Alberto Merani” sin aún terminar la carrera, y su familia esperaba su permanencia y un trabajo próspero y exitoso por lo que no estuvo de acuerdo con su decisión de dejarlo todo, a sus 22 años, para ir al campo. Sin embargo, Tatiana hizo todo lo posible para hacerles partícipe de su proyecto personal teniendo buena respuesta de sus padres.

Tatiana es consciente del cambio que su vida ha dado en estos 10 años. “En la ciudad estaba muy ligada a una sensación de insatisfacción por servirle al mundo. Me sentía muy atada a pensar que sólo se podía de una manera. Ha sido muy poderoso el darse cuenta que al vivir en el campo mi estado de satisfacción, bienestar aumentó bastante. Ahora me siento autónoma con el tiempo: Yo estoy trabajando para un grupo con el que quiero estar. Lo que estoy generando es lo que quiero generar. Puedo dedicarle el tiempo que quiera a educar a mi hijo y compartir en familia. Potencializar dones para servirle al mundo, a Colombia, a la familia, a sí misma”.

La vida en el campo no busca menospreciar la vida citadina. Es claro que hay gente que le hace feliz vivir en la ciudad. Pero es real y no es sorpresa que hay hábitos propiamente urbanos que, si no son controlados, no permiten la buena convivencia y el crecimiento de las relaciones personales.

“En la ciudad hace mucha falta el contacto físico, la gente está distraída con las cosas que compra, dónde se divierte, con los medios de comunicación, video-juegos. Pasa el tiempo y la gente se olvida de entrar en contacto, de preguntar cómo están, qué necesitan. Faltan espacios y caminar a una cultura del ser que va más allá del tener, del hacer. Yo voy a la ciudad muy poco y voy a compartir con mi familia y me sorprende porque cuando llego a la casa de mis padres el televisor está prendido, todos están pegados a los celulares.”

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La vida en comunidad te hace más persona

Cuando Tatiana trabajaba en la Fundación, antes de vivir en la eco-aldea, realizó una investigación llamada “La red afectiva” y la tesis decía que “vivir en comunidad aportaba significativamente en los seres humanos”. Y fue esta inquietud, en parte, la que la trajo al campo, a vivir en comunidad. Si bien es cierto, sus estudios estaban en las ciencias sociales fue aprendiendo y maravillándose de los beneficios y exigencias de la vida comunitaria.

“El mayor fuerte de `Aldea Feliz´ tiene que ver con organización social y tecnologías circulares; sobre como los seres humanos resolvemos las distintas situaciones que se presentan y son propias de la vida en comunidad.”

Al pasar los años, han recibido varias solicitudes de personas que quisieran tener esa experiencia, pero la tierra que tienen en posesión ya no tiene capacidad para recibir a más residentes. Tatiana, junto con sus compañeros, son conscientes de la responsabilidad social tan grande que tienen para los demás al momento de transmitir lo verdadero de la vida en comunidad. “Es exigente porque pide mucha coherencia en el ser, cambio de hábitos que no son tan fáciles de dar. Por eso el proceso requiere tiempo y responsabilidad.”

¿Una aldea sin problemas?

Un libro muy importante que sentó las bases de “Aldea Feliz” ha sido el de Mathieu Ricard: “En defensa de la felicidad”, de hecho sirvió para escoger el nombre de la eco-aldea.

“En el transcurso de los años nos hemos dado cuenta que ese nombre ha tenido mucho impacto porque muchos relacionan la felicidad con que una persona no puede estar triste. Nosotros tenemos nuestras dificultades, estamos tristes, nos hemos alejado de las familias, tenemos realidad como cualquier ser humano. La diferencia es que aquí nos hacemos responsables de eso. Me hago cargo de mi estado de frustración, de tristeza”, concluye Tatiana.

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