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Viajar de Argentina a Cracovia parecía imposible pero Dios lo hizo

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Esteban Pittaro - publicado el 20/07/16

Un itinerario de conversión y madurez a través de la Jornada Mundial de la Juventud

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Daniel Gómez conoció la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) por televisión. Desde su casa, una noche del año 2000, vio como Juan Pablo II movía los brazos con los jóvenes en Roma y se conmovió.

Había perdido recientemente a su madre, y no tenía mayores referencias de fe en su familia. Pero esa imagen del jubileo en Tor Vergata le tocó el corazón, y al poco tiempo tuvo su encuentro personal con Jesús, su conversión.

Pero tendría que esperar 5 años para viajar a conocer de primera mano cómo era eso que le había llamado tanto la atención en el 2000.

Desde el Gran Buenos Aires sería uno de los aventureros argentinos en la Jornada de Colonia (Alemania). Como muchos, quería encontrarse allí con Juan Pablo II, pero su Pascua, como evoca Dani, cambió los planes.

Para él, como para los miles que viajaron, fue un viaje cargado de sentimientos. Y los frutos fueron muchísimos, recuerda.

Ese hito le hizo tomar “conciencia de lo universal de la Iglesia, de su alegría, de su juventud”. “Fue sentirme acompañado por millones, sentirme cuidado por Jesús por tanta gente”, recuerda hoy en diálogo con Aleteia desde Cracovia.

Colonia, relata, fue un encuentro con un nuevo “yo”, no sólo desde la fe sino desde el encuentro con el mundo, con distintas culturas, distintos lenguajes, “al ir encontrándome con los otros, irme encontrando conmigo mismo a través del encuentro con Jesús, reviviendo ese encuentro personal con Él del 2000″.

«Colonia fue despertar a la conciencia de Iglesia sin fronteras, Iglesia mundial, de muchos colores y matices”, recuerda.

Tras esos intensos días a la rivera del Rin, como otros, a Dani le tocó ver de reojo el paso generacional.

Hay un comentario recurrente cuando los jóvenes que deben cruzar medio planeta para asistir a una JMJ se encuentran: “La mía fue aquella, que viajen otros, no puedo hacer otro esfuerzo así”. Pero Dani tendría su segunda oportunidad, 8 años después.

Llegó Río 2013, en el país vecino Brasil. Le había quedado “sed” de Madrid 2011, a la que no pudo ir, pero siguió de cerca por internet. En esa ocasión retuvo especialmente todo lo que los voluntarios habían hecho para arropar a Benedicto.

“Me anoté como voluntario para Río y fue una experiencia que me sirvió mucho como persona, para madurar en mi servicio, para descubrir esa forma de servicio al 100% por Jesús, que es una forma que renueva el corazón, y regocija el alma”, recuerda.

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Río le dejó muchos amigos de servicio, “y esta renovación de la certeza de una Iglesia universal, que en cada parte del mundo hay una persona por la cual yo rezaba, con la cual yo compartí días, y que también rezaba por mí”.

Y en esta ocasión, la posibilidad de mostrar desde el servicio a los demás “el rostro de Jesús, en todo lo pequeño” que se pueda dar. “Fue un renovar lo de 2005, desde otra forma”, asegura.

Cracovia llegó con miedos, “sin saber si se llegaba o no”. “Fue ver cómo Dios en el entregarme no me abandonaba… situaciones concretas en las que tuve que dar ese ahorro que pensaba poner en esto, problemas de otros cercanos … y ver cómo Dios me iba diciendo en la oración que confiara en Él».

«En poco tiempo perdí todos mis ahorros, el año pasado, y se me dieron muchísimas cosas que me invitaban a desconfiar de la posibilidad de viajar, a desconfiar de esa certeza que Dios me quería dar en la oración», explica.

«Pero Dios hizo. Trámites, puntos de canje, viajes extensos, numerosas escalas, nada detuvo”, recuerda con emoción, ya desde suelo polaco.

“Dios me fue confirmando muy fuerte que me quería acá. Sólo traté de confiar en Jesús. Con Jesús camino desde los 14 años. Jesús vino en el momento justo de mi vida para poder darle lo mejor a Él”, evoca emocionado.

Cracovia lo encuentra con 32 años, consciente de Él, agradecido, entregado al servicio como voluntario, entregado a “todo lo pequeño que pueda compartir, desde donde se necesite, para poder mostrar a este amigo fiel que es Jesús, ese amigo que nunca me soltó la mano”.

Dani agradece lo vivido, lo bueno y lo malo, vivido todo de la mano de Él. Lo erigió en el hombre, siempre joven, pero hombre al fin, que encara estos días entregado a Dios para ver qué le pide.

Y cuando nos lo relata intercala el hablarnos a nosotros con el hablarle a Dios, como fundiendo su reflexión compartida en oración: “Estar en servicio. Que en el servicio lo encuentro a Él y me encuentro a mí… Que te pueda encontrar a vos en el servicio, y así encontrarme a mí, y ser un poco más vos en el servicio cotidiano”.

Se siente un bienaventurado. Este año maduró esta idea, siguiendo la propuesta del Año de la Misericordia, también en el Congreso Eucarístico Nacional que tuvo lugar en la Argentina hace pocas semanas y en el Encuentro Nacional de Jóvenes que ayudó a organizar.

Y volvió a una JMJ, esta vez en Cracovia, como parte de un legado: “No pasa por fanatismo de la JMJ, sino por hacer propio y encarnar lo que vi esa noche de 2000 en mi casa, viendo la tele: un señor vestido de blanco rodeado de jóvenes llorando, rezando, cantando, y moviendo los brazos con ellos. Es seguir ese legado que Juan Pablo II nos dejó”.

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