La famosa “Virgen con el Niño y San Juan”, del maestro florentino Sebastiano Mainardi, ha sido objeto (más de una vez) de conjeturas que podrían evitarse con sólo un poco de conocimiento de los motivos clásicos del arte cristiano europeo
La mayoría de los historiadores del arte renacentista italiano atribuyen esta pintura, la “Virgen con el Niño y San Juan”, al maestro a Sebastiano Mainardi, nacido en 1460 y muerto en 1513. Algunos otros historiadores, sin embargo, explican que podría tratarse más bien de una pieza de Jacopo del Sellaio (el cuñado de Domenico Ghirlandaio), quien estuvo trabajando activamente en Florencia en la segunda mitad del siglo XV.
Independientemente de su autoría, esta obra pertenece, digámoslo así, al mismo grupo de imágenes asociadas con la Natividad, la Anunciación y la llamada Epifanía de Reyes. Todas ellas incluyen acciones que se desarrollan alrededor de la Virgen y del Niño. Es decir, que implican una acción directa de lo divino en el mundo: la Natividad, de acuerdo a la narración evangélica, es precisamente la celebración de la Encarnación de Dios.
En la imagen, se ve un objeto luminoso, ovoide, al lado derecho de la imagen, junto a la cabeza de la Virgen, ubicado en un plano posterior. Más de un no-historiador de arte ha dicho que se trata de un objeto volador no identificado, que el artista habría visto en el cielo florentino en alguna ocasión, y que habría decidido incluir en la pintura. Sin embargo, nada está más lejos de eso.
En casi todas (por no decir abiertamente que en todas) las representaciones asociadas con la Natividad, la Anunciación, la Encarnación o la Adoración de los Reyes, se incluyen imágenes radiantes que contrastan con un cielo oscuro: nubes con rayos de sol, las llamadas “mandorlas místicas” (aperturas en el cielo de las que desciende un rayo, o haces de luces), o esferas doradas rodeadas de ángeles. Estas imágenes, comunes en la iconografía cristiana, son representaciones de la propia Divinidad, de la presencia de Dios (Padre) en la escena.
Para más señas, en la imagen se ve, bajo la nube de la que se desprenden los rayos de luz, a un hombre cubriéndose la cara, tratando de taparse la luz, que le enceguece: se trata de un pastor, que bien podría estar recibiendo el anuncio del ángel, o que estaría viendo a la que podría perfectamente bien ser la llamada Estrella de Belén. Este es un clásico tropo narrativo asociado a los motivos vinculados con el Niño Jesús, y se desprende directamente del segundo capítulo del Evangelio de Lucas. Estos haces de luz no son extraños en la literatura bíblica (basta recordar las columnas “de nube” y “de fuego” del libro del Éxodo), como tampoco lo son en la tradición asociada a ella, incluido a Dante, quien en el Purgatorio se consigue con Beatriz “en una nube de flores”. Se trata, simplemente, de imágenes alegóricas que representan la acción divina en la vida humana.
Para leer en más detalle, puede consultar este artículo (en italiano) de Marco Cappadonia Mastrolorenzi en LucidaMente.