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¿Quién está en tu lista de enemigos? (no digas que no tienes)

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Joanne McPortland - publicado el 07/07/16
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Este es el gran secreto: rezar por nuestros enemigos nos cambia a nosotros, no a ellos

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¿A quién tienes en tu lista de enemigos? No finjas que no tienes una. Yo también intenté engañarme a mí misma pensando: “En serio, nadie me la tiene jurada ni tampoco hay nadie que me caiga mal, ni a quien le tenga miedo ni con quien esté lo bastante enfadada como para llamarle enemigo. Seguro que no”.

Pero entonces me pongo a hacer memoria. Ese chaval que insiste en fumarse un cigarro frente a la ventana abierta de mi apartamento, tres o cuatro veces al día, a pesar de las señales de No Fumar.

El típico que comenta en mis publicaciones o hilos de conversación que yo he iniciado en Facebook, pero que únicamente busca conflicto y siempre tiene que tener la última palabra.

Los enemigos de la memoria profunda: la madre que no entendía, el esposo que se fue, el jefe que era deliberadamente cruel.

Los enemigos a gran escala: los abusones y los belicistas, los terroristas y dictadores, nacionales o internacionales.

Con una pizca de sinceridad y empeño, todos podemos hacer una lista. Esta ansia de culpar y vilipendiar, de aferrar en nuestros corazoncitos los nombres de aquellos a quienes responsabilizamos por nuestra infelicidad, es un sentimiento lo bastante humano y común como para ser objeto de sátira, como ya hicieron Gilbert y Sullivan en su ópera El Mikado.

Todos somos Ko-Ko, el presumido Lord Gran Ejecutor de Titipu, que antes era un sastre inepto, y cuyo júbilo al hacer recuento de aquellos a quien le gustaría despedir se celebra en la rítmica canción-trabalenguas comúnmente conocida como I’ve Got a Little List [Tengo una pequeña lista]:

Si algún día sucediera que una víctima encontrarse debiera,
Tengo una pequeña lista — Tengo una pequeña lista
de enemigos de la sociedad que mejor estuvieran bajo tierra enterrados,
y que nunca serían añorados — ¡nunca serían añorados! 

Así que la primera parte de esta tarea, la de hacer una lista de tus “enemigos” no es tan difícil como uno podría pensar, por desgracia.

Esta parte en sí ya es un acto de misericordia para nosotros, puesto que nos obliga a reconocer que vemos a otras personas como nuestros enemigos, como otros, y no de nosotros.

Nos obliga a admitir que estamos en guerra, el primer paso en el camino de la paz.

Sin embargo, el segundo paso… “Luego, todos los días, di una oración por ellos”. Muy difícil, demasiado.

Jesús sabía lo difícil que es, así que nos dice –si estamos dispuestos a escuchar– por qué debemos hacerlo:

“Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los insultan. (…) Ustedes deben amar a sus enemigos, y hacer bien, y dar prestado sin esperar nada a cambio. Así será grande su recompensa, y ustedes serán hijos del Dios altísimo, que es también bondadoso con los desagradecidos y los malos. Sean ustedes compasivos, como también su Padre es compasivo” (Lucas 6:27-28, 35-36).

Y he aquí el extraordinario secreto: rezar por nuestros enemigos no les cambia a ellos. Nos cambia a nosotros, de mala gana, lenta y miserablemente, hasta que seamos personas de misericordia semejantes a su Padre.

Transforma el odio en amor. No es posible rezar por una persona y odiarla. Cambia nuestra perspectiva, transformando a nuestros enemigos en hermanos y hermanas queridos.

Y es que a veces, rezar por nuestros enemigos nos salva la vida, y también la de ellos.

Como prueba de ello, os animo a ver el sorprendente cortometraje documental de 2015, My Enemy, My Brother [Mi enemigo, mi hermano].

Veréis como, en un momento crítico, un enemigo pidió a Dios que bendijera al otro y fue salvado por su oración, para más tarde, milagrosamente, salvar a aquel que le salvó.

Thomas Merton, en una carta a Dorothy Day, lo explicó perfectamente: “No se conoce a las personas sólo por el intelecto, tampoco sólo por los principios: únicamente por el amor. Cuando amamos al otro, al enemigo, obtenemos de Dios la clave para entender quién es ese otro y quiénes somos nosotros”.

Haz esa lista. Escríbela sin miedo. Puede que yo esté en tu lista o tú en la mía, no pasa nada.

Luego reza por todos y cada uno de los nombres en ella, todos los días, y observa cómo la misericordia va reduciendo esa lista hasta disolverse en amor y gratitud. Sin duda, una recompensa enorme.

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