Jesús era profundamente libre y tenía miedo pero amabaJesús toma hoy la decisión de ir a Jerusalén: “Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén”. Es el inicio del camino hacia la cruz. No hay azar. Jesús decide. Acepta. Acoge el amor de su Padre. Decide, no se deja llevar.
¡Cuántas veces corro el riesgo de dejarme vivir por otros! Simplemente dejo que la vida vaya y yo reacciono como puedo frente a ella.
Me gusta mirar hoy a Jesús, antes de ponerse en camino. Rezaría. Pensaría. Lo hablaría con su Padre. Descifraría en la vida las señales.
Acaba de tener lugar la transfiguración. Pero ya sabe que lo buscan para matarlo. En su corazón humano le costaría tanto dejar Galilea, a su madre, su lago, para ponerse en camino. No hacia cualquier lado. Hacia Jerusalén.
Ha ido muchas veces, pero esta vez era especial. Seguramente, los discípulos le dijeron que era peligroso. Pero Jesús sentía que su misión pasaba por Jerusalén.
Mis decisiones, ¿las tomo con Dios? ¿Qué es lo que pienso cuando decido algo? ¿Qué tomo en cuenta?
Hoy Jesús inicia un camino. Terminará con su muerte. Con la resurrección. Su Padre se lo ha mostrado en el monte.
A veces pensamos que Jesús no luchó en sus decisiones. Y no es así. Era libre. Profundamente libre. Y tenía miedo. Pero amaba. Y era el Hijo obediente que ante todo quería cumplir la voluntad de su Padre.
Empezó a caminar. Me gusta pensar en los inicios de tantos caminos míos. Es bonito ese momento de vértigo, en el que no sabes qué te vas a encontrar. Miro a Jesús. Decide y se pone en marcha. Va con los apóstoles. El camino no lo hace solo. Desde que los escogió nunca se ha separado de ellos.
Son uno. Ellos van con Él. Con sus torpezas, sus preguntas, sus huidas y cobardías. Pero en su corazón estaba el anhelo de estar con Él, fuera donde fuera.
Jesús toma la decisión. Quizás la compartió con ellos. No lo sabemos. Pero ellos también dejan su tierra nuevamente, igual que dejaron sus redes y su mesa de cambios, su vida. Se ponen en camino junto a Él. A su lado merece la pena vivir el miedo y la incertidumbre.
Es lo que me pide siempre Jesús. Confiar, caminar a su lado, salir de mí mismo, ir donde Él vaya. Sé que juntos tocaremos el cielo, que la vida será mucho más que mi pequeña parcela.
Ninguno se quedó. Todos se fueron con Él hacia Jerusalén. Caminantes confiados. Abiertos a lo que Dios les preparase. Sin tener todo controlado, sin una casa segura donde dormir cada día. Dejaron Cafarnaúm, donde habían vivido juntos. Con Jesús no necesitaban tantos seguros.
Yo también pienso eso. Si voy a su lado, me fío y no quiero calcular tanto. Ni medir. Pobres apóstoles, una y otra vez tienen que abrir el corazón. Jesús les ayuda a romper prejuicios, a superar miedos.
Hay dos actitudes ante la vida. O nos ponemos en camino detrás del que nos invita a seguirle o nos quedamos quietos sin hacer nada.
O creemos en Aquel que no tiene dónde reclinar la cabeza o preferimos la seguridad de una vida tranquila, sin agobios ni exigencias.