A mediados del siglo XVI, la juventud noble del norte de Europa, al viajar, llevaba siempre consigo su “alba amicorum” (literalmente, un “libro de amigos”, en latín). En estos libros, los jóvenes viajeros atesoraban firmas, retratos, escudos de armas y demás comentarios de personas que conocían al estar lejos de casa, las más de las veces durante sus años de formación académica. Al poco tiempo, estos libros se convertían en, precisamente, redes de contactos.
El proceso para “llenar” el “alba amicorum” (como si se tratase de un álbum –precisamente- de cromos) no dista mucho de la “solicitud de amistad” de Facebook. Cuando estos jóvenes renacentistas conocían a alguien, le pedían firmar una entrada en su “alba”. Estas entradas, generalmente, venían acompañadas de algún consejo o recomendación profesional. A falta de fotografías, se incluía un retrato, un dibujo de alguna situación compartida, o la imagen del escudo de armas del personaje. Sobra decir que, a más escudos, más prestigio.