Tras diez años como portavoz de la Santa Sede, y 26 años al frente de Radio Vaticano, el sacerdote jesuita habla de sus vivencias con Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco.Tras haber sido colaborador cercano de tres papas, 10 años como portavoz de la Santa Sede y 26 al frente de Radio Vaticano, el padre Federico Lombardi abre su corazón en esta entrevista histórica.
Un dialogo en el que cuenta cómo descubrió su vocación al sacerdocio, y qué ha aprendido de los tres últimos papas que han cambiado la historia de la Iglesia y del mundo.
Un relato que, como su vida, está lleno de humildad y autenticidad.
-¿Cuántos años tenía y por qué decidió dejar las muchas posibilidades que la vida le ofrecía para ser jesuita y sacerdote?
Padre Lombardi: La vocación es algo que depende del Señor. Para mí nació de manera bastante gradual y sin traumas desde mi juventud, estando ya comprometido en asociaciones y actividades de la Iglesia. Estaba en los Scout, en la Asociación Mariana, asistía a la escuela de los jesuitas y esta fue una de las líneas que después, al crecer, me llevó a pedir mi ingreso en la Compañía de Jesús. Entré en el noviciado después de los exámenes del liceo clásico, a los 18 años. La decisión maduró en los años del liceo.
– Después de ser provincial de los jesuitas en 1990 fue colaborador de Juan Pablo II en puestos de responsabilidad en Radio Vaticano. ¿Qué lecciones vitales saca de su colaboración con el Papa Wojtyla?
El trabajo de Radio Vaticano en los años de Juan Pablo II ha supuesto para mi una verdadera apertura en el horizonte global del mundo y de la Iglesia.
Ya como jesuita, tengo una vocación que intenta mirar al mundo, y también como Provincial de los jesuitas italianos, viajaba e iba a visitar a nuestros misioneros, lo que me llevaba a distintos lugares del mundo. Por tanto, mi horizonte era ya bastante amplio. Pero con el trabajo en Radio Vaticano y acompañando a Juan Pablo II, sobre todo en sus viajes, para mi el horizonte universal de la Iglesia y su atención a la historia, y a todas las vicisitudes humanas desde un punto de vista espiritual y de fe, se convirtió realmente en atención continua, diaria.
Recuerdo mis primeros días en Radio Vaticano, me implicó mucho la consulta de las agencias de prensa internacionales, que permitían seguir minuto a minuto, los acontecimientos que tenían lugar en distintos lugares del mundo. Me llevó a ampliar la espiritualidad al leer la presencia de Dios, los signos de su actuación en la vida cotidiana de las personas y de los pueblos, a convertirse en la sustancia de mi vida diaria.
Y en esto Juan Pablo II era un gran maestro.
Confieso que recuerdo dos cosas que me impactaban profundamente: una, su autoridad al hablar de los pueblos, me parecía verdaderamente un maestro de los pueblos. Con ocasión de sus viajes, tenía la capacidad de entrar en la historia, en la cultura, en el espíritu de las distintas naciones empezando naturalmente por su Polonia. Trabajando en Radio Vaticano, que siempre ha querido ser multilingüística, multicultural, abierta a las diferencias y a la variedad de culturas, de sus especificidades, me gustaba muchísimo. Por tanto, Juan Pablo para mí fue un maestro de los pueblos, además de las personas.
Y después su profunda fe, que se manifestaba en los momentos de oración personal que hacía de manera evidente, con recogimiento y fuerza incluso en medio de una gran confusión, de las grandes expectativas de los viajes que realizaba. Se entendía que tenía una relación personal con Dios en el centro de su vida, de su atención, de su servicio, y en este sentido su canonización se corresponde con un testimonio de vida de fe muy claro.
– El 11 de julio de 2006 el papa Benedicto XVI le nombró director de la Sala Stampa de la Santa Sede. ¿Cuáles fueron los momentos más difíciles en esta misión? ¿Y los momentos más bonitos? ¿Qué lleva en el corazón de su relación con el Papa Benedicto?
Ciertamente, participé profundamente en las vicisitudes de su pontificado, y por tanto también en los que pudieron ser los desafíos que tuvo que afrontar. Tengo que decir que los momentos difíciles fueron momentos de desafío que el Papa afrontó con muchísimo valor y disponibilidad de las situaciones comprometidas para la Iglesia. Pensemos por ejemplo en el debate con el Islam, en las situaciones de crisis de la Iglesia por los abusos sexuales por parte del clero, o en otros debates internos de la Curia romana que luego se reflejaban también en la opinión pública. Son situaciones que Benedicto afrontó con muchísimo valor, y puso los fundamentos para dar pasos adelante en la Iglesia, precisamente sobre la base de un sufrimiento personal por las dificultades, pero también de un gran valor y de una gran sinceridad.
Estoy convencido de que estas dificultades son las bases sobre las que se han dado grandes pasos adelante, por ejemplo para afrontar con objetividad y profundidad la relación con el mundo musulmán, el tema de la violencia que vivimos actualmente, la profundidad y la enorme amplitud que tiene. Y él lo afrontó con claridad y con valor, y nos damos cuenta de que tocaba puntos que históricamente había que afrontar por parte del mundo musulmán, y por nuestra parte en el diálogo con el mundo musulmán.
En lo tocante al caso de los abusos, sobre esto él ya antes, como Prefecto para la doctrina de la Fe y después como Papa, puso los principios de las bases del procedimiento, de la actitud correcta por parte de la Iglesia, en lo que respecta a la prevención y al reconocimiento leal de los errores, que dieron una orientación sobre la que Papa Francisco puede continuar construyendo. Pero fue Benedicto quien empezó a poner en marcha la forma de afrontar este tema tan doloroso y complejo.
