Hubiera sido interesante que así como Ben-Hur adaptó su imagen al siglo XXI, también lo hubiera hecho con su reflexión moralEn estas épocas de simulacros y copias, la originalidad parece eludir a Hollywood. De una época para acá la Meca del cine se ha alimentado de refritos de historias ya realizadas. Solo este año tuvimos dos importantes remakes: The Magnificent Seven (Antoine Fuqua, 2016) y Ben-Hur (Timur Bekmabetov, 2016). Rehacer una película como esta última que ha ocupado un lugar tan especial en el imaginario colectivo sobre Hollywood es un reto complejo que el director ruso Timur Bekmabetov logró superar magistralmente.
Las escenas que todos recordamos del film de 1959 como emocionantes y que nos ataron a nuestros asientos mientras las veíamos están en esta versión (me refiero a la escena de la galera y la de la carrera de cuadrigas). Ambas son una buena muestra de la espectacularidad inherente al cine y de cómo esta puede ser usada para lograr emociones extremas de emoción y nerviosismo en la audiencia. No solo no defraudan al compararlas, sino que esta versión va un poco más allá y aprovechándose de los efectos digitales efectivamente crean un espectáculo quinético que con seguridad complacerá al espectador más exigente.
Ya en este portal Juan Orellana ha escrito un excelente texto sobre esta película así que no entraré en los detalles de su trama, pero sí hay un interesante aspecto que Orellana menciona y sobre el que quisiera polemizar un poco. El autor de la reseña sostiene que “la subtrama relativa al Nazareno, que podía haberse visto afectada por el laicismo imperante, mantiene impecable el mensaje evangélico original.”
No me atrevo a pronunciarme sobre la fidelidad evangélica del mensaje de Jesús tal como es mostrado en este film pues carezco de las credenciales necesarias, pero sí quiero hablar de lo que considero una ingenuidad moral imperdonable de esta cinta. En un tiempo de tanta complejidad moral y en el que divisiones maniqueas han llevado a la muerte a cientos de personas, Ben-Hur se comporta como que aquí no ha pasado nada y nos regresa a la moral blanco y negro del Hollywood clásico.
En ese afán que tiene Hollywood de convertir todo en producto consumible han transformado a la compasión y al “Ama a tu prójimo como a ti mismo” y a todas sus implicaciones y consecuencias en una fábula infantil donde bien y mal están claramente diferenciados y en la que la salvación se vende en un Todo a cien. ¿Podemos realmente pensar que después de haber sometido a la familia de Juda a sufrimientos indescriptibles por muchos años, Messala pueda ser perdonado por todos hasta el punto de convivir en una pacífica vida como si nada hubiese pasado?
A lo que me refiero es a que mientras el mensaje de una vida buena no esté acompañado de una relfexión acerca de las verdaderas posibilidades de ser bueno en este mundo donde la maldad parece imperar, ese mensaje está destinado a caer en oidos sordos, o peor aún a crear frustrados éticos cuya vida es un puro contemplar lo imposible de una vida virtuosa. Hubiera sido interesante que así como Ben-Hur adaptó su imagen al siglo XXI, también lo hubiera hecho con su reflexión moral.
Ben-Hur sufre de lo que el filósofo norteamericano Stanley Cavell menciona cuando en su ensayo “Lo que el cine sabe del bien” habla de films que “reducen la complejidad moral a meras luchas entre el bien evidente y el mal flagrante”. El problema de este tipo maniqueo de dilema es que es muy propicio para llorar viéndolo en una película, pero muy inadecuado si queremos aplicarnos a nuestra cotidianidad. Pero a pesar de todo lo que he dicho, Ben-Hur es una película sólida que satisface como película de entretenimiento la cual además hace honor a sus dos antecesoras.