Más confianza y respeto, menos individualismo y soledadNo estoy solo. Camino con otros. Vivo en comunidad. Eso lo sé muy bien. Pero a veces no cuido el amor que Dios pone en mi vida.
La amistad, los lazos fraternos, el amor personal, se construye desde la confianza y el respeto. Así es en la vida. Los lazos son fuertes o débiles. O hay intimidad o no la hay. Los lazos se construyen desde la confianza y la complicidad. Si los lazos son frágiles no resisten los conflictos.
Cuando miro el mundo de hoy me conmuevo. Tantas personas solas. Tantas personas llenas de violencia. Atentados. Guerras. Odios.
La cadena del odio sólo se rompe desde el perdón, desde la aceptación, desde la tolerancia, desde el respeto. Si no se rompe engendraremos nuevos odios cuando tratemos con odio a alguien.
Esa cadena tiene fuerza. Es verdad que es más fuerte el amor que el odio. Pero la cadena del odio me estremece. Miriam Subirana comentaba: “El odio afecta a nuestra salud, envenena nuestro corazón, mata nuestra paz interior, nos seca de amor y felicidad”.
El odio me aleja de los hombres, me hace insolidario, dejo de ser feliz cuando odio. Quiero romper el odio con mi amor, con mi entrega, con mi vida. No quiero continuar yo esa cadena cada vez que reciba rechazo, desprecio, críticas, odio. Vuelvo a empezar.
No quiero reflejar lo que recibo de los otros cuando es algo poco agradable. No quiero odiar al que no me quiere, ni tramar venganzas contra el que me ofende. No quiero.
Pero para eso tengo que ser capaz de sembrar confianza y respeto. Tengo que aprender a amar con un corazón nuevo. Tengo que aprender a dar y no esperar recibir siempre algo a cambio de lo que hago.
Sueño con una amistad honda y generosa. ¿Soy capaz de establecer vínculos fraternos profundos?
El papa Francisco comenta en su exhortación Amoris Laetitia: “Hay que considerar el creciente peligro que representa un individualismo exasperado que desvirtúa los vínculos familiares y acaba por considerar a cada componente de la familia como una isla, haciendo que prevalezca la idea de un sujeto que se construye según sus propios deseos asumidos con carácter absoluto”.
El individualismo me aísla. Me impide ser más solidario. Me cierra en mi egoísmo. Salir de mi círculo cerrado de necesidades e intereses me abre más ampliamente al hermano, me acerca, me ensancha el corazón.
El otro día un seminarista me contaba que tuvieron con otros seminaristas de su curso un encuentro para profundizar en su vida comunitaria.
Se hacían cuatro preguntas respecto a sus hermanos en el camino al sacerdocio:
- ¿Qué rasgo de Cristo veo en mi hermano? ¿Me gusta, me atrae?
- ¿Qué rasgo tiene que todavía no ha desarrollado? Algo valioso que yo veo y que tal vez él no acaba de ver.
- ¿Qué cosas suyas me cuestan?
- Y por último, tal vez la más difícil: ¿Qué me preocupa de él? Si lo veo débil en algo que puede trabajar. Y me preocupa que no lo haga.
Me quedé pensando. ¿Soy capaz de hacerme esas preguntas respecto a las personas a las que más quiero? ¿He hablado de algo así con mi cónyuge, con mis hijos, con un hermano, con un amigo? Y más todavía. ¿Me he hecho esas preguntas a mí mismo?
Es verdad que es necesario siempre hacerlo en un clima de oración. Sabiendo que Dios ha puesto personas en mi camino y me hago responsable de ellas. Estoy allí para ser su lazarillo, para animarlas, enaltecerlas y ayudarlas a crecer.
A veces tendré que decirles cosas que no veo bien. Aspectos en los que pueden crecer. Y también recodarles cuánto valen. Asumiendo los límites, pero sabiendo que podemos crecer.
Decía el papa Francisco: “No desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y de comunión que se nos ha prometido”.
Miro hoy a Dios. Y pienso en ese rasgo de Jesús que yo tengo. O en eso que no vivo. Pienso en esa actitud a mejorar, porque no me hace feliz, porque no me ayuda. Y le pido que arrase mi corazón. Que empiece de nuevo. Quiero crecer en sus manos. Componer con Él mi día.