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CINE Y VALORES La escafandra y la mariposa: vivir es saberse amado

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Josep Maria Sucarrats - publicado el 10/08/16
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Junto a Antes de ti, esta conmovedora obra maestra nos plantea una cuestión educativa central: la salida hacia el otro como posibilidad para despertar lo humano

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Antes de ti nos brinda la oportunidad de revisar películas que han tratado la minusvalía como una oportunidad para aprender algo en la vida. Si tenemos que subrayar una película que nos permita valorar el amor como lugar de introducción a la realidad, debemos hablar de La escafandra y la mariposa.

Fascinante y perturbadora a la vez, la cinta es una perla ineludible del gran pintor, escultor y fotógrafo neoyorquino Julian Schanbel (Antes que anochezca), con un brillante guión de Ronald Harwood (El pianista). Con esta pieza de original factura, el autor se consagró como director de cine, y atrajo al público a una historia nada desdeñable, e inspirada en hechos reales.

La película nos cuenta la historia de Jean-Dominique Bauby, jefazo de la revista Elle, que se ve postergado a una vida de cama tras sufrir una embolia en diciembre de 1995. Bauby, nihilista, mujeriego y superficial, se queda con todas las funciones motrices deterioradas. No puede moverse. Ni hablar. Ni comer. Ni respirar sin ayuda. Nada de nada. Puro vegetal; ¿acaso hombre? Hay una excepción: podrá relacionarse con el mundo exterior a través del movimiento de un único párpado (¡Quéjate ahora de tus males…!). Y esto es suficiente para que anuncie algo increíble: su corazón no solo no se ha paralizado, sino que ha despertado y late con una humanidad nueva. A través de un lenguaje simple (el parpadeo), Bauby conseguirá comunicarse con la gente y empezar un camino que superará su frustración vital.

Ojo; la puesta en escena es en ocasiones naturalista, y que exige tiempo al espectador, que vivirá la claustrofobia de una vida cautiva en un cuerpo muerto. Se precisa tiempo. Habrá angustia, perplejidad, miedos. Pero también sueños que empiezan a emerger, ilusiones recuperadas, amor que vuela como una mariposa.

No hay tretas. Nada de sentimentalismos ni trucos de feria. Al contrario, el director nos sumerge directamente en el Locked in Syndrom (‘encerrado en sí mismo’) para caminar con el personaje y contagiarnos amor a la vida. Precisamente por ello, la película sigue el libro homónimo que Jean-Dominique Bauby dictó a través del párpado.

¿Cómo se despierta lo humano? ¿Dónde está la trampa? En nada. De hecho, y gracias a la espléndida actuación de Mathieu Amalric, así como de la genial plantilla de actores, el director nos presentará la amistad y lo sobrenatural como lugares en este emerger de la vida (brillante esa Piedad, confesada por Schnabel, en esa escena entre Bauby y su terapeuta en la piscina). De este modo, la presencia de Dios no suena a moralismo ni a te-la-he-colado. Al contrario, se percibe por cómo viven algunos de los personajes que entran en la vida de este Lázaro postrado en cama.

Bauby reconocerá que vivía como un muerto antes del perverso coma. Es el apoyo de su ex mujer, de las enfermeras y logopedas (auténticos ángeles), etc., que aprende que la vida es el afecto que la sostiene. La enfermedad será el lugar para recuperar la alegría de vivir, de lo humano. Y esto no es poca cosa.

La cinta es una magnífica obra de arte en la que todo (fotografía, montaje, actuación, dirección, iluminación, música de Tom Waits, etc.), están al servicio de un canto a la vida, al afecto auténtico. Vivir es saberse amado. Y esto es imposible sin un abrirse al otro con interés en una relación verdadera.

Como en Antes de ti, y aunque los desenlaces sean opuestos, la película nos propone viajar al dolor del otro libres de los resultados. En este sentido, pone delante una cuestión en la que el mundo contemporáneo, sobre todo ese Occidente herido, debe educarse: la descentralización del yo, lejos de ese solipsismo, egotismo y dolor narcisista (que, por cierto, Amenábar retrató a la perfección como panfleto en Mar adentro).

 

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