Seguir y vivir las Bienaventuranzas que, como un "navegador", indican a los cristianos el camino correcto de la vida. Es la invitación que el papa Francisco ha dirigido a los fieles durante la celebración de la Misa en Casa Santa Marta.
El Papa ha exhortado a que no nos dejemos resbalar por los tres grados de la "anti-ley" cristiana: la idolatría de las riquezas, de la vanidad y del egoísmo.
Para no perderse por el camino de la fe, los cristianos tienen un indicador de la dirección muy preciso: las Bienaventuranzas.
Ignorar las rutas que propone puede significar resbalar hacia los "tres escalones" de los ídolos del egoísmo, la idolatría del dinero, la vanidad, la saciedad de un corazón que ríe de satisfacción ignorando a los demás.
“Los navegadores de la vida cristiana”
El Papa extrae una serie de reflexiones del Evangelio de Mateo que muestra a Jesús enseñando a la multitud con el célebre Discurso de la Montaña.
"Enseñaba, dice Francisco, la nueva ley, que no elimina la antigua", sino que la perfecciona, "llevándola a su plenitud".
Los tres escalones de la perdición
Francisco prosigue la homilía completando, por decirlo de alguna manera, el texto de Mateo con las consideraciones que el evangelista Lucas añade al final en el análogo relato de las Bienaventuranzas.
Es decir, la lista de los "cuatro lamentos": "¡Ay de los ricos, los saciados, los que ríen, aquellos de los que todos hablan bien!".
El Papa recuerda especialmente que muchas veces ha afirmado que las riquezas son buenas, que lo que hace daño "es el apego a las riquezas" que se convierte en una idolatría.
¿La clave? La mansedumbre
Entre todas las Bienaventuranzas, Francisco selecciona una de la cual afirma: "No digo que sea la clave de todas, pero da qué pensar". "Bienaventurados los mansos".
La mansedumbre. Jesús dice de sí mismo: ‘Aprended de mí que soy manso de corazón’, que soy humilde y manso de corazón. La mansedumbre es un modo de ser que nos acerca mucho a Jesús.
Por el contrario, la actitud opuesta siempre procura las enemistades, las guerras… muchas cosas, muchas cosas feas que suceden.
Pero la mansedumbre, la mansedumbre de corazón que no es estupidez, no: es otra cosa. Es la profundidad en el entender la grandeza de Dios, es adoración.