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OPINIÓN/ Trump o Clinton, elegir el mal menor

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Mario J. Paredes - publicado el 25/07/16

Los electores expresan confusión, incertidumbre y desánimo a la hora de votar por los dos candidatos de Estados Unidos

Nos encontramos inmersos en el debate electoral que concluirá con la elección del próximo presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

La elección se dará entre los dos candidatos representantes de los dos partidos mayoritarios y tradicionales del ámbito político de esta nación: el candidato por el partido Republicano, Donald Trump, y la candidata por el partido Demócrata, Hillary Clinton.

El partido Republicano o Conservador, tradicionalmente aliado de los poderosos quienes han sustentado el sistema capitalista y promovido el éxito material y económico de esta gran nación enfrenta hoy, con el candidato Trump – entre otros – dos graves problemas: por un lado, promueve la discriminación y, con ello, la intolerancia pero, además, se trata de un candidato que no pertenece al estamento tradicional político del Partido Republicano.

El discurso de Trump recoge y explota los peores sentimientos de quienes, como él, olvidan su condición de inmigrantes para autoproclamarse aborígenes y dueños de una tierra que no les pertenece, de quienes olvidan que esta nación fue siempre territorio de inmigrantes y que ha sido esta mezcla, precisamente, la que ha contribuido a convertir en poderosa esta nación ante el resto del mundo con lo cual, dicho discurso, se convierte en populista, demagógico, dañino y peligroso para la estabilidad política y social de Estados Unidos y del mundo.

El Partido Demócrata, del otro lado, tradicionalmente aliado de las causas de los más desfavorecidos, de las clases obreras, de los que tienen menos posibilidades de acceso a los beneficios sociales que brinda esta nación, ha abrazado – indiscriminada y últimamente – una serie de causas y leyes de corte postmodernista como el aborto o el matrimonio entre parejas del mismo sexo que menoscaban las tradiciones y valores humanos fundamentales y fundantes de esta nación como el derecho a la vida y la familia.

Temas que si bien son publicitariamente novedosos, protegen a unas minorías y satisfacen tendencias postmodernas, según las cuales cada uno – buscando su placer y satisfacción personal – construye su propio vida a la carta, distorsionan y ocultan la verdad en medio de mil medias verdades y nos acercan peligrosamente al abismo de un relativismo moral donde ya no es posible discernir – para el bien del individuo y de la sociedad – lo fundamental de lo accesorio, lo esencial de lo accidental, lo permanente de lo transitorio y efímero.

Dadas estas circunstancias políticas, someramente descritas, hoy es muy difícil decidir por quién votar, a qué persona y conglomerado político elegir para que rija los destinos de esta nación.

Hoy, las grandes mayorías de votantes experimentan confusión, incertidumbre y desánimo a la hora de elegir entre la alternativa política anteriormente descrita.

Alternativa política –la de los demócratas y republicanos– con postulados extremos, igualmente populistas e igualmente peligrosos –como quedó dicho- para el futuro próximo de las familias, de la sociedad, de esta nación y del mundo.

De otra parte, y para empeorar el ambiente político electoral en el que nos encontramos inmersos, otras instancias e instituciones sociales que tendrían el rol y deber moral de orientar políticamente al pueblo norteamericano para la mejor elección política posible, se encuentran hoy –como nunca antes– desprestigiadas y, por ello, sin ninguna autoridad para guiarnos en esta coyuntura histórica, política, social, cultural y electoral.

Esta elección política entonces no será entre dos propuestas muy buenas para la nación, o entre una propuesta buena y una mala, sino que nos encontramos condenados a elegir entre lo menos peor o como se dice en filosofía, a elegir entre dos males el mal menor.

Así las cosas, es muy difícil entonces el panorama electoral que se nos propone y en el que necesariamente tenemos que elegir.

Panorama electoral que, muestra el decaimiento moral y espiritual de nuestra sociedad, según lo cual nuestro progreso material y económico como sociedad norteamericana no coincide con el progreso humano, moral y espiritual, devela la falta de líderes políticos moralmente bien.

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