separateurCreated with Sketch.

¿Qué tienes pendiente perdonar?

Carlos Padilla Esteban - publicado el 01/09/16

Es el momento de mirar esas heridas que has ido tapando para sobrevivirAl pensar en el perdón, hay personas que dicen: “Ya no me queda nada que perdonar”. Puede ser, pero no es lo más común.

Lo normal es que en el alma haya heridas profundas y desconocidas. Las tapamos para seguir sobreviviendo. Las olvidamos, o al menos eso parece.

Hasta que un día, por mis reacciones desproporcionadas en la vida, descubro que hay algo oculto.

Mi ira repentina, mis enfados bruscos, mi tristeza honda e injustificada, mis emociones exageradas, pueden deberse a ofensas ocultas, a heridas tapadas, que nunca he perdonado del todo.

Algo toca el subconsciente y sale a la luz lo que me duele, lo que no he perdonado todavía. Salen a la luz mis inmadureces, mis dolores profundos.

Darme cuenta de lo que hay bajo el agua me ayuda, me hace ahondar y ver dónde está la herida. Para pedirle a Dios que me ayude a perdonar.

Mi perdón no tiene que ver con la culpa del otro sino con el daño que me han hecho. El que perdone a alguien por lo que ha hecho no significa que él no sea responsable del daño causado.

Y al revés, el que yo perdone por una herida no significa siempre que el otro sea culpable. Puede no ser culpable, pero lo que hizo me dolió. No es su culpa quizás, pero mi percepción es lo que importa. Mi daño subjetivo, mi mirada subjetiva sobre el hecho.

El perdón no quita ni pone culpabilidad en el otro. Al otro le dejo ir, sin juicio y sin condena. Sea o no sea culpable. Es muy importante el perdón que doy porque va sanando mi vida.

Hoy miro en mi corazón buscando tantas cosas que tengo que perdonarme y perdonar a los demás.

Comentaba Luis Marcos en su artículo Perdonar lo imperdonable, después de los atentados de las torres gemelas: “El problema de quienes no perdonan es que viven estancados en el ayer lacerante, prisioneros del escenario del horror, obsesionados con los malvados que quebrantaron su vida, lo que les impide cerrar la herida. El odio enquistado amarra a muchos al pesado lastre que supone mantener la identidad de víctima. Además de debilitante, el papel de víctima es traicionero, pues a menudo seduce a los afligidos con derechos o prebendas especiales, pero al mismo tiempo les roba la energía y la confianza que necesitan para superar el trauma”.

Es necesario no vivir atados por ese perdón que no damos. Es necesario romper esas cadenas que nos esclavizan. Dios nos ayuda a perdonar.

Perdonarme a mí mismo

En la vida hace falta dar muchos perdones concretos. El primer perdón que hace falta dar es el perdón a mí mismo. Si no me perdono a mí mismo difícilmente podré perdonar a otros.

Tengo que aprender a perdonarme mis errores, mis omisiones, mis debilidades. Perdonar mis decisiones. Perdonar mi forma de ser, mis carencias, mis límites. No es tan sencillo perdonar mis deficiencias y mis caídas. Me gustaría ser de otra forma. No me acepto.

No es sencillo mirar mi vida con sus defectos y perdonarme con todo el corazón. Y sin ese perdón no se puede seguir avanzando. ¿Me perdono de verdad?

Decía el papa Francisco en la exhortación apostólica: “Hoy sabemos que para poder perdonar necesitamos pasar por la experiencia liberadora de comprendernos y perdonarnos a nosotros mismos. Tantas veces nuestros errores, o la mirada crítica de las personas que amamos, nos han llevado a perder el cariño hacia nosotros mismos. Eso hace que terminemos guardándonos de los otros, escapando del afecto, llenándonos de temores en las relaciones interpersonales. Entonces, poder culpar a otros se convierte en un falso alivio. Hace falta orar con la propia historia, aceptarse a sí mismo, saber convivir con las propias limitaciones, e incluso perdonarse, para poder tener esa misma actitud con los demás”.

Perdonar mis errores, mis caídas, mis debilidades. No es tan sencillo. Preferimos culpar a otros. Encontrar alguien que cargue con la culpa. Buscamos excusas. Justificamos. ¡Qué difícil es reconocer la propia debilidad, aceptarla y perdonarla!

Es un proceso muy sanador. Pero difícil. Es una gracia que tengo que pedir cada día para no quedarme a mitad de camino. El perdón a mí mismo. Cuando me defraudan mis debilidades. Cuando me dejo llevar y no encuentro en mí todo lo que he soñado.

Ese perdón es un don de Dios. Es necesario pedirlo para no vivir atado. Ojalá pudiera mirarme a mí mismo con los ojos con los que Dios me mira. Si no me perdono es difícil que perdone a los demás.

“Perdones pendientes” en mi vida matrimonial

Tengo que perdonar muchas cosas en mi vida matrimonial. Perdonar a mi cónyuge por lo que no ha hecho conmigo y yo esperaba. Perdonarle por lo que ha hecho y me ha dolido. Lo que nunca fue. Lo que no ha sucedido como yo soñaba. Hay mucho dolor.

Necesito perdonarle porque no ha logrado hacer realidad lo que yo deseaba. No ha conseguido la casa que yo anhelaba. O no me ha dado los hijos que esperaba. O no ha hecho posible mi felicidad pensando sólo en la suya.