Y en lo que respecta a las discusiones internas sobre el funcionamiento de la curia, sobre la transparencia, sobre la adaptación de un sistema de normas y de administración que esté a la altura de las exigencias de la cultura actual, de la administración correcta a nivel internacional, él puso en marcha una serie de normas legislativas y normativas en las que se sigue trabajando y que están dando frutos. Por lo que me parece una persona que ha afrontado con paciencia y sencillez, de manera leal, grandes problemas. Estoy contento de haber podido colaborar en este tipo de compromiso.
Naturalmente, no debemos olvidar los bellísimos momentos que se produjeron en este pontificado, como el viaje al Reino Unido, el viaje a Estados Unidos y muchas otras ocasiones que fueron momentos de encuentro con pueblos que no eran mayoritariamente católicos, y que fueron totalmente festivos y hermosos. Y también algunos de sus grandísimos discursos al mundo y a la sociedad de hoy: el discurso a Westminster Hall, el discurso a Naciones Unidad, al parlamento alemán, quedan como etapas de un dialogo serio y profundo por parte de la iglesia en la sociedad y en el mundo de hoy, acogido con gran respeto por su calidad de carácter cultural y espiritual, en el que Benedicto XVI era un maestro.
-Desde la elección del Papa Francisco, usted ha sido uno de sus más estrechos colaboradores. Han sido años increíbles para la comunicación de la Iglesia. ¿Cuál es el secreto del Papa Francisco? ¿Por qué se ha convertido en uno de los más grandes comunicadores del planeta?
A todos les impacta el aspecto comunicativo del Papa Francisco. Él es muy espontaneo, y yo diría que es un aspecto del carácter carismático que tiene, y que le viene de la relación directa con las personas, que ha cultivado durante décadas, como pastor de una diócesis grandísima, y el hecho de que sea tan sincero, libre y abierto, no es fruto de un cálculo hecho en un despacho o de un análisis de expertos. Es el ser muy sincero, libre, abierto, de un pastor que encuentra al pueblo de Dios y que se encuentra con los hombres y mujeres de hoy sin barreras, con una capacidad de dirigirse al corazón y a la mente de cada uno.
Todo esto atrae una gratitud muy profunda de personas que sienten la necesidad de tener un testimonio, un mensaje, una presencia que manifieste claramente atención, amor, solidaridad, en particular los que son pobres, los que sufren y se sienten al margen de la sociedad, y que se sienten acogidos, buscados, respetados, con muchos pequeños gestos, con muchas palabras del Papa Francisco.
De ahí, por tanto, esta relación directa, este lenguaje tan concreto, que aún no sabiendo utilizar idiomas usa el lenguaje de los gestos y de la actitud, que llega con gran facilidad al corazón de pueblos distintos, de Asia, de África, de América Latina donde está en cas, y de Europa.
La actitud del Papa Francisco, con quien me he sentido en sintonía, y que creo que caracteriza a este pontificado, es la de la confianza en que el Espíritu Santo es el que conduce a la Iglesia de Dios: una Iglesia en camino, una Iglesia en salida. Una Iglesia que se pone en camino aún sin saber exactamente adónde tiene que ir, que sabe que es llevada por el Espíritu del Señor, y que constantemente está atenta para escuchar su palabra, porque él nos acompaña con la palabra que está en la Escritura, con la cercanía viva del espíritu a los creyentes, que intentan cada día leer y entender la voluntad de Dios y su llamada. En efecto, el ser una Iglesia en camino, valiente y confiada, me parece uno de los espíritus de este pontificado, con el que me he sentido muy en sintonía.
Una palabra clásica también para la espiritualidad jesuita es la del discernimiento. Vemos como el Papa Francisco invita a la Iglesia, a los pastores, a las personas a discernir, es decir, a intentar comprender cuál es la voluntad de Dios para ellos, a la que responder con generosidad.
– El 29 de agosto usted cumple 74 años. Toda una vida al servicio de la Iglesia, sobre todo de la Santa Sede. ¿Qué aconseja a los católicos desanimados o defraudados por los escándalos provocados por pastores o hijos de la Iglesia?
El creyente es un peregrino, una persona en camino en el mundo, en la vida, y puede caminar con confianza, con tranquilidad con alegría, con valor, si sabe que el Señor le acompaña, si busca orientar su vida hacia la llamada que está al origen de su misma vida, al servicio, a la solidaridad con los demás, al encuentro con los demás, en particular con Jesucristo, que para nosotros es la guía de todos los demás encuentros.
En este sentido, uno de los Padres de la Iglesia decía una cosa muy bella: “Abraham iba siempre seguro porque no sabía adónde iba”. Es un poco paradójico, pero estaba seguro porque confiaba y sentía la presencia del Señor que le acompañaba. Ese era el fundamento de su seguridad. No saber que existía un objetivo que él personalmente se hubiera fijado, pues eso no le habría dado ninguna seguridad. La seguridad, la tranquilidad que tenemos en nuestra vida depende de sabernos en camino con el Señor que nos acompaña. Esto en todas las edades de la vida.
Este es el único consejo que puedo dar y que me parece fundamental para no tener miedo de lo que nos rodea, de las situaciones en las que nos encontramos. Si sabemos que el Señor nos acompaña, podemos poner en Él nuestra confianza y no hay desánimo que perdure, sólo debemos tener esperanza.