Artesanía y belleza en la animación del clásico de Saint-ExupéryHe aquí una niña que vive sola, con una madre ausente y sobreprotectora, en un mundo no mucho más grande que ella y delimitado por los confines que los adultos le han preparado a partir de organigramas y cálculos.
Así empieza más o menos esta cinta de animación, y así empieza más o menos el libro en el que se inspira, El Principito, clásico que el escritor francés Antoine de Saint-Exupéry escribió en 1943. Nuestro mundo, como el universo del Principito, está lleno de personajes cerrados en sus planetas: los que quieren el poder, los que codician la riqueza, y otros muchos que se aíslan en sus infiernos; en síntesis, los pecados de los adultos, sus intentos irónicos de ser algo, de ser los amos del mundo, o a lo sumo de un mero palmo de tierra.
La generación de Disney o del gran Miyazaki ha dado paso a la generación Pixar, imitada por doquier. Realismo, fantasía, ritmo vibrante, comicidad, ternura, drama, profundidad argumental, etc. son combinaciones imposibles que los genios de Pixar han casado con éxito para el actual público infantil. Mark Osborne (Kung Fu Panda) ha querido aprovechar este filón para generar una película de parecida factura visual, y de argumento filosófico y humanista.
Tendremos en este sentido esa estética cenicienta del mundo adulto y vulgar de Los increíbles, y tendremos esa casa maravillosa y única de Up, que nos trasladará a un mundo mágico. A la vez, tendremos referencias a la puerta mágica del armario de Narnia. “Lo esencial es invisible al ojo”, se afirma en el cuento poético de Saint-Exupéry. Osborne lo ha asumido bien. Hay que cruzar puertas y muros fabulosos para penetrar en la esencia de la existencia.
Basada en la obra homónima del escritor francés, la cinta es una ampliación de la historia entre el aviador y el Principito. El director no ha querido hacer una mera animación del libro, sino que para conectarlo con el público contemporáneo, el de la Pixar, ha hecho un salto que permite comprender fácilmente la obra de Saint-Exupéry.
Así, ha puesto a uno de nuestros niños en la cinta, y lo ha puesto en contacto con un universo maravilloso y colorido de la obra. Esto es, pues, metaliteratura o metacine; cine dentro del cine. Hay una historia de animación que se integrará en una historia literaria, al estilo de Narnia, o La historia interminable.
Tenemos a una niña curiosa e inteligente, y a su madre controladora y sufridora. Esta tiene un plan trazado para que la pequeña tenga éxito en la vida. Por ello, se ha mudado a un vecindario de lujo, con sus casas impersonales. ¿Objetivo? Preparar a la niña para que sea bien pronto una adulta de prestigio. ¿Razón? “Vas a estar sola allá fuera”, afirma la madre. Nada de vínculos.
Pero en la vida existen imprevistos, que escapan a los cálculos del hombre, y que son nuestra esperanza. Al lado de su casa, hay un extraño edificio, en el que vive un excéntrico vecino: un viejo y chiflado aviador, que afirma haber conocido al Principito en el desierto. ¿Será verdad? Nada esencial es visible a primera vista. Hay que atreverse a cruzar esa brecha que se abre en nuestras vidas de tiralíneas. Cuando un misterio es demasiado profundo, no se puede desobedecer, afirma el aviador. Un amigo y sus aventuras te esperan al otro lado. Cruzas la brecha y la vida cambia.
Historia dentro de la historia, la cinta es un bello homenaje a Saint-Exupéry, encarnado en el viejo aviador insólito, el amigo que todos necesitamos, el que nos dice la verdad y nos abre al mundo del milagro. Por ello, la película recurre a una doble animación: animación en 3D para la historia de la película, y recurso a las secuencias en stop motion para la recreación imaginativa de los pasajes del libro. Una cadena de miradas hasta llegar a los conocidos dibujos de Saint-Exupéry.
Hay que celebrarlo: los animadores franco-canadienses han conseguido generar un mundo fabuloso y mágico, nada cursi, a la hora de representar el universo del Principito. En algunos momentos, nos descubrimos siendo niños de nuevo, boquiabiertos. «Me olvidé de ser niño hasta que ocurrió el milagro», confiesa el viejo aviador.
Lenta en su inicio y un poco larga en su final, muy al estilo francés, la cinta funciona suficientemente bien (aunque suene forzada la inclusión del Principito joven), gracias a un tono contemporáneo, y un poco sinvergüenza.
Ayuda a celebrar el clásico y a reconciliarse con la infancia la preciosa música de Hans Zimmer (El Rey León, Piratas del Caribe, y un puñado de éxitos más) y la fascinante voz de Camille, cantante de pop francesa que abrirá la herida de esa nostalgia de la niñez. “El problema no es crecer, el problema es olvidar”, dice también el aviador. No dejemos morir los sueños. Hay que escapar de ese mundo mustio en el que nos hemos encerrado, y regresar al universo de la luz, la belleza y el encanto.