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“Por cada cerveza servida regalábamos a los clientes un versículo de la Biblia y una sonrisa”

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Jean Muller - publicado el 24/08/16
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De París a Cracovia en un “food truck”Noé, de 23 años, acaba de volver de Cracovia. Después de terminar sus estudios y justo antes de entrar en la vida profesional activa, decidió dedicar dos semanas de su verano para viajar a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Polonia a bordo de un food truck. Aquí explica su enriquecedora experiencia:

¿Cuál era tu proyecto para esta JMJ?

Fui a la JMJ junto con Anuncio (ya sabéis, los que organizaron el festival Krakow-Beach con grupos como Glorious, Turpin, Hopen, Les Guetteurs…).

Imaginaos: un escenario a bordo de una barcaza sobre el río Vístula, en pleno centro de Cracovia, por donde pasaron decenas de miles de personas durante la JMJ. ¡Toda una locura!

Anuncio existe desde hace ocho años con el objetivo de multiplicar las iniciativas de evangelización.

En París hicieron una lavadora gigante para confesar en medio de las plazas, y también una fanfarria, un food truck y conciertos todos los años, como el de Krakow-Beach.

En esta ocasión, la idea era hacer París-Cracovia en diez días con diez minibuses. Cada día parábamos en una ciudad diferente para organizar misiones de evangelización por el camino.

Evangelizar a pie de calle requiere un auténtico esfuerzo desde el primer momento, pero se crean encuentros conmovedores, las personas acuden buscando ayuda: “Estoy hecho un lío”, “he perdido a un hijo”, “no sé rezar”, “Dios no puede amarme, he metido la pata hasta el fondo”…

Después de una hora de misión, puedes estar seguro de que te habrás cruzado al menos con una persona que, en ese momento, te necesitaba de verdad.

Puedes sentir que es urgente, que se detienen personas que normalmente no lo harían al cruzarte con ellas, y que tienen auténtica necesidad de que las amen y las escuchen.

En el lugar donde se organizaron los conciertos, los misioneros recibían a los transeúntes para escucharles y dar testimonio de su felicidad como cristianos.

En lo que a mí respecta, yo colaboraba en un food truck: un camión de comida ambulante que se abre por un lado para servir de bar y de puesto de frituras.

Teníamos que crear un ambiente agradable y distendido para los misioneros y los lugareños de los países que atravesábamos, para favorecer el encuentro y la conversación.

Por cada cerveza servida regalábamos a los clientes un versículo de la Biblia y una sonrisa: ¡por ahí empieza la evangelización!

¿Puedes contarnos cómo era un día normal a bordo de un camión de comida ambulante?

Nos levantábamos bien temprano para hacer vida de grupo con las 60 personas de Anuncio durante la mañana; luego clases, una hora de oración, descanso, almuerzo, actividades.

El pequeño tamaño del grupo permitía que todo el mundo se conociera. Vivimos en una amistad tal durante esas semanas que resultó muy duro separarnos al final.

A partir del mediodía estábamos en carretera y preparábamos la tarde de misión.

Después de la misión y de recoger bien todo, a menudo nos reuníamos para echar una cervecita: ¡este también era un momento sagrado!

© Charly Marlotte

¿Fue sencillo combinar la oración con el trabajo a bordo de un vehículo como este?

En Anuncio la oración no se toca: todos los días hay entre treinta minutos y una hora con Dios. Así que teníamos esta cita diaria y eso marcaba la diferencia.

Además, ¡nuestro servicio en sí ya era oración y testimonio! Así que, con toda sinceridad, sí, fue fácil.

¿Qué experiencias enriquecedoras has podido sacar de tu viaje?

Personalmente, hubo dos cosas que me marcaron en especial. En el Campus Misericordiae, cuando el Papa nos dijo que saliéramos del sofá, yo me lo tomé como algo personal: ya sea en la vida estudiantil o profesional.

¡Involucrarse en la evangelización debe ser siempre una de nuestras prioridades! ¡Las personas con las que nos cruzamos todos los días están sedientas!

También me dejó huella un encuentro que tuve en Núremberg durante una misión.

Conocí a una mujer que venía de Ucrania, necesitaba hablar y se paró con su bicicleta delante del food truck. Me acerqué a ella para explicarle qué estaba pasando, con la multitud de jóvenes en la plaza, el concierto, las pancartas, etc.

Ella me comentó que no creía en Dios porque en el colegio en la URSS le habían enseñado que Dios no existía.

Decidido a aprovechar la oportunidad, le propuse venir conmigo a la iglesia de enfrente, donde había una adoración, para que lo verificara ella misma.

Después de rezar con ella, se quedó un largo rato a solas en la iglesia: creo que Dios y ella tenían cosas que decirse. Entonces la dejé y volví a la calle.

Fue extrañamente simple; cualquiera podría haber hecho lo mismo, pero me dio un subidón de fe enorme, estaba rebosante de júbilo. De hecho, el primer fruto visible fue ese sentimiento de alegría por haber estado en mi puesto durante aquellas horas.

Lo que pasa en el corazón de las personas… ¡es lo que está en el corazón de Dios!

Si queréis participar o saber más, tenéis una cita el primer fin de semana de octubre. ¡Todos los jóvenes están invitados a París!

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