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Stranger Things: La lucha contra el Demogorgón

Tonio L. Alarcón - publicado el 18/07/16

En su debut como creadores televisivos, los hermanos Matt y Ross Duffer han construido un homenaje al cine eighties de aroma lovecraftiano

No es de extrañar que M. Night Shyamalan contara con Matt y Ross Duffer para la escritura de algunos de los capítulos de la primera temporada de Wayward Pines, teniendo en cuenta su afinidad compartida hacia la serie La dimensión desconocida.

Algo que ya se dejaba intuir en su estreno en el terreno del largometraje cinematográfico Hidden: Terror en Kingsville –en el que podía rastrearse la influencia de episodios clásicos como El refugio o El ojo del observador–, pero que alcanza otro nivel con su primera creación televisiva, Stranger Things, que, a grandes rasgos, es una especie de expansión o, si se quiere, de relectura pasada por el filtro del terror eighties de La niña perdida… Como ya lo era, justo es recordarlo, Poltergeist.

Pero si la historia de Richard Matheson apenas esbozaba una explicación seudocientífica sobre el fenómeno del portal dimensional, aquí los Duffer han optado por construir, a partir de la desaparición del pequeño Will (Noah Schnapp), una historia de aliento mucho más lovecraftiano –los directores no son precisamente sutiles a la hora de declarar sus influencias: además de colocar en el sótano de los niños protagonistas un póster de La cosa de Carpenter, también incluyen unos cuantos planos de los efectos de maquillaje de Rob Bottin–, con dimensiones paralelas, monstruos primigenios sedientos de sangre y entes parasitarios que parecen salidos de una pesadilla de H.R. Giger.

Lo interesante es que, sobre ese material de partida tan puramente genérico, los directores construyen un relato de personajes, que gira y crece en torno a ellos.

Cierto es que no todos funcionan igual de bien –los adolescentes resultan, en general, muy irritantes, y a Winona Ryder le habría convenido bajar un pelín la intensidad de su interpretación–, pero el conjunto queda compensando por la brillantez del casting infantil, pero sobre todo por el aroma a novela de Stephen King que caracteriza a su relación de amistad preadolescente.

A ese respecto, no parece casual que los Duffer hayan contratado para interpretar a la madre de Mike (Finn Wolfhard) a la misma actriz, Cara Buono, que hiciera lo propio con la progenitora del protagonista de Déjame entrar, versión Matt Reeves: en su relación con la misteriosa Once (Millie Bobby Brown) hay ciertos ecos –incluida una escena con matones que acaban recibiendo su merecido– de la que allí establecían Kodi Smit-McPhee y Chlöe Grace Moretz.

Precisamente el hecho de contar con ocho capítulos de cerca de una hora para narrar la historia es lo que les ha permitido desarrollar, en segundo plano, una mitología fantástica que han optado por dejar entre sombras –en gran parte, para dejar una puerta abierta a una posible continuación–, y que va impregnando el relato de forma, hay que reconocerlo, muy mathesoniana: escena a escena, capítulo a capítulo, lo maravilloso va filtrándose en el contexto aparentemente realista que los directores han edificado, y dinamitando, de forma casi subrepticia, sus cimientos.

Quizás lo que mejor ilustra dicha idea sea la incursión, en el último capítulo de la temporada, de Joyce (Ryder) y el jefe de policía Hopper (David Harbour) a lo que los personajes llaman “Del revés”, una dimensión paralela a la nuestra, geográficamente idéntica pero podrida y anegada en niebla –y en la que, es más que evidente, pesa la influencia de la franquicia videojueguil Silent Hill y sus traslaciones cinematográficas–.

Lo peor de Stranger Things, y quizás lo único que empaña el interés de la propuesta, seguramente sea la mediocridad de sus efectos visuales y de su diseño de producción.

Ya no es que la ya mencionada dimensión paralela resulte notablemente plana, sin un atractivo especial –más allá de los guiños a Alien, el octavo pasajero–, sino, lo que es peor, la criatura que persigue a los protagonistas sufre de un diseño espantoso, de aspecto inacabado: no en vano, su mejor hallazgo, su inquietante rostro, está directamente extraído de los diseños monstruosos de Hitoshi Iwaaki para su manga Parásito.

Tags:
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