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El círculo familiar: la hospitalidad de refugiados hacia los occidentales que ayudan

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Edward Mulholland - publicado el 25/07/16
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Comerciantes sirios y arqueólogos comparten su comida, su café y sus historias con un voluntario estadounidense en Lesbos En el mundo del voluntariado la vida fluye con rapidez. Después de nuestro último servicio de comidas nos dijeron que seguiríamos distribuyendo alimentos durante una semana más, pero resultó que, después de un día más de trabajo, se acabó. Nuestro equipo de alimentación de la zona cuatro iba a dejar de existir; hasta que nos adoptaron.

Durante estos últimos días en la distribución de alimentos ha habido nuevas incorporaciones a la zona cuatro: un grupo de familias jóvenes que parecían conocerse de antes.

Cuando pasamos por allí con nuestro último (¿por ahora?) servicio de comidas, estaban cocinando alrededor de un fuego cerca de su vivienda RHU, y tenían una buena olla, era evidente, así que nos invitaron a cenar.

Ya nos había invitado a café otras veces una familia de un hilera más atrás y lo habíamos ido postergando, “en otro momento quizás”, porque las tareas se nos iban amontonando.

Pero esa noche era la de nuestro último servicio, así que decidimos aceptar (con gran ímpetu de Brian Germain, que es el caballo líder de la cuadriga, el pericón de la distribución de alimentos, y que ya añora su trabajo enormemente) la invitación de cena y luego honrar también a los que nos invitaban a café. Había otras dos voluntarias con nosotros: Lena, de España, y Sophie, de Dinamarca.

Después de devolver las cosas a la zona chai en la plaza de Kara Tepe, regresamos a la zona cuatro. Estaban exultantes de vernos. Creo que no pensaban que fuéramos a ir.

Las mujeres estaban sentadas en el suelo (en unas esterillas autorizadas por ACNUR) alrededor de la olla y los hombres estaban en otro círculo, con una generosa porción de cena (arroz, pollo, patatas acompañado con un poco de tomate y pepino) sobre una sábana de plástico en el centro del círculo de los hombres.

La comida era del tipo usa tenedor si quieres, pero con las manos estamos bien, y fue espléndido.

Brian y yo nos sentamos con los hombres, y Lena y Sophie con las mujeres. Les preguntamos de dónde venían. Todos eran una gran familia (hermanos, hermanas, primos y cónyuges); nadie mayor de 35 años. Cuatro de las mujeres están embarazadas. Son de Homs, en Siria.

Habían llegado la misma noche del naufragio. Habían oído hablar del suceso y sabían que habían tenido suerte.

Dejaron Siria hacía un mes. Estuvieron en Turquía durante una semana más o menos y consiguieron cruzar la frontera después de su cuarto intento.

En dos ocasiones los barcos de la policía turca los habían devuelto. En la otra ocasión hubo un problema con el motor de la lancha.

Por supuesto, tienen los nombres de los tópicos de comedia sobre árabes, como Mohammed y Ahmed, pero ellos no son para nada estereotipos, sino unas personas fantásticas que ya han tenido su propia dosis de sufrimiento.

El líder de la familia parecía ser Faris, o al menos su inglés era el mejor y por eso era el que más hablaba. Nos contó que sus padres ya estaban en Alemania, que era donde ellos querían ir. Uno de los hombres quería ir hasta Malta, porque allí estaba su hermano.

¿El arroz? El arroz estaba más que delicioso. Mi mejor comida en Grecia hasta ahora. Arroz basmati condimentado a la perfección (no sé cómo obraron esta magia, pero sé que hubo entre medias una visita al mercado) con pollo sin deshuesar.

Nos pidieron generosamente una y otra vez que repitiéramos plato. Me ofrecieron una bebida que habían preparado diluyendo el yogur griego con sabor a ajo que se sirve siempre con la comida del campamento.

Vale, el brebaje de yogurt al ajillo no estaba muy bueno, pero la comida fue soberbia. Y la conversación, intensa.

Author and his dinner hosts/Faris

Los hombres estaban deseosos de compartir su historia. Faris tiene un vídeo en el móvil de su casa siendo bombardeada. Imágenes de su negocio, un mini mercado y tienda de teléfonos, antes y después de la destrucción.

