Dios permanece a tu lado aunque no ganes siempreNo me gusta pensar que la vida consista en tener éxito siempre. En no fallar nunca. En ser el primero.
Me conmovió la carta de Yohana Fucks, una profesora argentina, que le escribía al futbolista L. Messi después de la derrota en la final de la Copa América:
“Por favor no renuncies, no les hagas creer a mis alumnos que solo importa ganar y ser primero. No les muestres que por más éxitos que uno coseche en la vida, nunca terminará de conformar a los demás y peor aún, no les hagas sentir que deben vivir para conformar a los otros. Mis alumnos necesitan entender que los más nobles héroes, sin importar si son médicos, soldados, maestros o jugadores de fútbol, son los que brindan lo mejor de sí mismos para el bienestar de otros, aun sabiendo que nadie los valorará más por ello, sabiendo que si lo logra, el triunfo es de todos, pero si falla el fracaso solo será de él, y aun así lo intenta. Pero sobre todo, se tiene heroísmo y hombría, cuando se lucha y superan las pérdidas con coraje y entereza, aun con todo el universo diciéndonos que no vamos a lograrlo. Y un día se encuentran con la mayor de las victorias: ser felices siendo ellos mismos, sin reclamarse cuántos demonios debieron enfrentar para lograrlo”.
A veces podemos educar a nuestros hijos a ser los primeros. Y valoramos a los demás por los éxitos logrados. Admiramos al que triunfa, nos compadecemos del que fracasa.
Y sé que Jesús va conmigo en mi misión, pase lo que pase. Me vaya bien o mal. Él está a mi lado. Por eso no quiero educar a nadie en el miedo al fracaso.
El otro día escuchaba de un educador que le decía a un joven: “Haz lo que quieras, pero por favor, no te equivoques”. Como si con nuestra vida tuviéramos que evitar siempre los fracasos y las pérdidas. Para contentar a otros. Para alegrar a los que nos apoyan. Para consolar al mundo.
Por eso no quiero educar para que no se equivoquen aquellos a los que quiero. No quiero pretender que no cometan errores, que no se ensucien las manos en el barro, que no caigan. No puedo vivir con las manos extendidas sujetando una red que los salve al pie de su trapecio, por si tropiezan y caen, para poder sostenerlos. ¡Qué difícil vivir pensando en no equivocarme, en no caer nunca!
Lo tengo claro: el amor de Jesús permanece en mis derrotas y me muestra cuánto valgo y qué preciosa es mi vida. No hay red que salve mi caída. Pero Él está siempre a mi lado aunque no haya acabado primero la carrera. Aunque no haya logrado lo que deseaba, aquello con lo que soñaba.
Sé que lo que de verdad importa es darlo todo, amar hasta el extremo, sufrir siguiendo una meta. Aunque me accidente, aunque no sea perfecto. Esa actitud me conmueve.