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¿Sabes quién eres?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 19/06/16

Deseo que el mundo me diga para qué he nacido, pero...

Jesús hoy se retira a orar, a un lugar solitario. Seguramente había turbación en su alma. Vuelve con los suyos y les pregunta: “Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: – ¿Quién dice la gente que soy Yo?”.

Jesús, en un momento de turbación, busca su complicidad, su cercanía, su cariño. Es la pregunta que tiene que ver con su camino de salvación. Con su forma de caminar y de mirar el mundo. Con su forma de amar y dar la vida. Esa es la pregunta de Jesús.

En la película Killing Jesus, ponen esta escena justo después de la muerte de Juan. El dolor embarga a Jesús y se retira a orar. En esa lucha interior surge la pregunta: ¿Quién soy Yo? La pregunta que acompaña a Jesús toda su vida. Se irá desvelando lentamente, de la mano de los suyos, de la mano de su Padre, en la fuerza del Espíritu.

Es la pregunta con la que tranquiliza el alma. Quiere saber por qué le siguen, por qué le buscan. A Jesús no le importa que le sigan las masas. No busca ser popular. Simplemente sabe que tiene un sentido todo lo que hace. Tiene una misión. Va desvelando la voluntad de Dios y les pide ayuda a los suyos.

No sé bien si las respuestas calmaron su corazón. No sé bien si le dieron algo de luz y de esperanza: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas”.

Tal vez no le aclararon mucho. Tal vez se quedaron en la superficie de su verdad más honda. No lo conocían del todo. No veían su alma. Sólo lo escuchaban y veían sus milagros pero no sabían quién era de verdad, en lo más profundo. Sabían que era un profeta. Pero no sabían su identidad.

Esta pregunta es siempre la misma: ¿Quién soy yo para los hombres? Es la primera pregunta que todos nos hacemos. ¿Qué piensan los demás de mí? Me interesa saber lo que dicen de mí. Me gusta preguntarlo para estar tranquilo, para conocerme mejor. ¿Quién dicen los demás que soy yo?

Busco conocerme mejor. Deseo que el mundo me diga para qué he nacido, qué tengo que hacer con mi vida. Es la pregunta más verdadera que me hago. Responde a la inquietud sobre mi forma de relacionarme con Dios y con los hombres.

Estoy aquí para algo, eso seguro. Pero muchas veces no lo sé. Tiene sentido mi vida, pero en ocasiones dudo. Y pregunto: ¿Qué dice la gente de mí? Muchos seguidores. Pocos seguidores. Admiración. Indiferencia. Rechazo. Respeto. Amor.

Busco que el mundo me afirme. Y me contento en ocasiones con esa opinión del mundo, de aquellos que no me conocen tanto, que sólo leen lo que escribo, o miran las fotos que cuelgo, o me ven moverme de lejos. Y creo que me basta ese juicio superficial para vivir sin ahondar en el misterio de mi vida. Pero no basta.

Hoy Jesús me mira a mí. Y yo le pregunto: “Jesús, ¿quién soy yo para ti?”. Es una pregunta verdadera. No me basta lo que dice el mundo. La pregunta que aflora con fuerza desde mi interior: ¿Quién soy yo de verdad? ¿Con quién ha soñado Dios al crearme? ¿Estoy cerca de ese sueño o todavía lo veo desde lejos?

Sé que tengo una misión en la vida. A veces no la hago realidad. En otras ocasiones no logro descifrar el camino y no percibo lo que quiere Dios de mí.

A veces me confundo y pienso que soy lo que los demás creen que soy, lo que los demás esperan y desean. A veces me siguen, me buscan, y esperan de mí lo que no soy. Y yo trato de cumplir, de estar a la altura de lo esperado. Pero me confundo.

Es como si me motivara ser lo que parezco, lo que muestro, y no lo que llevo dentro. En lo más profundo de mi ser sólo Dios me conoce de verdad. Hay un grito callado que sólo Él escucha. Una voz oculta que Él pronuncia.

Dios ha sembrado en mi alma la semilla de la inmortalidad. Ha creído en mí mucho antes de que yo creyera. Me ha pensado con mi rostro. Me ha deseado con mi voz exacta. Él sabe lo que quiere que yo sea, lo que ya soy. Aunque yo mismo a veces lo desconozco.

Hoy le pregunto a Él para que me diga quién soy. Tiene que ver esta pregunta con lo que el padre José Kentenich llama el ideal personal. Él temía educar a los hombres no en su originalidad, sino en copiar moldes.

Les decía: “Ni siquiera el revivir la vida de los santos está al resguardo de suscitar el desarrollo de un impersonalismo, de crear esclavos, borregos, no personalidades vigorosas”[1].

Cada uno tiene en su interior un camino único. Un nombre dormido, como dice el P. Kentenich: “Nuestro ideal personal dormita en lo profundo de mi interior, en el subconsciente”[2]. Está dormido. Quiero que despierte.

Por eso no me amoldo ni siquiera a la vida de otros santos, por muy santos que sean. No repito modelos de santidad. No quiero ser como los otros, quiero ser yo mismo. En eso consiste la verdadera santidad. En dar vida desde lo que soy, no desde lo que debería ser o desde lo que sería bueno que fuera. No.

Tengo un potencial escondido en mi corazón. Una fuente original de la que brota un agua verdadera. Le pregunto por eso hoy a Jesús: “Jesús, ¿quién soy yo para ti?”. Dios me ha pensado. Me ha soñado. Eso me da paz.

No tengo que encajar en otro molde distinto. No tengo que luchar con pasión por entrar donde no encajo. Tengo que ser fiel a mí mismo, a lo que Dios ha sembrado en mí.

No es tan sencillo porque vivo comparándome. Vivo en relación a otros, siguiendo otros modelos, imitando otras tendencias. Me cuesta pararme a pensar quién soy yo de verdad.

Dios conoce mi verdad más oculta, más auténtica y me sigue queriendo tal y como soy. Con su amor logra sacar la mejor versión que hay en mí. Por eso, lo más importante, es que Dios me diga todos los días que me quiere como soy, que me acoge como soy. En mi originalidad. En mis formas. Con mis límites.

Así es como queremos ser amados. Sólo Dios me ama así. Sólo Él puede. Hoy escucho que he sido “revestido de Cristo”. Su amor me cubre. Soy Cristo en medio de los hombres.

Pero desde mi verdad, desde mi forma de amar y entregarme. Desde mi manera original de servir y dar la vida. Eso me conforta.

Sólo tengo que ahondar en mi corazón. Dejar que en el silencio resuene su voz y sepa quién soy de verdad. No lo que los demás creen que soy, no lo que muestran mis fotografías o mis escritos.

Soy mucho más. La verdad oculta que sólo Dios conoce. El tesoro más sagrado en el que yo mismo temo adentrarme.

Hoy le pido a Jesús que me muestre mi rostro. Que me ayude a ser fiel a la semilla sembrada en mi alma. Él sabe lo que de verdad me hace feliz. Él conoce los caminos que sacarán mi belleza más oculta.

Ahí, en lo secreto de mi corazón, Dios me permitirá quererme como soy. Sin barreras. Sin límites. Sin tener que desear ser lo que no soy. Sin pretender imitar a otros. Sin querer responder a lo que el mundo espera. Mi camino de santidad es mío, original, único. En él descanso. Sólo Dios me conoce.

[1] J. Kentenich, Semana de Octubre 1951

[2] J. Kentenich, Semana de Octubre 1951

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