Una comedia genial que es un cuento de navidad tierno y que podría llamarse Buscando a Doris
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Instrucciones para mirar a un muerto: se empieza por las manos. Michael Showalter, director de Hello, My Name is Doris, lo sabe. Primera imagen de la película: las manos de un cadáver. Señores, esto va en serio. Sigamos: la cámara sube, y muestra el rostro de una mujer entrada en años en el cajón: es el funeral de la madre de Doris (¡la brillante Sally Field!). Lloros, palabras del cura, y ya tenemos la primera escena montada. Fin de la zona de seguridad.
Lector, ¿sabe usted que también se va a morir? Digo saber en un sentido pleno. Seguro que sí, aunque quizá no quiera pensar en ello. No lo hace porque sufre la tensión entre la muerte y la atracción de las cosas, de lo existente. Sí, las cosas son. Y si te paras un rato, lo percibes. Percibes incluso la belleza de las cosas nimias, esas que echas al cubo del olvido o que piensas que no sirven más que para otra cosa. Vivimos en la cultura de la fragmentación, del descarte. No me sirve: lo tiro.
¿Qué hacemos: carpe diem o desesperación? Hay otra vía más interesante, muchas veces anónima o antiheroica, pero que resulta más auténtica y correspondiente al deseo de que las cosas no perezcan (¡sí, usted también lo tiene!). La pequeña comedia dramática de Showalter nos acerca a esta originalidad en la manera de estar ante la vida, y la muerte.
Doris, la protagonista de la cinta, recoge y custodia lo que la gente tira en la calle. Sufre una especie de síndrome de Diógenes. No quiere que se pierda nada, y sufre el paso del tiempo y la caducidad. Es romántica, deliciosa, excéntrica, y desearía ser una heroína novelesca. Trabaja en una agencia de comunicación, y encarna el ideal previo a la crisis de Woodstock. Viste como en los sesenta, y parece salida de una reunión vetusta y casposa de una agrupación solidaria.
Pero Doris está entradita en años, abandonó a su amor de juventud para cuidar a su madre inválida y chantajista (esa, la que ha muerto), y teme morir sola en la Nueva York vanguardista e internacional. Doris ha quedado anclada fuera del tiempo, sepultada en su casa basurero de Staten Island. Es una auténtica periferia urbana, y nos despierta la ternura de ese vagabundo de Chaplin o de los personajes decrépitos de Sunset Boulevard.
Yo existo. «I’m possible»; paráfrasis de «impossible». Es el mantra que Doris se repite de continuo. Se lo ha dicho el experto en autoayuda al que acudió con su mejor amiga. Porque nuestra protagonista no se ha rendido. Con sus gafas de gato, sus pañuelos y tocados, y toda su estética cursi, Doris anhela ser mirada por alguien. Y lo conseguirá. Será John Fremont (Max Greenfield), nuevo jefe de arte de la compañía. John la mira, la ve, y todo cambia. Fremont encarna lo nuevo. Es atractivo e insultantemente joven. Doris podría ser su madre o abuela, pero se enamora salvajemente de él, como una quinceañera. Él la hace visible, y la convierte en una mujer que desea y se desea.
Doris vivirá un despertar de su vida; y un morir de sus miedos. Para conocerle deberá traspasar el puente generacional. Irá a conciertos de electro-pop, conocerá los ambientes cool neoyorquinos, y hasta acabará siendo una chica de portada del grupo de moda. ¿Cómo? Sí. Porque la generación actual, con todos sus gadgets y toda su estética contracultural, descubre en ella a un ser original, a una persona que custodia lo auténtico. Los millennials no conocen las tradiciones, han perdido el sentido de muchas cosas; serán veganos o bisexuales, pero anhelan el encuentro con el otro. Por eso son multiculturales y buscan con extravagancias una identidad.
Decía Gaudí, arquitecto de arquitectos, que la originalidad consiste en ir al origen, no en hacer cosas raras. Gracias al amor, Doris comprenderá lo nuevo; gracias a Doris, descubriremos que en el origen hay una verdad, custodiada con celo, que muestra lo auténtico como lugar de una verdad que permite vivir. ¿Qué escogemos: los robots o el renacimiento? La película dice: ni lo uno ni lo otro. Hay que integrar: la auténtica cultura, la original, es aquella que discierne qué tiramos, qué donamos y qué nos quedamos.
Por favor, vean esta comedia, con sus bufonadas, y momentos de atracón de risa; con la genial Sally Field. Esto es un cuento de navidad, una historia sobre lo necesario para vivir. Una cinta amable que hace nacer en nosotros algo nuevo, y que nos deja pensando y nos ayuda a ser más originales. Es posible. I’m possible.