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Rostros entre la multitud de Lesbos: Historias que no se las desearías ni a tus enemigos

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AFP

Edward Mulholland - publicado el 27/07/16

El campo de refugiados Kara Tepe está lleno de gente que ha sufrido grandes, y ha encontrado hermandad en el sufrimiento

En la revista Sports Illustrated hay una sección que me encanta, “Faces in the Crowd” [Rostros entre la multitud], donde se pone cara y se recogen algunos logros de atletas del mundo amateur, a menudo anónimos. No es que haya una oleada de negatividad contra los atletas aficionados, pero es agradable reconocer a algunos de esos triunfadores desconocidos, en su mayoría jóvenes y prometedores.

En cambio, hay una oleada de negatividad en contra de los inmigrantes que vienen de países musulmanes. Y entiendo los argumentos. Respeto que un país tenga derecho a protegerse y que Estados Unidos tenga que hacer una mejor labor examinando a las personas que entran en el país. Dicho esto, cuando hay alguien huyendo del peligro, creo que lo primero es ofrecer ayuda y protección. Hay una lista con veinte países a los que los residentes de Kara Tepe pueden pedir asilo. Estados Unidos no está en esa lista. (Puede que esté en la lista de otro campamento, pero no aquí).

El otro día paró un autobús de turistas justo delante de Kara Tepe para que la gente, boquiabierta, echara un vistazo a la entrada y quizás conseguir ver a algún refugiado. Me asqueó. ¿A esto hemos llegado? ¿A que estas personas que ya han sido privadas de su libertad por monstruos ahora tengan que ver como turistas ofenden su dignidad haciéndoles fotos como si fueran algún espécimen humano exótico? Una cosa es la curiosidad y otra cosa es vender entradas para ver la operación de corazón de tu abuelo, o cobrarle a tus amigos para que almuercen con tu estudiante de intercambio, no sé si me explico. No lo harías, ¿verdad? Este campamento puede ser muchas cosas, pero no es una atracción turística.

Es una multitud de gente, sin duda. Durante el mes que llevo aquí la población del campamento ha fluctuado entre seiscientos y setecientos. Es una buena multitud. Pero está formada por individuos. Cada uno tiene su rostro. Y sobre todo, como cristianos, si hemos de creer en lo que dice la hermosa poesía de fray Gerard Manly Hopkins, SJ, sabemos que “Cristo juega en diez mil lugares / Bello de miembros, y bello a los ojos ajenos / Del Padre a través de las facciones de los hombres”.

En esta multitud hay unos rostros con unas historias que no desearías ni al peor de tus enemigos; hay personas con las que, de hecho, compartimos un enemigo común: el mal que el hombre trae sobre el hombre.

Ya hablamos de Faris, que era comerciante hasta que Daesh redujo a escombros su negocio. Faris es por lo general un tipo bastante alegre, pero hoy, en la zona chai, se le veía apesadumbrado. Cuando le preguntamos si pasaba algo malo, respondió: “Gran problema”. El gran problema resultó ser que un amigo que seguía en Siria había contactado con él para decirle que su casa, la del amigo de Faris, había sido bombardeada (por aviones rusos, dice) y que sus cuatro hijos habían muerto.

Faris está preocupado por su amigo, porque está convencido de que nunca abandonará Siria y de que está en peligro inminente. Espero que esto te aporte una perspectiva nueva sobre cualquier “gran problema” que puedas estar teniendo hoy. Aun así, Faris nos reiteró su invitación para comer juntos. Nada mejor que la solidaridad para curar la indiferencia humana. Y si el arroz es tan bueno como el de la otra noche, la cura bien rápido.

También está Sajab, un técnico de sonido afgano que había “topado con un problema de seguridad”, y eso es todo lo que contaba de su historia. Me explicó que su lengua materna es el persa darí, uno de los idiomas principales de Afganistán. El otro es el pastún. Le comenté que no parecía que hubiera nadie en el campamento que hablara pastún. Él rio y me explicó que “todos los talibanes son pastunes, ¡los que tienen problemas son los que hablan darí!”. Yo le guiñé un ojo diciendo: “¿Problemas de seguridad?”, y asintió sin poder reprimir una amplia sonrisa.

Petit Jean es un chico de 13 años del Congo cuya familia había ido a Turquía como medio para cruzar hasta Europa. Como a ellos se les considera solicitantes de asilo económico más que político, lo tendrán más difícil en Atenas. El chico me llamó la atención porque llevaba una camiseta de béisbol del Kansas City Royals. Por el aspecto de la camiseta, de un naranja reverdecido, te confirmo que así es como suele terminar la equipación descolorida de tu equipo de deporte favorito.

Pero la historia más insólita que me he encontrado esta semana es, con diferencia, la de cuatro mujeres que llegaron al campamento hace pocos días. Son de República Dominicana. Sí, has leído bien. Vienen del Caribe. ¿Cómo diantres llegaron en un bote hasta Lesbos?

Pues estaban buscando trabajo y contactaron con un hombre de una agencia que contrata personal para trabajar en el extranjero. Tenían que ir a Turquía para un nuevo restaurante de temática caribeña. Fueron hasta Estambul y trabajaron para definir el aspecto del local. Las cosas empezaron a ponerse un poco raras, pero hablaron entre ellas y le quitaron importancia.

Después de todo, la nostalgia del hogar cansa los ánimos y sólo el tiempo puede curar la extrañeza. Pero no, de alguna forma, otra chica les hizo llegar un mensaje diciendo que lo que estaban preparando era un local de prostitución y que estaban a punto de ser forzadas a una terrible situación. Había una especie de mafia detrás de todo y tenían que escapar de allí aquel mismo día. No tenían sus carteras ni sus pasaportes encima y no sabían en quién podían confiar, así que ni siquiera trataron de encontrar la embajada de su país. Simplemente huyeron. Una semana más tarde más o menos estaban flotando camino de Lesbos hasta convertirse en residentes de Kara Tepe, las últimas en llegar, a excepción del recién nacido de ayer.

La trata de personas es real e insidiosa. Estas mujeres tuvieron el valor y la suerte de conseguir escapar. Muchos otros no son tan afortunados. Pero ni siquiera el futuro de estas nuevas amigas es totalmente certero. Participan en este juego de esperar, como cualquier otro aquí. Aunque había una cosa para la que yo sí tenía respuesta: quieren ir a misa el domingo. Por suerte para nosotros, este mes hay misa en Lesbos todos los domingos (no siempre es el caso), así que me voy a asegurar de que puedan ir.

En este lugar los rostros entre la multitud no componen una lista de éxitos, sino un compendio de tragedia y terror. El dolor crea un cierto tipo de hermandad. Todos saben que todo el mundo debe de traer una historia trágica a sus espaldas, de lo contrario no estarían aquí.

En el puerto de Mitilene hay una estatua de una mujer sosteniendo en alto un ramo de flores. “También tenemos una Estatua de la Libertad”, me comenta bromeando uno de los lugareños. Mitilene, representada como mujer, ofrenda con ese ramo a sus hijos caídos durante el conflicto con Turquía entre 1919 y 1922.

La estatua mira hacia el puerto, justo enfrente de donde el ferri parte hacia Atenas. Todas las tardes veo a refugiados sentados en los escalones del monumento, contemplando a ese ferri. Algunos despiden con la mano a los amigos a quienes les tocó el boleto de la suerte camino de la siguiente parada de su travesía. Otros simplemente observan y esperan, armando de valor la expresión de sus rostros un día más, unos rostros que un deshumanizado autobús turista nunca podrá distinguir entre la multitud anónima.

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