En una sola localización, y con un grupo muy reducido de actores, Fede Álvarez ha construido un thriller de terror de gran eficaciaNo han sido pocos los largometrajes que, tras el éxito multitudinario de Sola en la oscuridad –proyección, en realidad, del que ya obtuvo la obra de teatro de Frederick Knott en la que se basaba–, han intentado (re)concebir su punto de partida para lograr transmitirle al espectador la sensación de indefensión de una persona invidente frente a uno o varios criminales más o menos despiadados: Terror ciego, Solo en la oscuridad, Jennifer 8, Sola en la penumbra…
Seguramente conscientes del cliché argumental en el que se ha convertido, y decididos a alejarse al máximo de su anterior Posesión infernal (Evil Dead), Fede Álvarez y su coguionista habitual, Rodo Sayagues, han decidido invertir dicho planteamiento dramático, y plantear la situación opuesta: que sea un grupo de malhechores –en este caso, unos jóvenes acostumbrados a asaltar hogares ajenos– los que tengan que enfrentarse a la amenaza de un hombre ciego que oculta mucho más de lo que aparenta.
Ése es, de hecho, el principio rector de No respires: la sorpresa. Álvarez ha construido un relato en forma de muñeca rusa, que va revelando nuevas capas a medida que va desplegándose –a pesar de que el aficionado al género pueda intuir algunas de ellas–, convirtiéndose, a cada giro de guión, en un largometraje (relativamente) distinto que descoloca al espectador y le obliga a reevaluar lo que ha visto hasta el momento.
No es casual, en ese sentido, que ninguno de los personajes principales resulte especialmente agradable: el director no quiere que el público tenga claro en ningún momento hacia quién dirigir sus simpatías porque, así, elude la existencia de un ancla dramática que le empuje a llevar la historia por un derrotero determinado… Algo que resulta imprescindible para alcanzar determinado (y muy impactante) punto de giro, que transforma casi por completo el tipo de película al que estamos asistiendo.
Claro que ese barniz agrio, amoral, que impregna el relato desde el principio, responde también a la voluntad de Álvarez y Sayagues de ofrecer un espinoso retrato sobre la realidad estadounidense post-crisis económica. Que el largometraje esté ambientado en Detroit, auténtica ciudad fantasma que sufrió la que ha sido declarada como la mayor bancarrota municipal de la historia del país, marca el carácter desesperado, al límite, de sus jóvenes protagonistas, que conciben California como la única vía de escape a su parálisis existencial.
Pero, al mismo tiempo, la que fuera la capital de la industria del motor norteamericana también garantiza una posibilidad dramática incomparable: que la casa en la que vive Norman Nordstrom (Stephen Lang) esté totalmente aislada, situada dentro de un barrio desértico en el que nadie puede oír nada de lo que allí dentro ocurre.
Porque, ante todo, No respires en un thriller de terror, y Álvarez exhibe durante su metraje un espléndido dominio de la atmósfera y de la tensión –poniendo sobre la mesa unas herramientas expresivas muy distintas, y mucho más estimulantes, que las que exhibía en Posesión infernal (Evil Dead)–, en el que, además de lo bien que se maneja dentro del reducidísimo espacio del hogar de Nordstrom, adquiere un especial protagonismo su empleo del sonido.
Seguro que se habla, y mucho –especialmente por el impacto y la incomodidad que provoca en la sala de cine–, de la set piece en la que los protagonistas deben huir a ciegas, y la pantalla nos muestra el entorno en una especie de limitada visión nocturna. Pero merece la pena reivindicar, frente a ella, cualquiera de los planos secuencia a partir de los cuales Álvarez ha estructurado el relato –atención al que se produce cuando los protagonistas entran en la casa en cuestión, y que le sigue a medida que atraviesan todas las estancias–, y en los que demuestra un más que notable sentido del espacio.