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Deja a un lado las prisas y arrodíllate con serenidad

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 24/06/16

Necesitamos cuidar más las corrientes que nos alimentan espiritualmente

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Siempre me ha sorprendido el valor que tienen las pequeñas cosas de la vida. Pero muchas veces no las aprovecho. Sé que lo mejor que puedo hacer es disfrutar de esas pequeñas cosas de cada día.

Pero no sé bien por qué me encuentro exigiéndole a la vida lo que no me puede dar. Quejándome de lo que no tengo y deseando lo que no alcanzo.

Me turba la velocidad con la que corren los días y no sé sacarle todo el jugo a los minutos de mi reloj de arena. Las contrariedades. Los cambios de planes. Los imprevistos. Los pequeños fracasos. Y la bendita rutina que no siempre sé vivir con alegría.

A veces imagino un descanso soñado, ideal, en el que poder empezar de nuevo. Creo que seré más feliz en lugares paradisíacos, llenos de lujos y comodidades. Complico la vida queriendo ser más feliz, más pleno, con más paz. Y no sé pasarlo bien con las cosas más sencillas que poseo.

¿Cómo se puede vivir de una forma en la que todo me cause alegría? No lo sé. Me confundo. Debe ser un estilo de vida que no tengo. Mirar con otros ojos el día que se me abre en medio de mi rutina. En medio de las nubes grises percibir la luz del sol. Quiero hacerlo.

Comentaba Ángeles Caso: Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, en una persona amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada o todo.

Tal vez yo también quiero vivir de esa forma. Disfrutando la vida. Valorando la vida. No quejándome por lo que no es tal y como yo soñaba. Con la serenidad grabada en el alma.

Decía el padre José Kentenich: Ya no nos tomamos tiempo para tener una vivencia serena de Dios. No podemos arrodillarnos serenos ante el Dios sereno. Corremos precipitadamente de una idea a otra. Debemos aprender a estar de nuevo serenamente de rodillas ante el Dios sereno”[1].

Tiempo para descansar. Tiempo para Dios. Y no corriendo por la vida sin tiempo para nada. Dejar de mirar el reloj. Cultivar mi mundo interior.

Saber abandonarme como leía el otro día en medio de las dificultades: Al renunciar completa y definitivamente a todo control sobre mi vida y mi destino futuro, me liberaba de cualquier responsabilidad. Me liberaba de la angustia y la preocupación, de toda tensión, y podía flotar serenamente, con perfecta paz de espíritu, en la marea de la providencia divina que me sostenía”[2].

Me gustaría tener el alma siempre serena. Saber que mi vida está en manos de Dios y descansar. Dejar de agobiarme por todos los imponderables que no controlo. Querer ser uno más y vivir la vida serenamente sin grandes pretensiones. No siempre lo logro. Pierdo la serenidad y me altero.

En ocasiones queremos que lleguen las vacaciones para tener más serenidad, más tiempo, más paz. Pero no siempre el descanso del verano me ayuda a tener paz interior. No van de la mano. Puedo vivir con ansiedad también en vacaciones. Puedo vivir angustiado en medio del descanso.

Quizás consista en dejar de mirar tanto hacia el exterior para posar la mirada en mi alma. Vaciarme de lo que me llena para que haya más silencio y paz en el pozo de mi vida.

¿Cómo se llena de agua ese interior mío a veces tan seco? ¿Dónde están esas corrientes que me llenan? Tengo que cuidar más las corrientes que me alimentan.

Decía el Padre Kentenich sobre el descanso: Estoy convencido de que no se descansa no haciendo nada. Nuestras vacaciones no deben consistir en no hacer nada, sino en un sano cambio de actividades. El hombre busca una ocupación creativa. Si observamos el trabajo del niño, su juego, comprobaremos una característica: la tranquilidad. En el juego, el niño trabaja con tranquilidad. Se entrega a un juego concreto como si fuese el único que existiese[3].

Cambiar de ocupación y vivirla con tranquilidad, con paz en el alma, centrado en lo que tengo delante.

Quiero optar y elegir bien qué caminos sigo, qué amistades frecuento, qué cosas leo, qué veo, a quién sigo. En mis elecciones se esconde el sentido de mi vida.

Quiero seguir a un Dios sereno, que le dé serenidad al alma. Un Dios en el que descansar. Porque estoy cansado. La vida, los meses, el trabajo, el día a día.

Me alegra ese Dios sereno que me enseña a ver las cosas pequeñas de mi vida y alegrarme con ellas. Esos pequeños detalles que todo lo cambian.

[1] J. Kentenich, Textos pedagógicos

[2] Walter Ciszek, Caminando por valles oscuros

[3] J. Kentenich, Niños ante Dios

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