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Independence Day – Contraataque: Recordemos la Guerra de 1996

Tonio L. Alarcón - publicado el 01/07/16

Roland Emmerich ha construido una secuela que intenta reproducir con demasiado ahínco algunas de las ideas de su predecesora

La idea de partida sobre la que está construida Independence Day: Contraataque es, al menos sobre el papel, muy sugerente: concebir lo narrado en la primera Independence Day como una especie de Segunda Guerra Mundial, con alienígenas en vez de nazis, para la raza humana. Un trauma histórico convertido en mito frente a las nuevas generaciones de la ficción, que han crecido dentro de una sociedad edificada, para bien y para mal, tanto en lo moral como en lo tecnológico, sobre lo allí vivido.

No deja de resultar sintomático que, apenas seis meses atrás, J.J. Abrams ya propusiera, con la ayuda de Lawrence Kasdan en el guión, algo similar en su muy criticada Star Wars: El despertar de la fuerza: una revisión de los orígenes de la franquicia como fábula popular para sus personajes más jóvenes, proyectando así sobre el propio relato su estatus de mito generacional, comentando, entre líneas, su propia importancia para la historia del cine.

Una coincidencia que parte de la propia naturaleza de ambos proyectos, construidos sobre el recuerdo nostálgico de sus antecesoras, con la intención de captar a un público ansioso por recuperar, aunque sea puntualmente, las sensaciones –y los recuerdos– de su niñez y/o adolescencia.

La diferencia está en que Abrams hablaba de su propia generación, y lo hacía, gustaran más o menos los resultados, desde el corazón. En cambio, Roland Emmerich marca muchas más distancias respecto a Independence Day: Contraataque, dejando claro desde el primer momento que, si ha asumido las riendas de la misma, ha sido más por necesidad pecunaria –debido, sobre todo, al fracaso consecutivo en taquilla de sus últimos proyectos, Anonymous, Asalto al poder y Stonewall– que emocional.

Y eso impregna al largometraje de una sensación de hastío, de cansancio creativo, que se interpone a la más mínima posibilidad de que el producto remonte las limitaciones que el alemán se ha autoimpuesto a través de un guión –en el que han intervenido nada más y nada menos que cinco personas– que se ahoga en guiños, en reiteraciones y reverberaciones argumentales que no proponen nada especialmente atractivo.

Lo mejor de la película está, de hecho, en sus aparatosas secuencias catastróficas: ahí es donde, realmente, Emmerich se desmelena y deja que fluyan sus ideas visuales –el aterrizaje de la nave nodriza extraterrestre, y todo lo que éste provoca, es una auténtica exhibición de efectos CGI de última generación por parte de las compañías que han colaborado, entre ellas Digital Domain y Weta Digital–.

En cambio, cuando se adentra en el lado más sci-fi de la trama –que, paradójicamente, es lo más interesante de la misma, al menos por las posibilidades narrativas que plantea, pues apunta hacia la space opera– y tiene que abordar otro tipo de money shot, menos escatológico, más controlado, el director pone el piloto automático y se limita a ilustrar, hay que decir que sin una excesiva brillantez, una historia que pedía a gritos una energía y una visceralidad que, a día de hoy, el alemán es incapaz de proporcionar a un proyecto de esta categoría.

Y es que, si hay algo en lo que brillaba la primera Independence Day, era el entusiasmo con el que Emmerich –y su, por entonces, inamovible socio Dean Devlin– rodaba un relato maniqueo hasta la médula, abrazando para ello una ideología profundamente nacionalista, patriotera.

Pudiendo ser una respuesta post 11-S a aquélla, reflejando la paranoia, los miedos y las incertidumbres de la sociedad estadounidense actual, Independence Day: Contraataque se conforma con ser un reflejo desvaído de la original, que intenta tocar las mismas teclas pero lo hace de forma mucho más timorata, menos convencida, ofreciendo, a cambio, un mensaje de colaboración colectiva –dentro del que no falta, claro está, el inevitable guiño al mercado chino, que se concreta en el papel absolutamente secundario de la estrella hongkonesa Angelababy– que se diluye como un azucarillo a medida que la trama se precipita hacia un clímax, paradójicamente, notablemente anticlimático.

Tags:
cine
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