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“Siete vidas, este gato es un peligro”: Mi vida como un gato

Antonio Rentero - publicado el 05/09/16

Un castigo ejemplar para el “malo malísimo” Kevin SpaceyLa tradición literaria, y también cómo no la cinematográfica, son ricas en casos de fábulas ejemplarizantes en las que los comportamientos considerados inadecuados de personajes crueles, viles o antipáticos reciben un severo correctivo en forma de fantástica transformación.

Desde “El asno de oro” de Apuleyo a “Cuento de Navidad” de Charles Dickens no ha habido generación en que una transformación en animal o una intervención fantástica y/o de ultratumba revelan al protagonista lo incorrecto de su proceder, provocando en él la previsible transformación en un ser bondadoso, generoso e incluso cariñoso y amable.

En estos tiempos que corren, y teniendo en cuenta que los vídeos más populares de Internet tienen como protagonistas a los gatos, ya faltaba tiempo para que alguien decidiese adaptar la fábula a la actualidad. El resultado es un personaje déspota y desconsiderado magníficamente interpretado por un Kevin Spacey que casi por momentos puede parecer una versión paródica de su televisivo Frank Underwood de “House of Cards” que será quien reciba la fantástica oportunidad de verse transformado en el gato que le regala a su hija por su cumpleaños para así, desde tan felina posición, descubrir todas las facetas de su vida personal y familiar que ha dejado relegadas a causa de su desmedida obsesión profesional.

Un accidente fortuito le dejará en coma y mientras su cuerpo permanece postrado su menta ocupará temporalmente la del minino, lo que supondrá esa oportunidad de examen de conciencia, propósito de enmienda y redención.

Y nada mejor para solventar la imaginativa (aunque poco original) propuesta que envolverla en una comedia que a ratos se apoya en los recursos más tradicionales del slapstick (comedia visual muy física y casi disparatada) para hacer más divertida para el espectador lo que en el fondo no es más que una fábula moral que propone una llamada de atención sobre la adicción al trabajo y cómo esta puede hacer con facilidad que se desatiendan las más elementales obligaciones para con los seres queridos, que es tanto como decir para con uno mismo puesto que despojado de su familia el hombre queda completamente solo ante la vida, y no hará falta recordar quién dijo que no es bueno que el hombre esté solo.

Con todo la película produce cierta insatisfacción por dos sencillas razones: la premisa no es tan complicada como para que los guionistas (cinco, nada menos) no hayan sido capaces de sacarle algo más de partido tanto a la trama como a los gags que ayuden a animar la función. Por otra parte el estupendo y acertado trío protagonista asume correctamente el desempeño de los papeles que les han tocado en suerte, pero al espectador mínimamente crítico le puede parecer que quedan muy desaprovechados.

Lo achacaremos quizá un trabajo poco comprometido de Barry Sonenfeld (“La familia Addams”, “Cómo conquistar Hollywood”, “Men in black”, “Wild wild West” o la hilarante y disparatada “El gran lío”), director con un encomiable historial de entretenidos y divertidos títulos en su haber, que quizá en esta ocasión acuse desgana, falta de motivación (o de salario) porque desde luego oficio, talento y experiencia no le faltan. Quizá sea porque ha aprendido la enseñanza de la película y haya optado por no sacrificarse tanto en el trabajo y dedicar más tiempo a la vida personal y familiar.

 

 

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