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¿De dónde sale la fuerza para perdonar?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 25/08/16
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Si no me quedo anclado en el pasado que hiere, soy más felizTal vez la vida no consista tanto en tener razón como en amar sin razones. No tanto en guardar la vida como en darla. No tanto en ser feliz sino en hacer feliz a otros.

Pero a veces me gusta más tener razón que amar en silencio. Más guardar mi vida que darla. Más que me hagan feliz antes que hacer yo el esfuerzo. Que reconozcan mi opinión antes que yo la de otros. Quiero tener razón en todo y por eso me ofendo cuando no me toman en cuenta, no me valoran, o me hieren con palabras, actos u omisiones.

Sólo el amor verdadero me ayuda a perdonar, a vivir reconciliado. Lo sé. Lo he vivido. Un amor que me dé paz y me centre. En definitiva todos queremos ser amados. Ser reconocidos y tomados en cuenta. Ser perdonados siempre, hagamos lo que hagamos.

Por eso nos ofenden con facilidad el mundo, la vida, las circunstancias. Por eso cometen injusticias contra nosotros. Y por eso nos cuesta perdonar tanto las ofensas.

Decía Mirian Subirana: El problema surge cuando consideramos lo ocurrido como inaceptable, entonces somos incapaces de perdonar. Podemos considerar inaceptables ciertas situaciones vividas que se dan porque se han traicionado unos acuerdos, unos principios, no se han cumplido nuestras expectativas o no se han respetado ciertos valores. Sea cual sea la razón de lo inaceptable, podemos aferrarnos a ella y quedarnos clavados ahí. Por mucho que no estemos de acuerdo con lo ocurrido, tenemos que aceptar los hechos. Aceptar no significa estar de acuerdo. En el mundo hay mucha rabia en contra de las injusticias. La rabia no soluciona las injusticias, sino que crea más dolor e incluso más injusticias”.

Es verdad. Aceptar lo que no me gusta. Aceptar lo que me hace daño. Mi rabia no cambia nada. Sólo me cambia la aceptación de los hechos tal y como son.

Renuncio a tener razón siempre, a que se haga justicia conmigo, a ser reconocido por todos. Renuncio a vivir enfadado con Dios, con los hombres, con la vida. Elijo amar más, aunque yo no me sienta tan amado. Elijo dar yo más, aunque piense que me deben algo.

Ya lo decía santa Teresa: “El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho”. Quizás si pensara menos y amara más me irían mejor las cosas. Si no me quedo anclado en el pasado que hiere, soy más feliz.

Pero a veces me quedo en buscar razones para tener razón, para justificar mi rabia, mi odio. Tengo razón, me digo, el mundo es injusto. Y no hay que perdonar lo imperdonable. Busco razones que me refuercen en mis sentimientos.

Me importa justificar mis comportamientos a veces no tan edificantes, no tan ejemplares. Justifico mis críticas con argumentos. Me han hecho daño injustamente. Me olvido de lo importante. De cuánto me quiere Dios. Me quiere de forma tan inmerecida…: “Si conocieras cuánto te amo”.

Amar con toda el alma, con todo el corazón es lo que vale la pena. Porque el amor no se construye a base de juicios y argumentos. No se basa en tener razón en la vida. La razón es algo que pasa. Desaparece y muere. El amor permanece siempre.

A veces el amor que tenemos se construye en base a argumentos y razones. Pero el amor verdadero se fundamenta en esa entrega total sin razones. El amor de Dios es sin razones, es más bien poco razonable.

Decía Antonio Gala: “El que no ama siempre tiene razón. Es lo único que tiene”. Dios no me ama porque me porte bien, porque sea bueno y digno de su amor. Su amor no está justificado. Dios me ama con misericordia, sin razones suficientes.

Y me repite: “Si realmente conocieras cuánto te amo”. Esa frase viene de una canción en la que Dios me lo repite al oído.

Y tiene razón en su sinrazón. No me ama porque me porte bien. Me ama porque quiere y yo no conozco ese amor tantas veces.

Porque si yo de verdad conociera cuánto me ama Dios, sin tener razones suficientes para amarme, si conociera el amor de Dios tan hondo y verdadero, si supiera cuánto me ama en comparación con ese pobre amor mío, si me diera cuenta del cariño que me tiene aunque yo no sea digno, si comprendiera que no me quiere por mi buen comportamiento, por mi alma pura y sin pecado, o porque es imposible no quererme, si supiera cómo de grande es su amor, y lo tocara cada día, si percibiera su mano sosteniendo mi vida, si fuera consciente de todo eso, mi vida sería muy diferente.

Entonces tendría que vivir de una manera diferente. Tendría más paz. Viviría alabando, dando gracias, cantando. Sembraría esperanza con mi vida. No guardaría tantos rencores. Perdonaría más fácilmente.

Si fuera capaz de tocar ese amor no podría dejar de amar a los hombres. Tanto amor infinito en mi corazón finito me superaría. Viviría desbordado. Lo sé.

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