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CINE CLÁSICO: Buscando a Nemo: la aventura de la educación

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Jorge Martínez Lucena - publicado el 20/06/16
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Marlin aprende que la mirada educativa no puede estar marcada por el miedo ni por la obsesión con el peligro

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Si montásemos un congreso sobre cine y educación, no podría faltar una mesa dedicada a la PIXAR, en proceso de deglución por parte de Walt Disney. John Lasseter y su equipo inventaron un nuevo modo de construir guiones y de animarlos, perfectamente capaz de mantener completamente atentos ante la pantalla tanto a los padres de nuestro tiempo como a sus hijos. Cuentan que Lasseter, antes de dar por cerrado un producto se lo ponía a sus hijos, escuchaba sus comentarios y los tenía en cuenta para hacer las modificaciones pertinentes.

Sin embargo, lo que ha provocado que relacionemos la factoría PIXAR con la temática educativa no es solo el hecho de hagan unos dibujos animados excelentes, sino que muchas de sus tramas abordan claramente las dificultades de relación intergeneracionales, convirtiendo el visionado cinematográfico en una oportunidad crucial para darse cuenta de lo errores que cometemos en la familia, en el trato entre cónyuges –Up (2009-, entre padres e hijos en general –Los increíbles (2004)-, entre madres e hijas en particular –Brave (2012)-, entre el clan y sus descendientes –Ratatouille (2007)-, entre padre e hijo –Buscando a Nemo (2003)-, etc. Es por poner el foco en estas relaciones, y por hacerlo tan certeramente, por lo que hablar de PIXAR se ha convertido, en el siglo XXI, en sinónimo de hablar de educación.

Hoy nos centraremos en el último filme mencionado -uno de mis preferidos-, del que ahora se estrena su segunda parte a la vez que spin-off, Buscando a Dory (2016), basada en la pez cirujano que acompaña a Marlin, un pez payaso, en la búsqueda de su hijo, Nemo.

La verdad es que Dory es un personaje fascinante, por eso el fandom de PIXAR ha estado pidiendo todos estos años su resurrección, hasta conseguirlo. Como dije en un libro que publiqué en 2007 y que titulé Los antifaces de Dory, este simpático espécimen es un retrato minimalista y caritativo del hombre posmoderno, que, habiendo perdido el contacto con una tradición palpitante y atractiva para su libertad, vive intensamente el instante pero no consigue resistir al olvido, pues no ha encontrado nada que le permita articular o hilar la propia vida.

Quizás la secuela aborde esta problemática e incluso cómo la misericordia consigue sanar la angustia a la que uno se ve abocado cuando se le arroja a la soledad y al vértigo del presente.

El tema principal de Buscando a Nemo es la virginidad en la paternidad. En la peregrinación que Marlin emprende para recuperar a su hijo, hasta entonces hiperprotegido, todas las vicisitudes que atraviesa le permiten descubrir una de las características fundamentales de todo vínculo educativo: el riesgo de la libertad del otro.

Igual que Dios se arriesgó a crear a un hombre libre que pudiese negarse a su abrazo, igual que siguió buscando la relación con su pueblo pese a sus traiciones, igual que se encarnó y prosiguió con este método sencillo y discreto de la relación humana aparentemente banal para salvar a todos los hombres, mendigando la libertad de elegidos para convertirlos en sus testigos y llegar así a otros, Marlin aprende que la mirada educativa no puede estar marcada por el miedo, por la protección del hijo del mundo que lo circunda, ni por la obsesión con los peligros que le acechan.

Tras la odisea que protagoniza entiende que la educación es una introducción en la realidad según la totalidad de los factores. Si la hipótesis de significado de la realidad que uno propone a sus hijos no vale fuera del propio condominio, si no tiene en cuenta el bien común y la infinita retahíla de problemas que se pueden suceder en toda nuestra trayectoria vital, entonces les estamos legando una cierta incapacidad para que su corazón crezca, aunque sea a través de las cicatrices.

Lo bonito es que en la película también se puede apreciar cómo la vida de Nemo, sin las protecciones y cortapisas paternas, se convierte en una verificación de que el propio horizonte personal no viene determinado por nuestras capacidades, y que, paradójicamente, teniendo una aleta más corta que el resto y no pudiendo nadar tan rápido para huir de los depredadores, su vida crece y se expande. Solo hay que darse cuenta de quién eres y de que eres querido hasta lo más absurdo del sacrificio. Y esto lo aprende en sus aventuras incluso su padre.

Y por si fuera poco, no dejas de reírte con Dory y con demás personajes de simpar simpatía, como Bruce, el tiburón yonqui de sangre que no es capaz de quitarse, o como Crush, el padre tortuga surfero y enrollado que confía en aquello de que un niño no puede ser educado solamente por sus padres, sino que necesita una tribu. Vamos, todo un disfrute.

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