5 condiciones que te ayudarán a hacer escuchar de verdad tu vozSe están recogiendo firmas para apoyar a un cardenal denunciado por varias organizaciones por haber hablado contra la ideología de género. ¿Es deber del buen cristiano firmar a favor de él? (consulta llegada a través de las redes sociales).
Quizás de pequeños nos enseñaron a callar (no te metas en las conversaciones de adultos, en boca cerrada no entran moscas, cállate que nadie te ha llamado, etc.), y por esto crecimos callando.
Si bien es cierto que nos hicieron entender que callar era sinónimo de actuar con respeto y además nos dijeron que no debíamos meternos en problemas, también es cierto que el cristiano está llamado a ser profeta, y de hecho lo es. Y un profeta no calla; anuncia y denuncia.
El cristiano ante el mal, ante lo injusto y ante los errores no sólo puede sino que también debe encontrar el tiempo y el modo para enfrentarlos. Cuando sentimos que están vulnerando nuestros derechos o los derechos de los demás, no debemos callar.
Todo tiene su tiempo: hay tiempo para callar y tiempo para hablar (Qo 3, 7). Es cierto que hay circunstancias y/o momentos en los que es prudente y hasta necesario callar.
Pero ante una injusticia, cualquiera que sea, hay que buscar la manera de romper el silencio; en caso contrario nos hacemos cómplices. Callar ante la injusticia y la mentira es hacerse cómplice de ellas.
Podría “entenderse” esta postura en una situación en que hablar encierra grandes peligros, pero en la democracia que todavía tenemos no hay excusa.
El silencio puede ser colaborador de la mentira y de las formas con las que esta se hace realidad en la sociedad e, incluso, en la misma Iglesia.
En este caso este silencio está compuesto de complicidades y cobardías; es un silencio que nace del amor a la comodidad, del temor a comprometerse, del miedo a las consecuencias; es un silencio que cierra los ojos a lo que molesta para no tener que hacerle frente.
Si no estamos conformes con algo, es necesario hacer saber que disentimos; y para esto no hace falta ni gritar, ni agredir, ni faltar al respeto.
Estas condiciones te serán útiles a la hora de expresar tu opinión:
1. Conocer a ciencia cierta lo que pretendes rechazar o apoyar. Un cristiano debe, en la medida de sus posibilidades, informarse realmente sobre lo que está sucediendo, y no quedarse con los titulares de los periódicos, ni dejarse llevar por posiciones ideológicas o por campañas de opinión.
2. Hacerlo con argumentos válidos basados en la doctrina: el mensaje de Cristo y de la Iglesia.
3. Manifestarte con medios democráticos, legítimos y permitidos por la ley.
4. Sin violencia de ningún tipo, sin animadversión y con respeto. Las personas que atacan a la Iglesia también son queridas por Dios y merecen un trato digno, incluso aunque no lo practiquen.
5. Conocer de verdad a quién estás apoyando con tu firma: no firmar nada sin averiguar antes quiénes son los que están detrás de una iniciativa, por justa que sea, especialmente si hay alguna reserva por parte de la Iglesia. Nadie debería firmar un contrato sin leer la “letra pequeña”.
No a la pasividad
En la vida cristiana no hay cabida para las inhibiciones. Con omisiones o indiferencias no se resuelven los problemas.
Ser cristiano y hablar como tal no es fácil, sobre todo ante el reto que plantea la sociedad de hoy tan globalizada y cambiante.
Un cristiano debe tener como principal objetivo, como expresión de fe, cumplir el programa de vida que nos traza Jesús en el evangelio, llevarlo a cabo como aquel que se siente corresponsable del caminar humano y eclesial; y hacerlo sobre todo con una profunda experiencia de Dios.
Jesús, el divino maestro, habla con autoridad y su palabra está llena de fuerza ante la injusticia y el atropello: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas…!” (Mt 23, 14).
A Jesús jamás le importó ir contra corriente a la hora de proclamar la verdad.
Jesús nos enseña a ver y a actuar. Jesús ve las cosas desde una perspectiva diferente: se pone del lado de los humildes, los huérfanos y marginados. Sana en sábado. Se arriesga a ser apedreado, se esconde, huye y sigue denunciando de manera enérgica y contundente, pero al mismo tiempo serena y pacíficamente.
