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Los niños que nunca conocí de los refugiados a los que atiendo

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AFP

Edward Mulholland - publicado el 18/07/16

"Hoy hubo un naufragio... sólo dos tenían chaleco salvavidas..."

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Hoy, algunos mensajes de WhatsApp me hicieron pensar en Charles Dickens y en las malditas estadísticas.

Cada uno de los últimos cinco años he estado enseñando una clase de Introducción a la Literatura a estudiantes de último curso de instituto para créditos universitarios. Siempre he incluido la novela Tiempos difíciles, de Charles Dickens, por dos motivos.

Uno de los motivos, para ser sincero, es que su longitud se adecua bien a la del curso y la tengo bien preparada.

Pero la razón más importante es que es una refutación del tamaño de una novela contra la noción de que lo único que importa son los hechos, que las ilusiones y los asuntos del corazón no suponen diferencia alguna en este miserable mundo.

En la novela, una joven, Sissy Jupe, va a vivir al hogar del que es personificación de los “eminentemente prácticos” amantes de los hechos, el señor Thomas Gradgrind, cuya hija, Louisa, es alumna estrella de la escuela que ha fundado Gradgrind.

En un capítulo especialmente emotivo titulado “Los Progresos de Sissy”, la niña confiesa a Louisa su tristeza e incapacidad para retener lo que le están enseñando.

El capítulo es una obra maestra de la retórica, donde el novelista pone de manifiesto la demencia del sistema educativo a través de la inocencia confundida de una pequeña incapaz de responder a las sencillas preguntas que le plantea el maestro de escuela, cuyo nombre en sí es ya una obra de arte dickensiana: señor M’choakumchild [un juego de palabras en inglés intraducible, que esconde algo así como “atraganta-niños”; N. del T.]:

Cuéntame algunas de tus equivocaciones.

Me da casi vergüenza —contestó la muchacha con cierta repugnancia—. […]

El señor M’choakumchild dijo que iba a probarme otra vez, y empezó: “Tengo aquí un cuaderno de asmatísticas…”-

—Estadísticas —corrigió Louisa.

Eso es, señorita Louisa…; siempre me hacen pensar en los pobres asmáticos… De estadísticas de accidentes marítimos. “Según ellas (dijo el señor M’choakumchild), cien mil personas se embarcaron en un año para travesías marítimas largas, y tan sólo quinientas se ahogaron o perecieron entre llamas. ¿Qué tanto por ciento resulta?” Y yo le contesté… que ninguno —y al decir esto, Sissy sollozó, como si aquel error, el mayor de los suyos, le inspirase viva contrición.

¿Cómo que ninguno, Sissy?

Ningún tanto por ciento representa para los parientes y amigos de los que perecieron. No acabaré jamás de aprender —dijo Sissy—, y lo peor de todo es que, si bien mi padre deseaba tan ardientemente que yo aprendiese, y yo deseo muy de veras aprender, precisamente porque él lo deseaba, sospecho mucho que el aprender no es cosa de mi gusto.

Esta mañana, de camino a empezar mi turno de mañana (extraño nombre para un turno de 9 a 5), el director de evaluaciones, Fred Morlet, nos puso al día, como tiene por costumbre, reenviando mensajes masivos por WhatsApp, sobre las nuevas llegadas a la isla.

La primera información era que un bote había tomado tierra en Katya, no lejos del aeropuerto, y que todas las personas estaban a salvo. La segunda parte era información, aún incompleta, sobre un bote que había volcado.

Luego llegó este mensaje:

“Fred:

Hola a todos, se ha producido un naufragio a unos 7 km de la costa sur de Lesbos; el bote de madera, de 3 metros, salió de Turquía cerca de las 1 a.m. y volcó 45 minutos más tarde debido a las altas olas de la costa griega; la gente nadó durante ocho horas hasta que fueron rescatados por un bote. El bote llevaba 13 personas, una familia con dos hijos que murieron, 4 (una mujer, 3 hombres) que llegaron al hospital en condiciones de salud relativamente buenas, y 3 personas aún desaparecidas. Total: 2 niños; 2 mujeres; 9 hombres. Sólo dos llevaban chalecos salvavidas.Los supervivientes hasta ahora son 3 hombres y una mujer.

Nacionalidades: sirios en su mayoría”.

Así que la otra noche salieron trece personas y llegaron únicamente cuatro. Mientras escribo estas palabras, los desaparecidos ya se dan por muertos.

Hablamos de los millones de refugiados que abandonaron Siria e Irak, del récord de 184 botes que llegaron a Lesbos en un día el pasado octubre, un mes que de media trajo 100 botes al día.

Leemos de unos 300.000 más o menos que han llegado hasta aquí, y tal vez unos 3.000 que no lo consiguieron. Eso es una tasa de éxito del 99%.

Un noventa y nueve por ciento es un porcentaje fantástico. También es una mentira, malditas mentiras y malditas estadísticas.

Recuerdo la horripilante mañana de los atentados del 11-S, intentando encontrar a mis amigos, en especial a mi hermano, que trabajaba para Merrill-Lynch en Londres, tratando frenéticamente de localizar a amigos y compañeros en sus teléfonos móviles, que no funcionaban porque la torre de comunicaciones principal fue uno de los edificios que cayeron.

El por entonces alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, respondió pronto a la pregunta de cuántas vidas estimaba que se habían perdido, a lo que dijo: “Más de las que cualquiera de nosotros pueda soportar”. Ahí trazó una línea entre las estadísticas y lo que de verdad es importante para el corazón.

Los neoyorquinos perdieron cerca de 3.000 amigos aquella mañana. Yo perdí amigos y mi hermano perdió amigos, incluyendo a un padrino de su boda. Y aquello no tuvo que suceder.

Durante los últimos pocos meses ha perecido un número similar de almas en un pequeño trecho del Mediterráneo. La mayoría huía de la persecución y la destrucción de sus hogares y/o de su modo de subsistencia. De nuevo, esto no tenía que pasar.

¿Me alegro porque ese 99% de personas consiguiera terminar su camino? Supongo que sí. Me conforta poder ver a esas familias de camino a Atenas para sus entrevistas de solicitud de asilo, con los ojos llenos de nerviosismo ante el próximo paso de su odisea, me conforta ver nuevas llegadas a la unidad de acogida de refugiados en Kara Tepe.

Pero las palabras de Sissy Jupe resuenan con fuerza en mis oídos y en mi corazón. Para mi hermano, sirvió de poco consuelo localizar al 99% de sus amigos y compañeros después del 11-S.

Y el porcentaje, en un sentido muy real, no es nada… “Ningún tanto por ciento representa nada para los parientes y amigos de los que perecieron”.

Mañana clasificaré otra vez la ropa e intentaré tener listos los contenedores para la distribución para las nuevas llegadas, sobre todo para los niños.

Pero mañana, también pensaré y rezaré por las unidades de acogida de refugiados que no fueron ocupadas, rezaré por las familias… por los niños que nunca conoceré.

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