Una rara enfermedad afecta un poblado de Lima (Perú), que enfrenta la vida con singular destreza Quedaron ciegos, pero igual sobreviven. Desplazarse por las quebradas andinas tan sólo con un bastón, que le sirve de guía, es a lo que día a día se enfrenta el tataranieto de la mujer que contagió a los más de 400 pobladores que integran el pueblo de Huamboy, en Parán, al norte de Lima, en Perú.
El pueblo que vive a ciegas, sólo tiene 10 años de constituido. “Aquí los niños ven poco en la sombra, la ritinitis pigmentosa que padecen, no les permite ver en las noches”, afirma Marco Antonio Valverde, médico genetista peruano, al responder unas preguntas de un intrépido reportero de prensa extranjera quien llegó al país, para emprender una investigación sobre el tema.
Amador sale de su casa en diferentes horarios tanto de madrugada, por la mañana y por la noche. Trabaja en la chacra, el sonido de la radio le señala el camino de regreso. Es el menor de cuatro hermanos varones; sus hermanas mujeres no han sido afectadas, por esta rara enfermedad. “Fui dejando de ver, ahora sólo veo clarito”, comenta el poblador, quien desde hace 58 años no ve.
Hasta los 40 años la visión periférica se afecta. Ven como si estuvieran observando todo por un tubo. Luego quedan ciegos y sólo ven todo de color blanco, explica el médico genetista quien radica en el lugar para seguir investigando esta enfermedad, que ha dejado sin ver al 75% de la población, el otro 25% restante son bebes quienes están condenados a perder la visión.
Sobrevivencia en las alturas
Siembran, podan, desojan, fumigan y cosechan. Trabajan sin parar incluso más que aquellos que sí pueden ver. Viven a 3.000 metros sobre el nivel del mar y deben ingeniárselas para llevar el sustento a sus familias. Solo recurren a su memoria para ubicarse.
“Debo darles de comer a mis hijos”, dice uno de los pobladores. “Lo que a todos nos sostiene en `el pueblo de ciegos´ es la fuerza de nuestro trabajo”. “Nosotros siempre laboramos; el palito es nuestro mejor ayudante”. El pueblo de Parán tiene 100 años de haber sido formado, calcula Ricardo Fujita, científico peruano.
Lorenzo, familiar de la fundadora del pueblo, vive a 4.000 metros en lo alto de una colina. Desde allí es capaz de indicar por donde alumbra el sol. “Vivo sólo desde hace 50 años, no distingo nada, sólo todo negro”, dice el tataranieto de la fundadora del pueblo, quien dispersó la enfermedad en los lugareños hace muchos años.
Los científicos que se instalaron en el poblado realizan estudios sobre la enfermedad, al mismo tiempo que destacan la capacidad de estos varones y mujeres de enfrentar la vida y pese a todo seguir trabajando con mucha destreza.