Horas previas a su pasión Jesús es apresado y, aun en esta situación límite, Jesús opta por la no agresión, por el respeto a los demás y por esto le impide a Pedro comenzar una lucha armada (Mt 26, 52).
No hay mejor ejemplo de lucha pacífica que Jesús.
Otra inspiración la tenemos en san Juan Bautista. Él nos enseña a decir todo lo que se deba decir, aunque esto nos parezca alguna vez como estar gritando en el desierto; y a hacerlo con la certeza de que el Señor no permitirá nunca que nuestra palabra sea inútil.
Juan el bautista no era un cobarde; no era como una caña que se mecía ante cualquier viento. Fue coherente con su vocación y con sus principios hasta el final.
Si hubiera callado no habría sido quien preparara y allanara el camino al Señor. Si hubiera callado no habría vivido su vocación y, por tanto, su vida no habría tenido sentido.
Pasividad y pacifismo no son sinónimos. El cristiano recuerde que es enviado por Jesucristo como una oveja en medio de lobos, pero al mismo tiempo debe actuar con astucia (Mt 10, 16), inventando nuevas maneras de lucha y de denuncia.
No es cristiano sacrificar la libertad, la verdad o la salvación por miedo al sufrimiento; no es cristiano callar ante la injusticia por temores; no es cristiano ignorar la fraternidad o romper con ella por la propia comodidad.
No podemos callar, por ejemplo, ante ataques a Dios, a la Virgen María, a las verdades de fe, a la persona del Papa o de algún otro representante de la Iglesia quienes, haciendo honor a la verdad de Dios y del Evangelio, hablan con contundencia.
No podemos callar ante las calumnias sobre la Iglesia cuya verdad y rectitud debemos conocer bien.
No, podemos callar ante infamias y crímenes como el del aborto, la degradación del matrimonio y, de consecuencia, de la familia, o ante alguna ideología que pretenda arrinconar a Dios y la fe en Él.
No podemos callar recordando que debe hacerse lo que se debe hacer y decir lo que hay que decir sin preocuparse excesivamente por unos frutos inmediatos; aunque sea cierto que si cada cristiano hablara y actuara conforme a su fe, rápidamente el mundo comenzaría a ser cada vez mejor.
Sí, hablar, pero hacerlo bien. Hacerlo siempre con caridad. Y la caridad no riñe con la fortaleza (no existe caridad sin fortaleza) así como “lo cortés no quita lo valiente”; actuar con la fortaleza con la que actuó el Señor.
Hablar con buenas maneras, disculpando la ignorancia de muchos; hablar sin agresividad ni formas inadecuadas que serían impropias de un discípulo de Jesucristo.
Muy probablemente Jesucristo no nos pedirá a nosotros el martirio cruento, pero sí al menos esa valentía y fortaleza en las situaciones comunes de la vida ordinaria para actuar conforme a nuestra fe.
Comenzar por pequeñas cosas; comenzar, por ejemplo, por apagar el televisor ante un mal programa de televisión, llevar a cabo esa conversación edificante que debemos tener y no retrasarla más, recomendar un buen libro, etc..
Hay diferentes maneras para pronunciarse: ante todo con la coherencia de vida.
También hablar en el pequeño grupo en el que nos movemos, en la tertulia que se organiza habitual o espontáneamente; hablar con los clientes o amigos, ante aquel desconocido con quien instauramos un conversación durante un viaje.
O expresarse a través de una carta dirigida a un periódico para mostrar nuestra inconformidad con un editorial o artículo incorrecto doctrinalmente hablando; participar en alguna encuesta; participar en una recogida de firmas; participar en alguna manifestación pública; aprovechar el derecho al voto, etcétera.
La libertad de expresión -que incluye la crítica hacia otros, aun cuando ésta pueda molestar a quien se dirige- tiene su límite: la falsedad de la información, y las palabras o frases ofensivas y ultrajantes.
La libertad de expresión no ampara la falsedad ni el insulto. La libertad de expresión no solo excluye el discurso de odio, sino que también lo penaliza y lo reconoce como delito.
Hoy vivimos situaciones a nivel mundial que amerita cristianos más comprometidos, formados, y compactos. Es un desafío y una oportunidad.