¿Cuán importante es el contacto personal, físico?El punto de partida de esta película es el viaje a Arabia Saudí del personaje que interpreta Tom Hanks, cuya misión es presentar ante el rey del país una nueva tecnología que permite estar presente en un lugar remoto mediante un holograma.
Un paso más allá de la llamada telefónica o la videoconferencia, pues supone trasladar la presencia con inmediatez y de forma que casi supone la bilocación, si no fuese por la intangibilidad propia de la holografía.
El problema llega cuando, paradójicamente, el rey nunca se encuentra disponible para conocer la tecnología que le permitirá ampliar su omnipresencia, y nuestro protagonista debe enlazar una sucesión interminable de visitas en las que casi como el Larra de “Vuelva usted mañana” siempre se enfrenta a un horizonte que nunca alcanza y que también cual Sísifo con su piedra a cuestas cuando casi parece que va a alcanzar la cima todo vuelve a la casilla de salida.
En ese reiterativo devenir, que consigue acabar con el ímpetu inicial del protagonista, pronto comenzamos a ver más allá de la rutina de ir y volver sin alcanzar el objetivo: tras tanto deambular el paisaje comienza a hablar al involuntario peregrino de ida y vuelta.
El pez fuera del agua comienza a valorar los pros y los contras del entorno en el que se encuentra, comienza a acostumbrarse e incluso a tomarle el gusto al aire de su nuevo emplazamiento forzoso, que si inicialmente le pareció incomprensible, hostil e inhóspito paulatinamente va mostrándose como extraño pero en cierto modo acogedor a pesar de la incomodidad.
Y es que a lo largo de casi todo el metraje la sensación que se traslada al espectador es precisamente esa, la de incomodidad, la misma que vemos que vive el protagonista mientras trata de cumplir su misión.
Y paradójicamente vamos a ir adentrándonos en la reflexión de fondo de la película, en cuya trama el protagonista se va aproximando (a la fuerza) al entorno y sus habitantes.
Una aproximación real, “analógica”, que es justo lo contrario de lo que pretende proporcionar con la tecnología holográfica que tanto tiempo tarda en poder presentar ante su potencial cliente, el rey del país.
La reflexión nos llega como espectadores al mismo tiempo que al protagonista mientras va evolucionando en su misión laboral que va alargándose irremediablemente en contra de su voluntad: es innegable que en ocasiones poder “estar” presente, siquiera de modo virtual, en una localización remota es muy conveniente, pero ¿qué nos estamos perdiendo por el camino?
El hombre, como animal eminentemente social, no parece destinado a perder por completo el contacto con sus congéneres y precisamente eso es lo que nos enriquece como personas.
Finalmente no cabe sino destacar la que probablemente sea la gran virtud de la conjunción de talentos de Eggers (como autor de la novela), Tykwer (como guionista y director) y Hanks (como intérprete): mostrarnos de forma sutil la evolución en el protagonista, alentar una transformación en ese mismo sentido, social y de proximidad, en el espectador y hacer bueno una vez más ese consejo de que toda historia (toda novela, toda película) debe ser un viaje en cuyo transcurso el protagonista cambia. Y el lector/espectador.