Una historia policiaca minuciosamente contadaCoincidiendo casi con el segundo aniversario desde que el episodio final de la segunda temporada nos dejaba con un cliffhanger en toda regla debería emitirse la tercera temporada de esta serie que inicialmente su creador concibió como una obra de dos únicas temporadas pero que en marzo de 2015 se confirmó que tendría una continuación y recientemente se ha sabido que podría incluso haber dos temporadas más.
Sin desvelar nada sobre los últimos instantes del desenlace, lo cierto es que la trama planteada de forma pausada y desapasionada durante once capítulos parecía resuelta por completo, pero el impacto final planteaba un curioso paralelismo entre cerrar el nudo y dejarlo abierto, por lo que el espectador, que había venido disfrutando durante casi una docena de horas de una construcción minuciosa y reposada de un universo completo y coherente, que había crecido lenta y profundamente ante sus ojos agradecerá la oportunidad de regresar a la isla, como le decía Jack a Kate en “Perdidos”.
Ambientada en Irlanda del Norte, paradigma de una isla dentro de otra isla, un país dentro de otro, la trama arranca con la llegada del personaje que interpreta una Gillian Anderson ya inseparable del agente Scully de “Expediente X”, pero capaz de grandes y memorables interpretaciones, como puede comprobar el espectador que disfrute de su talento interpretativo en otra serie, “Hannibal”.
La misión que debe afrontar es aclarar el asesinato de una arquitecta cuya investigación ha quedado encallada. Desde el primer momento el espectador conoce la identidad del asesino, que resulta ser un criminal en serie que busca un determinado tipo de víctimas a las que quita la vida de un modo concreto.
Una vez presentados criminal y policía se desvela esa “caza” a la que alude el título de la serie puesto que asistimos en paralelo al operativo que la policía lleva a cabo para atrapar al criminal, al tiempo que asistimos a la búsqueda de sus víctimas por parte de un asesino que debe dar respuesta a sus pulsiones mientras mantiene una doble vida. Cosas de tener mujer, dos hijas y que además, la niñera de ascendencia italiana y desbocada imaginación se sienta atraída por el joven y apuesto padre de familia que también se asemeja al retrato robot del Estrangulador de Belfast.
Si acudimos al esquema básico de cualquier episodio de serie policiaca de tipo procedimental (en cada episodio se plantea uno o varios crímenes que quedan resueltos en el transcurso del mismo, como sucede en las distintas versiones de “CSI”, “Castle” o “El mentalista”) lo que se nos presenta en “La caza” sería algo similar pero dilatado once veces en el tiempo. Y es que todo necesita su tiempo para desarrollarse adecuadamente y en eso consiste el secreto, el encanto de “The Fall”.
La mirada de Gillian Anderson a lo largo de gran parte de la serie gravita entre entre la serenidad de quien ha visto demasiado y vuelve a encontrarse dolorosa pero inevitablemente ante los abismos del más abyecto comportamiento humano, y la urgencia de quien necesita poner remedio al mal ya causado e intentar evitar que el dolor siga anidando entre quienes pierden a un ser querido, intentando evitar que por culpa de personas malvadas y/o enfermas pierden la vida los inocentes.
El ritmo pausado de la serie, el tiempo que se toma para construir los personajes (incluso alguno de los secundarios), la minuciosidad con la que asistimos a las pesquisas policiales, a las operaciones de vigilancia de los sospechosos, todo ello mientras los ojos azules de la agente Scully y el gesto resolutivo pero teñido de tristeza que marca su rostro nos aleja del prototipo habitual de investigadora policial televisiva y nos aproxima a una persona real que busca restablecer el orden.
En la otra cara de la moneda el asesino (y secuestrador) no consigue despertar nuestra simpatía pero sí nuestra comprensión y en buena medida nos puede resultar tan morbosamente atractivo como a la anteriormente mencionada adolescente de ascendencia italiana, demasiado ocupada en vivir sus fantasías, pero no en vano tras 11 horas de desarrollo de la trama llegamos a cogerle cierto cariño.
De ahí que el último episodio, de una intensidad que supera la media habitual de la serie, y que además supone el gran enfrentamiento final entre los dos antagonistas, nos deje al borde del abismo y con ganas de más (el cliffhanger referido al inicio) por lo que la posibilidad de una tercera y una cuarta temporadas no hacen sino satisfacer al espectador que ha sabido degustar y disfrutar pausadamente una serie que se sale de los convencionalismos del género policiaco televisivo para facilitar un ritmo desusado pero necesario.