De niño huyó de la guerra desatada por la violencia en su país; hoy ingresa en la historia grande del deporte
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Su nombre ya es historia grande. Los oros olímpicos, esos que rusos, estadounidenses y chinos coleccionan de a decenas son para el deporte latinoamericano algo esporádico y casi siempre heroico. El pesista colombiano Óscar Figueroa logró levantar en total 318 kilos, lo que nadie en Río 2016 para su categoría de menos de 62 kg, y se convirtió en el tercer atleta de su país en ganar una presea dorada en la historia de los Juegos Olímpicos, y en el primero varón en hacerlo.
Es el segundo oro provisto por la halterofilia colombiana, ya que el primer oro registrado fue el de María Isabel Urrutia en Sydney 2000. El restante título olímpico fue el obtenido por Mariana Pajón, BMX, en Londres 2012, que competirá en los próximos días en Río con buenas oportunidades de repetir lo más alto del podio.
Tras 22 años de carrera deportiva, y una medalla plateada en los juegos olímpicos de Londres 2012, donde el oro parecía ser suyo, Figueroa logró el máximo título al que puede aspirar un deportista. Nacido en Zaragoza, Antioquia, de niño huyó con su madre y sus hermanos de sus pagos natales para evitar la violencia armada entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
Desplazados, e instalados en un hogar muy humilde de Cartago, en el Valle del Cauca, pronto el niño Óscar comenzó a practicar fútbol, hasta que un profesor advirtió su potencial para el levantamiento de pesas. Abandonó sus estudios, y en la capital del departamento, Cali, comenzó a acrecentar su nombre en el deporte colombiano, a fuerza de grandes sacrificios. Habitaba en un pequeño cuarto, mientras intentaba ayudar a su familia en Cartago.
En torno al año 2000, mientras Urrutia lograba lo hasta entonces imposible, él daba sus primeros pasos a nivel nacional e internacional. En 2002 obtuvo el campeonato Mundial Juvenil, y pudo ayudar a su madre a comprar una casa más digna, su gran motivación.
Cumplió con el servicio militar obligatorio, y pudo desde él continuar con su preparación para el debut olímpico. En Atenas 2004 perdió el bronce por ser unos gramos más pesado que otros atletas que levantaron lo mismo que él. Pero lo peor estaría por llegar: una peligrosa lesión. Pero se sobrepuso.
Su polémica relación con su entrenador en 2008, y algunos otros episodios, le ganaron adeptos y detractores. Las lesiones de Figueroa fueron evidentes y le perjudicaron para los juegos de China de ese año, pero deportivamente, su nombre siguió creciendo.
En 2012, el oro se le escapó por muy poco. Pero esta vez, habiendo superado dos cirugías de columna, dos de rodilla, una de hombro, y una vida llena de sacrificios, fue el mejor. Con 142 kg en arranque y 176 kg en envión, Óscar Figueroa se colocó primero cómodo, y alcanzó lo más alto del podio. Su emocionante llanto desconsolado al escuchar los acordes del himno y ver la bandera colombiana más arriba que las otras, recorrió el mundo.
“Esto es de todo Colombia, que todo Colombia disfrute”, clamó el atleta. Óscar Figueroa, como otros latinoamericanos, le ganó a un sinfín de adversidades que hoy engrandecen los méritos de su inolvidable oro. E ingresó definitivamente en la historia grande del deporte.