Tengo que perdonar a mi cónyuge por esos sueños que tuvimos y no llegaron nunca a hacerse realidad.

Cuando dos personas se casan sueñan mucho, sueñan con algo grande, sueñan con una vida plena. Sueñan con una vida alegre, con hijos sanos, con trabajos bonitos y fecundos. Con una relación sin tensiones. Con un amor a prueba de fuego.

Pero luego la vida no es tan fácil y puede ocurrir que las dificultades del camino no hagan posible que todos esos sueños sean una realidad.

Perdonar con nombres, fechas y lugares por los sueños incumplidos

En ese momento, cuando veo la desproporción entre nuestros sueños y la realidad, necesito detenerme y perdonar a aquellos que han impedido que los sueños sean verdad.

Perdonar a mi cónyuge porque no ha hecho posible mi sueño. Perdonar a todos los que han afectado nuestra vida familiar y no nos han ayudado. Perdonar con nombre y apellido. A los amigos que no ayudaron, a la familia política, al trabajo. Perdonar a los hijos que no son como yo quería, como a mí me parece que deberían ser.

Hacerlo con la fecha y el lugar en el que el sueño concreto se vino abajo. Perdonar por lo que podía haber sido y nunca fue.

Sería bonito hoy entregarle esos sueños a Dios. Sueños que quedaron a mitad de camino. Sueños frustrados y que nos duelen en las entrañas. ¿Cuáles son esos sueños?

¿Perdonar a Dios?

Necesito perdonar también a Dios porque no ha hecho posible todos esos deseos que teníamos cuando nos casamos. Parece raro tener que perdonar a Dios, que todo lo puede, que me ama con locura y conduce mi vida a la felicidad. Es paradójico. Pero es necesario.

En la boda le entregamos a Dios nuestros sueños y Él los tomó en sus manos y nos bendijo para siempre. Y nos dijo que nunca iba a dejarnos solos en el camino.

A veces no he sentido que fuera a nuestro lado. Ahora necesito perdonarle por no haber sido capaz de hacer realidad el ideal que estaba inscrito en el corazón.

Puede que siempre haya estado conmigo. Pero no lo he percibido en cada paso. Necesito perdonarle por esas ausencias que he sentido. Y también porque las cosas no han sido tal como yo esperaba.

Le perdono porque la persona con la que me casé no es al final tan perfecta como yo deseaba. Tiene más defectos, tiene más heridas. Quiero perdonar que mi expectativa sobre esa persona no se haya cumplido.

Necesito perdonar a Dios por los hijos que no tuve. O por los hijos que tuve y son diferentes a la que yo esperaba. Menos capaces, más limitados, menos guapos, menos buenos. O no me quieren como yo los quiero a ellos.

Necesito perdonar a Dios porque no me ha dado en mi cónyuge todo lo que yo esperaba. No ha llenado todo mi vacío de amor. Es necesario perdonarle también por mis renuncias. Porque en la vida nos toca renunciar muchas veces.

Le perdono por mis pérdidas, por las personas que se ha llevado tal vez antes de tiempo, injustificadamente. Por los caminos a los que renuncié al casarme con esa persona. Le perdono por mis vacíos. Por la soledad que me ha acompañado durante toda mi vida.

Necesito perdonarle por todo lo que no ha hecho realidad en mi vida. Me debe la felicidad plena que me prometió un día. Me debe ese amor eterno que me había asegurado. Quiero poder amar con libertad. Necesito perdonar a Dios.

No es que Él sea culpable de nada. Al revés, es bueno, misericordioso, sólo quiere mi felicidad y llenar mi vida. Me ama con locura y todo lo hace bien. Eso lo sé. Pero no acabo de entender sus planes. Y me duelen, y mi hieren. No acabo de comprender su camino. No logro descifrar el sentido de su voluntad.

El sufrimiento me ha dejado heridas. Quiero perdonarle desde mi dolor. Me siento herido y le quiero perdonar por lo que no me ha dado. Por lo que ha permitido. Por lo que tengo y por lo que no tengo. Lo escribo hoy. Se lo entrego. Le perdono.

Tags:
Apoye Aleteia

Usted está leyendo este artículo gracias a la generosidad suya o de otros muchos lectores como usted que hacen posible este maravilloso proyecto de evangelización, que se llama Aleteia.  Le presentamos Aleteia en números para darle una idea.

  • 20 millones de lectores en todo el mundo leen Aletiea.org cada día.
  • Aleteia se publica a diario en siete idiomas: Inglés, Francés, Italiano, Español, Portugués, Polaco, y Esloveno
  • Cada mes, nuestros lectores leen más de 45 millones de páginas.
  • Casi 4 millones de personas siguen las páginas de Aleteia en las redes sociales.
  • 600 mil personas reciben diariamente nuestra newsletter.
  • Cada mes publicamos 2.450 artículos y unos 40 vídeos.
  • Todo este trabajo es realizado por 60 personas a tiempo completo y unos 400 colaboradores (escritores, periodistas, traductores, fotógrafos…).

Como usted puede imaginar, detrás de estos números se esconde un esfuerzo muy grande. Necesitamos su apoyo para seguir ofreciendo este servicio de evangelización para cada persona, sin importar el país en el que viven o el dinero que tienen. Ofrecer su contribución, por más pequeña que sea, lleva solo un minuto.