Una inteligente propuesta sobre la necesidad de salvaciónEn el valle de Elah, se enfrentan un filisteo y un israelita, un gigante y un niño: Goliat y David. Goliat abusa de su fuerza para amenazar a los israelitas: ¡Seréis esclavos si no me vencéis! Es la guerra, y parece no haber salida. ¿Quién les librará del mal? David se acerca al gigante. Saca una piedra de su bolsa, agita su honda, y confiado lanza la piedra en nombre de Dios. Todos conocemos la lucha entre el David y Goliat, y allí ha quedado la esperanza de que lo pequeño y esperanzado venza al mal por más absoluto que parezca.
Son tiempos de Tommy Lee Jones: Jason Bourne, Criminal, Mechanic: Resurrection, después de su viaje terrible y brillante en Deuda de honor (2014). Y son tiempos también de herencia de los conflictos del pasado, especialmente por la descompuesta de Iraq. Estado islámico, terrorismo yihadista, alzamiento de fronteras, pánico al ataque interno, sospechas y traiciones, dudas sobres los poderes públicos, y sobre todo mucha soledad. Ahí están las series y las películas que lo testimonian de continuo.
En el valle de Elah se sitúa en la línea de Los mejores años de nuestra vida (Wyler), o Apocalypse Now (Coppola), y antecede a los productos audiovisuales que se atreven por fin a bajar al oscuro valle donde se fraguan las luchas de Occidente, internas o externas. ¿Tienen en mente el logo de House of Cards? ¿Esa bandera americana invertida del título? Es la imagen que el brillante Paul Haggis, uno de los guionistas de Clint Eastwood (Million Dollar Baby), utilizó para su imagen crepuscular de Estados Unidos. ¿Significado? S.O.S, que alguien venga a salvarnos.
Situada en el recurrente examen de la guerra de Irak (nuevo Vietnam), la pericia de Haggis (tres óscar por Crash, 2004) está en no hablar de la guerra, ni entrar en una crítica destructiva o partidista. Como siempre en el director canadiense, el contexto (la guerra) es el recurso para la crítica a la deshumanización extrema, y para una reflexión moral abierta a la esperanza.
La mirada fría de Haggis funciona de maravilla en esta película imprescindible y novedosa. Es esta una historia de dolor: Hank Deerfield (Tommy Lee Jones) es un veterano de guerra que debe investigar la desaparición de su hijo Mike, que acaba de regresar de Iraq, pero del cual no se sabe el paradero. A pesar de la ayuda de una detective (Charlize Theron), las autoridades pondrán todo tipo de impedimentos a la investigación. Para llegar a él, el padre tendrá que viajar hasta el fondo de los horrores más insospechados del hijo.
Lejos de esa reiterada y bella búsqueda del padre, Haggis nos presenta aquí lo inverso: la búsqueda del hijo, el pastor que va al encuentro de la oveja perdida. Hank descubre que para llegar al fondo de lo que persigue tendrá que descubrir infinitos factores que no esperaba: la flaqueza moral del hijo, la depravación en la que ha caído el ejército, la crueldad de una guerra inhumana, las fisuras de su matrimonio, etc. El veterano padre se da cuenta de que hay un gigante, Goliat, que empieza a devorar a ese David justo y salvador. La historia moral de la humanidad, inclusive la propia, se ha descompuesto, y empieza a ser irreconocible. Urge la necesidad de salvación, de pedir que alguien que no seamos nosotros nos salve de una vez por todas, que ese gran monstruo inhumano no devore más nuestras esperanzas.
La narrativa poderosa de Haggis nos provoca a través de un guión nada retórico, simplificado a lo esencial y cargado de símbolos. Registrado con una exquisitez magistral, el director consigue unas interpretaciones creíbles y soberbias, como la de Tommy Lee, una de sus mejores, sin lugar a dudas. También Susan Sarandon está extraordinaria como secundaria, representando a esa madre acongojada (¿o es quizá Occidente?), y solamente consolada por ese ojo de Dios, recurrente en la técnica del director.
Nada de ideología. Como en Crash, el personaje está al servicio de un reclamo mayor: la necesidad de ser visitado por la salvación. Es necesario que de nuevo un David minúsculo le diga a la humanidad que sí, que el mal, por grande que sea, no vence al hombre; que todo nuestro mal, no es la mirada que un padre tiene sobre un hijo. ¿Quién nos librará del gigante? Pongan la bandera al revés o hagan petición, tengan fe.