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Southbound: Cuatro historias de terror que exploran la idea de purgatorio

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Tonio L. Alarcón - publicado el 26/08/16

Directores como Radio Silence, David Bruckner, Patrick Horvath y Roxanne Benjamin lo "sitúan" en el desierto de Mojave, California

A raíz del éxito de filmes como La matanza de Texas, Las colinas tienen ojos o incluso Defensa (Deliverance), el cine estadounidense de los 70 empezó a emplear a la América profunda, radicalmente conservadora y cerrada en sí misma, como fuente de terror.

Para los urbanitas que se habían criado en la época del hippismo y de los derechos civiles, toparse con una realidad congelada en el tiempo de lo moral, reacia a los cambios y a la evolución –una naturaleza que ha demostrado ser intrínseca a ese segmento de población usamericana: apenas se han producido alteraciones en ese contraste en las últimas cuatro décadas–, era poco menos que enfrentarse a un infierno en vida.

Algo que los responsables de Southbound han querido releer, en su caso, de forma literal, transformado el Desierto de Mojave, en California, en una versión ficcional del purgatorio, construyendo una serie de narraciones cíclicas que exploran tanto el sentimiento de culpa como la necesidad de redención (o no) de sus protagonistas.

Si algo aprendieron los implicados en esta película de episodios de su experiencia en la franquicia V/H/S, es la necesidad de dotar a la narración de una mayor coherencia, de mayor empaque, para eludir –en la medida de lo posible– esa sensación de irregularidad intrínseca al formato. No es que Southbound la evite, ni mucho menos, pero es cierto que, por los menos, la sensación es que cada uno de los capítulos realiza una aproximación personal y distintiva a la temática global.

El detalle de conjunto que supone la inclusión de algunas escenas de El carnaval de las almas en la doble aportación del colectivo Radio Silence al proyecto, los segmentos “The Way Out” y “The Way In”, ya pone encima de la mesa la significación profunda de las diversas historias del largometraje, así como el interés de sus responsables por explorar la construcción en bucle de sus estructuras dramáticas.

Seguramente la aportación más afortunada sea, precisamente, la de Radio Silence, pues al dividirla en dos partes tienen la oportunidad de construir un primer episodio de aire profundamente lynchiano, extraño y basado en la repetición y la sugerencia –y que incluye también numerosos guiños a John Carpenter y a largometrajes como En la boca del miedo–, para luego redimensionarlo con un segundo, a priori, más sencillo y directo en lo narrativo, pero que, en realidad, tiene truco. Y es que los directores no aclaran, ni tampoco lo pretenden, las veces que sus protagonistas, Mitch (Chad Villella) y Jack (Matt Bettinelli-Olpin), han reiterado las mismas reprobables acciones en busca de una redención que no son capaces de encontrar.

Ahí encaja también el que sería el siguiente segmento más estimulante, “Accident”, en el que David Bruckner reconstruye, básicamente, la pesadilla de un padre de familia, Lucas (Mather Zickel), intentando hacer lo correcto con la víctima de un atropello gracias a las indicaciones de la voz telefónica de una teleoperadora. El episodio acaba regodeándose en el gore en los (infructosos) esfuerzos de su protagonista por reanimar a Sadie (Fabienne Therese), y que su director concibe como un grotesco pero, al mismo tiempo, refinado mecanismo de tortura contra el culpable de una muerte accidental que, probablemente, omitió su deber hacia su víctima.

Sin ser especialmente rompedor ni estimulante –por más que su director, Patrick Horvath, insista en introducir ramalazos gore que recuerdan al Robert Rodríguez de Abierto hasta el amanecer–, al menos “Jailbreak” aporta un giro interesante respecto al conjunto: el de alguien que irrumpe de forma voluntaria en el ciclo de alguien, concretamente el de su hermana Jesse (Tipper Newton), para, emulando al mito de la salvación de Eurídice a manos de Orfeo, sacarla del purgatorio.

Algo más allá de lo que propone “Siren”, que si bien juega con inteligencia con la progresiva extrañeza que su directora, Roxanne Benjamin, va introduciendo a partir de su planteamiento narrativo original –y que no deja de ser un giro perverso a lo que apuntaba al principio: esa visión perversa, deformada, de los habitantes de la América profunda–, en cambio acaba asfixiándose en una premisa que se agota mucho más rápido de lo que querría pensar.

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