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No encuentro razones para seguir amando a mi pareja, ¿qué hago?

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Shutterstock / Maen Zayyad

Carlos Padilla Esteban - publicado el 29/08/16

El tiempo nos aleja de quien nos hace daño, tal vez el trato nos ha desgastado...

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No quiero perder las fuerzas viviendo en tensión, sin poder amar con toda el alma, sin poder volver a empezar. No quiero perder la vida en cosas poco importantes. No quiero dejarme llevar por el camino de las luchas y el orgullo. ¡Cuánto me pesa el orgullo! ¡Cuánto me cuesta aprender a amar bien!

Tal vez cuando empezamos de novios encontramos razones suficientes para amarnos. Porque el otro tenía muchos talentos. Porque me complementaba y aportaba lo que no tenía. Porque no me molestaban sus defectos. Porque me cuidaba y protegía. Porque pensaba en mí y quería que yo fuera feliz, más que él mismo. Porque me necesitaba y sabía que sin mí no podría llegar muy lejos. Puede ser.

Aunque es verdad que el amor tiene mucho de ciego. Aun así estaba justificado el amor. Era un amor razonable.

Sin embargo, con el paso de los años, puedo llegar a pensar que ya no tengo razones suficientes para seguir amándolo. Deja de ser tan razonable seguir juntos. Las decepciones, las peleas, los rencores, las heridas. El roce de la convivencia puede desanimarme en el amor.

El tiempo y la rutina pueden desgastar el entusiasmo. Las peleas, las discusiones, el orgullo. Entonces dejo de ver razonable mi entrega. Pero aun así no puedo dejar de amar. Es para toda la vida. Es eterno. Aunque me parezca un amor sin razones.

Entonces pienso en el amor que Dios me tiene. Sí. Así quiero aprender a amar yo, como Dios me ama.

Si asumiera que el amor de Dios es sin razones asumiría que mi amor puede llegar a ser sin razones y no por eso tengo que dejar de amar. Al contrario, sigo amando. Como lo hace Dios conmigo.

No quiero buscar razones que hagan al otro digno de mi amor. No merece tal vez mi amor cuando me falla, cuando no está a la altura. Lo sé. En ese momento no es razonable seguir amándolo.

Cuando envejece y no es tan capaz y fuerte como antes. Cuando pierde esos dones que me enamoraron y se vuelve hosco y difícil. Cuando sumando y restando deja de ser razonable seguir amándolo porque le faltan dones. Porque no es lo que yo esperaba.

No tengo razones para amar entonces pero no dejo de amar por ello. Es imposible entender la misericordia desde la razón. Si tengo que justificar por qué amo a las personas tal vez me acabaría quedando solo en la vida. No amaría a nadie, porque nadie merecería mi entrega total, mi generosidad sin límites, mi fidelidad imperturbable.

El amor suele ser poco razonable. No necesito encontrar razones para seguir amando a alguien. El amor sin razones es el verdadero amor sin medida. Es el amor que no se detiene con el paso del tiempo. Que sigue adelante. Que no cede en el empeño por construir una vida juntos hasta la eternidad.

Es verdad que hay motivos que me enamoraron. Puede ser que con el tiempo olvide esos motivos y me pesen más las deficiencias, los fallos, los errores. Entonces puede parecer que no hay razones suficientes para seguir enamorado.

Necesito pasar por alto los errores y perdonar a mi cónyuge cuando no ha cumplido mi expectativa. Cuando me ha herido sin quererlo. Cuando no me ha amado a mi manera y solamente lo ha hecho a la suya.

Necesito perdonar a mi cónyuge por ser como es y no como yo quería que fuera. Por salirse del molde que tenía pensado para él. Necesito perdonarle por sus omisiones cuando yo esperaba mucho más de lo que me ha dado. Por esas veces en las que no hace lo que yo espero. Calla y no actúa.

Necesito perdonarle para no guardar rencor en el alma, porque sé que el perdón me libera. Me hago dueño de mi corazón. De mis actos. Cuando perdono me hago más libre.

Las heridas causadas por las ofensas son parte del pasado. Con el tiempo sólo me queda el recuerdo, esa idea que yo tengo de lo que ha ocurrido, el momento ha pasado pero el dolor en mi recuerdo sigue vivo. Esa idea, ese pensamiento me hace a veces mucho daño. Y puede agrandarse con el tiempo. Es como una cadena que me ata.

Cuando perdono me sano. El recuerdo sigue pero queda en paz. Cuando saco el rencor del alma en realidad me estoy liberando a mí mismo. Es necesario perdonar a aquella persona a la que quiero para poder seguir amándola.

No tengo tantas razones para ello. No es tan razonable como cuando éramos novios y todo me parecía maravilloso. Entonces todo era más puro y virginal. Todo era nuevo. Era posible encontrar miles de razones para amar y ser amado.

El tiempo nos deja heridos. Nos empobrece. Nos envejece. Nos aleja del que me hace daño. Tal vez el trato nos ha desgastado. La convivencia ha sido dura, demasiado larga.

Como decía una persona: “El matrimonio no es que sea duro. Simplemente es muy largo”. La vida compartida es intensa. Y los cambios. Vamos cambiando y con el tiempo ya tenemos menos razones para seguir al lado de una persona.

Cambian los gustos, las aficiones, la forma de ser. No somos los mismos que comenzaron el camino. Es normal. El sí lo dimos en ese momento de entusiasmo.

Pero ahora ya es tarde y es más justificable dejarlo todo. Empezar otra historia y cambiar de rumbo. Un amor nuevo y no un amor ya viejo y caduco. Un amor entusiasta, lleno de asombro. Es el peligro en la mitad de la vida. Cuando el tiempo nos ha dejado marcas.

El tiempo, el desamor. Por eso es bueno volver a recordar lo importante. No amamos porque haya muchas razones para seguir amando. Amamos porque somos fieles a la semilla que Dios sembró en nuestros corazones.

Dios nos unió. Dios nos soñó juntos para la eternidad. Esa mirada sobre la vida nos calma y enriquece. Y por eso es tan importante perdonar a mi cónyuge para poder volver a empezar. Y seguir amando sin tantas razones. O encontrar otras nuevas.

A veces, al renunciar a mis expectativas sobre el otro, descubro la belleza de lo que realmente es el otro. Seguir entregándonos el uno al otro de forma algo irrazonable.

Y recordar qué fue lo que nos enamoró un día. Qué fue lo que nos hizo dar ese salto audaz ante un altar. Dónde estuvo el motivo por el que me embarqué en esta aventura para toda la vida.

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