Parecían llevarse muy bien; los hombres arrojaban algún comentario al círculo de mujeres y estallaban las risas.

Uno de los hombres nos mostró imágenes de su trabajo en Siria como operador de maquinaria pesada, e incluso una foto que quería enseñar por su peculiaridad: nieve sobre el suelo de Siria.

En la imagen se le ve con una sudadera del equipo de fútbol americano de los Chicago Bears, lo que le valió un “choca esos cinco” de Brian.

Es un grupo de amigos y familiares donde todos crecieron todos juntos y que, ya de adultos, decidieron vivir en la misma calle. Y entonces se desató el infierno y Daesh hizo volar por los aires sus sueños.

Pero incluso después de todo lo que han pasado siguen rebosando ese mismo espíritu de unidad y de familia, incluso como recién llegados en Kara Tepe. Sin duda les visitaré a menudo en mis últimas dos semanas (Brian ya les ha visitado otra vez, de hecho).

Y hablando de nuevas incorporaciones, han apartado ropas especiales del contenedor blanco porque una de las residentes ha tenido un bebé. Un bebé europeo de una familia árabe.

Después de intercambiar agradecimientos, Brian, Lena y yo (Sophie tenía que supervisar la zona chai) fuimos a cumplir con nuestra promesa del café.

Aquí, otro Mohammed (es cierto, es un nombre común) y su esposa se mostraron muy contentos de vernos. Fue un poco cómica la escena del estilo de “esposa mía, tráeme el hornillo para que prepare café para nuestros invitados”.

También sirios, Mohammed y su mujer son arqueólogos los dos. Aunque él no parece muy interesado en eso ahora. Cuando le pregunté si había podido ir a ver las ruinas del teatro de Mitilene, se encogió de hombros con indiferencia.

Su preocupación actual es dónde pasarán la noche cuando reciban el permiso para ir a Atenas a por su entrevista de solicitud de asilo. Tienen tres niñas y un niño.

Me contó que, una vez en Atenas, vas temprano al lugar de las entrevistas y esperas quizás desde las 5 hasta las 8 de la mañana, y se emiten un cierto número de tiques para las entrevistas. A veces se tarda días en conseguir uno.

Y allí no hay campamento ni organización para alimentos o ropa. La gente duerme en la calle. Por eso hemos estado repartiendo algunas pequeñas tiendas de campaña para algunas familias con niños pequeños que van camino de Atenas.

Mohammed prefiere la rutina de Kara Tepe a la precaria vida en las calles de Atenas. Ni siquiera sabe adónde quiere ir si su solicitud es aceptada.

Cuando le pregunté sobre Palmira, el célebre emplazamiento arqueológico que ha arrasado Daesh, me respondió, agitado: “Pues mira, esa es una de las preguntas que quisiera hacerle a Obama. EE.UU., o los rusos, tienen aviones, ¿no? Sabían que iban a hacer eso, ¿por qué no lo pararon? Me gustaría preguntarle a vuestro presidente por qué no hizo nada”.

La pregunta había tocado una fibra sensible y estaba visiblemente indignado. Le ofendía no sólo como sirio, ni como arqueólogo, sino como miembro de la raza humana. Ya no le han arrebatado únicamente su hogar y modo de vida, sino también su historia.

Después de una copa de café estilo turco, bien fuerte, le dimos las gracias a Mohammed y a su esposa Maisun, que había permanecido sentada en silencio, hablando sólo con unas pocas palabras, y salimos del campamento, porque nuestro turno hacía horas que había terminado.

Fue mi mejor noche en Kara Tepe hasta ahora.

Y no por nada que hubieran hecho los voluntarios o yo mismo. Lo fue por la iniciativa que mostraban estos habitantes del campamento, estos hombres y mujeres que mantenían vivos a su familia y a su vecindario después de que todos los edificios hubieran sido devastados.

Aunque sea a la intemperie, se reúnen alrededor de un fuego y lo convierten en un hogar.

Hemos sido invitados a otra comida con ellos y es una invitación que tengo toda la intención de aceptar. Después de todo, tal y como me decía Faris al estrechar mi mano durante la obligada despedida: “Ahora, también formas parte de nuestro círculo”.

 

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