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El Ala Oeste de la Casa Blanca: La política, a escena

Enrique Anrubia - publicado el 20/06/16

Si quieren ver cómo funciona la política por dentro, en términos amables, moderados, semiprecisos pero adecuados, esta es su serie

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Hablar de política y hablar del gobierno, el Estado, los partidos políticos o determinadas leyes son dos cosas distintas. Puede parecer que no, pero se pueden distinguir. Política es todo aquello que hacemos respecto de la posibilidad de nuestra bien común y convivencia social, lo que creemos que es justo o lo que vemos que es necesario.

Pero no todo lo justo, lo conveniente o lo necesario para nuestra propia convivencia y bien común ha de venir del gobierno, los partidos políticos o las leyes. Por eso cualquier ciudadano tiene derecho a hacer política sin tener que estar dentro de un partido, y cualquier gobierno, Estado o partido no es sino la plasmación de que se necesita una institución que tenga como fin último ese bien común.

De ahí que la política del ciudadano es más amplia y de ahí que ningún ciudadano se deba a ningún partido o Estado, sino que más bien es al revés: El Estado y el gobierno se debe al ciudadano. Y es ahí donde se entiende que un partido, un gobierno y el mismo Estado se ha de entender como un siervo al servicio de algo mayor: el ciudadano. Básicamente todo gobierno tiene una estructural funcionarial. Distinto es que se haya desvirtuado o haya quedado oculto ese sentido y que el ciudadano entienda la política estatal como un campo de batalla ideológico.

Precisamente por eso, los entresijos y mecanismos gubernamentales o las reglas políticas de los partidos le pueden ser casi absolutamente desconocidos al ciudadano medio, sin merma de su interés político. Se puede ser muy político con total disgusto o desinterés por los partidos o los procedimientos legales de cualquier índole. De hecho eso suele ser una tónica bastante generalizada hoy en día. Sin embargo, y pese a que estos dos ámbitos puedan distinguirse, no pueden separarse. De ahí que las muchas temporadas de “El ala oeste de la casa blanca” resulten cuanto menos extravagantes.

Cinematográficamente y sobre el papel, una serie de televisión sobre política es de aparente carencia e interés por cualquier público no atraído por la política de partidos. No ha sido el primer intento. En su momento se filmó aquella fantástica “House of cards”, tan británica como el mejor de Macbeth y el peor Hamlet, que tuvo hace un par de años su réplica americana. Pero la política era el trasfondo y el poder, la ambición y las conspiraciones de cortinas y cuchillos, su argumento. Fantásticas ambas, pero no eran series sobre política.

Muy recientemente (apenas un par de capítulos emitidos) está la tragicomedia Braindead, donde unos alienígenas devoran los cerebros de los senadores, congresistas y los mandatarios de la Casa Blanca: toda una declaración de intenciones. Pero tampoco la política como tal es el tema.

Si quieren ver cómo funciona la política por dentro, en términos amables, moderados, semiprecisos pero adecuados, su serie es “El ala oeste de la Casa Blanca”. En sus siete temporadas vamos a seguir la estela de Josiah Barlet, un presidente demócrata y católico, egresado de la University Notre Dame, en su periplo presidencial de 8 años. The West Wing (el ala oeste) tiene un elenco de actores que aunque no todos dan la talla y atrapan, muchos de ellos ganan poco a poco hasta convertirse en lo que son: grandes actores.

Destaco 4 de ellos: Leo Macgarry (Chief of staff, la mano derecha del presidente) Toby Ziegler (Deputy chief of staff, el segundo del tal Leo), C. J. Cregg (Chief of Press, la jefa de medios de comunicación) y el propio presidente Josiah Barlet (Josh). Por orden, John Spencer, Richard Schiff, Allison Janney y Martin Sheen. Las tramas son siempre políticas y nos llevan a problemas que a los ojos del ciudadano medio (ese que hace política pero no le interesa la otra) le pueden sorprender.

La serie te va mostrando un sistema democrático donde no sólo se han de razonar las cosas, sino que se les da un sentido, se tiene un plan, y se posee la conciencia de que la política es un servicio. No se evitan los dilemas, y no se eluden los fallos. Cierto es que todo se tamiza de cierto edulcorante televisivo, pero no se mitigan los errores del propio presidente. La serie muestra bastante bien y en profundidad el sistema americano que, aunque plagado de errores, tiene una valía democrática que ya a muchos países europeos nos gustaría poseer.

A medida que avanzan las temporadas uno percibe que el presidente de los Estados Unidos no puedo hacer lo que quiera, que siendo un régimen presidencialista, el presidente tiene al congreso y al senado para marcarle y negociar. También se observa la genialidad de los propios asesores (se nota la mano del guionista y creador Aaron Sorkin), sus niveles de razonamiento, donde, al menos, no tratan al espectador como un tonto ni se basan constantemente en lo políticamente correcto.

Sin duda, de lo mejor de la serie es ver cómo pertenecer a un partido no significa que todos tus correligionarios de tu partido hayan de votar tus planes, tienes que convencerlos. Del mismo modo que puedes contar con dirigentes del bando opuesto.

Es una serie que no defrauda, porque, entre otras cosas y sobre todas ellas, uno sale diciendo algo que con pocas series puede decirlo: hoy he aprendido algo nuevo que no sabía.

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