Escondamos, títeres, los problemas de las élites…Pues eso: que estamos en el despacho oval, como en House of Cards o El ala oeste de la Casa Blanca. Pero no es ni lo uno ni lo otro; es Scandal, un producto made in Shonda Rhimes.
Y como en Anatomía de Grey, tenemos a una protagonista femenina fuerte, hiperprofesional, emocionalmente vulnerable, y tenemos unos giros narrativos espectaculares y adictivos.
¡Toc toc! ¿Hay alguien? No. Pero entras, y te quedas. Ojo, porque vamos a por la sexta temporada y cada vez el rizo es más cansino.
¿Qué hay en la serie? Nada, en el sentido literal. Nihilismo del malo, reducido a acción y a sensiblería. Ninguna pregunta, ningún conflicto real.
Nada de profundidad política ni de atención a las situaciones actuales. Un culebrón sobre las manos ocultas que tejen la política.
Hay miserables, buscones, manipuladores, mentirosos, ventajistas, animales políticos, patriotas, grupos especiales y misteriosos de la CIA dedicados a guiar el poder como una guardia pretoriana secreta, primeras damas alcohólicas y taradas, pervertidos, adúlteros, ninfómanas, homosexuales sin escrúpulos y resentidos, monstruos humanos, tiranos y villanos, psicópatas y locos, esquizofrénicos, maltratadores y justicieros, y un puñado de hombres y mujeres que beben vino tinto del caro y fornican apasionadamente en casa, en el balcón de la Casa Blanca o en el despacho oval.
Todo al servicio del líder del mundo libre y de mantener el statu quo de Estados Unidos.
Incluso el fiscal general, moralmente intachable, se ve sumido en las sombras del mal en su batalla diaria contra las amenazas del sistema jurídico. A su lado, Monica Lewinsky fue Bambi.
Vaya, que en esta serie, si no tienes lacra, estás muerto; literal. El lado oscuro te posee.
A Shonda Rimes le gusta mostrar que el ser humano no escapa del mal, que es malo por naturaleza, y que la política no sirve de nada: solamente hay espacio para la trampa y el instinto, casi siempre sexual. Nada de razón.
Olivia Pope, de labios gruesos y mirada afligida, es la jefa de una agencia de gestión de crisis. Con sus “gladiadores trajeados” (la expresión es cómica), se dedicada a arreglar los escándalos de políticos americanos y a proteger así la imagen pública de la élite de Estados Unidos.
Entre sus clientes está la Casa Blanca, y su presidente Fitzgerald (¿Kennedy? Ni mucho menos…) Grant III, un pelele republicano y bien plantado con pinta de echarse a llorar a la primera de cambio.
Olivia, antigua jefe de comunicación de la Casa Blanca, es a la vez la amante del presidente, y la amiga íntima de Cyrus Beene, jefe de gabinete y homosexual retorcido y vengativo.
Doblez total. Olivia se encargará de guardar secretos de Estado y de lavar cualquier asunto que salpique el poder político corrupto. Hay que mantener las apariencias, que el pueblo lo precisa. Nada de escándalos. El fin justifica los medios. ¿La excusa? Arreglando problemas se arregla a las personas. Y en el fondo, se salva al país.
La amante del presidente es uno de los personajes más poderosos del “mundo libre” (otra de las expresiones constantes en la serie). Y si no lo es más es porque habrá una especie de lobby militar secreto dedicado a hacerlo.
Al final, viendo la serie, uno sospecha que como mínimo hay uno, dos, tres o quién sabe cuántos niveles subterráneos y oscuros que dirigen nuestras vidas y a los políticos que la representan.
Todos somos títeres, también el rey. Escondamos los problemas, y viviremos tranquilos. Necesitamos los deus ex machina de Olivia Pope.
Pero cuando tomas distancia, te liberas y piensas: “Peso menos, soy libre, y puedo ser bueno”. Demos, pues, un poco de medicación.
Si quieren ver buena política y confiar en el hombre, miren El ala oeste de la Casa Blanca; si quieren lealtad y defensa de la justicia, lo suyo es Suits; si desean denuncia de la corrupción y elegancia, no se resistan a The Good Wife; si quieren ver lo que cuesta mantener el sistema y los conflictos que conlleva, acudan a Homeland; si anhelan psicópatas en dramaturgias excelentes, no hay más preguntas: House of Cards.
Scandal, pese a tres temporadas interesantes, y a la adicción que genera, parece una parodia de todas ellas con pretensión de seriedad.
¿Saben cuál es la paradoja? Que Oliva Pope está inspirada en Judy Smith, coproductora de la serie, subdirectora de comunicación de George Bush padre, y experta en esconder escándalos gigantes (Monica Lewinsky entre otros). La misma actriz que la encarna la llama antes de cada capítulo para ver cómo gestionaría los problemas.
Quizá por ello Hillary Clinton se paseó el pasado febrero por el set del despacho oval, cogida del brazo de Olivia Pope. ¿Ganará Pope las próximas elecciones?