No pienses sólo en moral sexual, sino también en moral socialHoy me habla Dios de su misericordia. Abraham intercede ante Él a favor de los que están más lejos. Quiere el perdón, la misericordia de los que le han sido confiados. No quiere que ninguno muera: “¿Y si se encuentran diez inocentes? Contestó el Señor: – En atención a los diez, no la destruiré”.
Y me habla de la inocencia. Dios salva a la ciudad en atención a diez inocentes. Decía el padre José Kentenich: “Dios nos pide la inocencia de corazón. La pureza. Que seamos como niños para poder entrar en el Reino de los Cielos ¡Qué hermosa es la inocencia de los niños! Están tan cerca de Dios”.
Dios tiene una misericordia infinita y se conmueve ante la inocencia de sus niños, de sus hijos. Me habla de la inocencia y de la misericordia.
Cuando Santiago (un joven recientemente fallecido) tenía seis años, un día le preguntó a su padre: “Papá, Juan es el mejor al Ping -Pong y Cakus es el mejor lector, y yo, ¿Qué soy?”. Su padre lo miró conmovido y le dijo: “Tú tienes un corazón de oro”.
La respuesta no convenció a ese niño de seis años. Pero era muy verdadera. Tenía un corazón de oro. Es lo más importante que alguien podría decir de mí. Que tengo un corazón de oro, inocente, ingenuo, puro. Es lo que ese niño no valoraba con seis años.
Hoy tras su muerte vemos lo importante que es tener un corazón de oro. Un corazón inocente ante el que Dios muestra su misericordia.
Tal vez yo, con el paso de los años, he perdido la inocencia. Y tal vez el oro de mi corazón se ha perdido. Quiero tener un corazón de oro, un corazón puro, inocente. Pienso en el valor de mi vida. Quiero volver a ser inocente. Entregar mi corazón. Pedirle a Dios que lo haga de oro.
A veces pienso que da igual lo que yo haga. Que no importa. Que igual el mundo va a seguir igual, o la Iglesia, o mi familia. Y me guardo mi aporte, mi gota, mi corazón inocente. Si todos lo hacen yo lo hago. Si nadie lo hace yo tampoco. Esta forma de pensar hace daño.
Por un solo justo Dios muestra su misericordia. Basta con volver a ser inocente. Estoy llamado a ser justo, a ser inocente, a permanecer firme en la grieta de la muralla. A mirar la vida con inocencia y permanecer inocente en medio de una sociedad donde hay tanta injusticia, tanta inmoralidad.
¡Cuánta justicia social hace falta! Sabemos que su misericordia no va contra la justicia. Lo afirma así el papa Francisco: “La misericordia no excluye la justicia y la verdad, pero ante todo tenemos que decir que la misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios”.
Su misericordia establece la verdadera justicia. Pero yo no lucho tantas veces por establecer un mundo más justo.
A veces he centrado la inocencia en la moral sexual. Y dejo de lado la moral social. Me acerco a Dios sin sentimiento de culpa cuando no cuido la justicia social. Pero nunca lo hago igual si he faltado en algún precepto de la moral sexual.
Inocencia tiene que ver con una mirada pura sobre la vida. Tiene que ver con esa mirada misericordiosa de Jesús. ¿Qué estoy haciendo para que mejore la justicia social a mi alrededor, en mi trabajo, en mi familia, con las personas que dependen de mí?
Misericordia quiere Dios y no sacrificios. Quiere que construya un mundo más justo. Con mi ejemplo, con mi forma de vivir en mi relación con los bienes, con el trabajo, con las personas que dependen de mí. Por un solo inocente Dios se muestra misericordioso.
Estoy llamado a construir un mundo más justo. No puedo eludir mi responsabilidad pidiendo que sean otros los que lo hagan, o la jerarquía, o los que tienen más poder. Es mi misión. Y cuando eludo ese compromiso falta algo. Mis omisiones, o mis injusticias hacen tanto daño…
Decía un dicho latino: “La corrupción de los mejores es la peor”. La corrupción de los que tienen más medios a su alcance para hacer el bien. Más medios para hacer justicia. Más medios para sembrar misericordia.
A veces no soy agradecido con todo lo que tengo. Y guardo, y retengo. Y no quiero perder nada. Y pierdo en mi egoísmo la oportunidad de ser más justo, de ser más inocente.
Mi santidad se construye en pequeños detalles como me recuerda el Padre Kentenich: “No es santo quien sabe mucho sobre la santidad, sino quien santamente duerme, come, juega. Esto es, quien realiza santamente todas las acciones de su rutina diaria”.
Mi justicia, mi forma de amar, mi forma de tratar a las personas, mi relación con los bienes, mi generosidad, mi preocupación por las injusticias que veo a mi alrededor. No quiero perder el tiempo en pequeñeces, agobiado por mi imagen, por el qué dirán. Estoy llamado a cambiar el mundo cambiando mi vida, mi forma de ser.
No quiero pecar de omisión. No quiero dejar de hacer lo que puedo hacer. Yo puedo ser uno de esos inocentes ante los que Dios se conmueve y perdona. No busco salvarme a mí mismo. Como Jesús quiero dar mi vida para que muchos encuentren su salvación. No quiero eludir mi misión. Le digo a Dios que sí, que estoy dispuesto.